- ¿Adivinen qué, muchachos? ¡Ya tengo a mi sumisa y lo hicimos en mi mansión!
- Ooooh, que impresionante (es sarcasmo, por si no lo notaste). Avísanos cuando lo hagas en la terraza, al aire libre y en la mira de todos los vecinos.
Richard enfureció ante el comentario de Roberto, de quien ahora sospechaba que se apropiaba de todas sus secretarias para que nunca tuviese chances de conseguir una sumisa. Por suerte, logró encontrar a Macarena primero. Y como ella no estaba dentro de ese nefasto círculo, además de que era lo suficientemente alta y fuerte como para siquiera estar en la mira de un CEO, pues ya la tenía asegurada.
Sin embargo, estaba preocupado. Su primera vez fue un chasco: Macarena no paraba de quejarse de que le dolía la cavidad vaginal y, en un momento dado, le propinó un fuerte golpe a Richard, de puño cerrado, dejándole la mejilla hinchada.
El pobre hombre tuvo que ir al hospital.
Por su parte, Macarena estaba arrepentida de lo que hizo. Su natural mecanismo de autodefensa la hizo cometer la peor locura. Por suerte, Richard no la despidió y se culpó a sí mismo por haber sido un bruto por falta de experiencia.
“Richard es muy bueno, para ser un CEO millonario”, pensó Macarena. “Quizás podamos hacerlo en la oficina, pero es muy arriesgado. Aún así, ¿eso no elevaría su nivel y prestigio en esa extraña asociación? Tendré que consultárselo”.
Cuando regresaron a la oficina situada en Sao Paulo, Macarena volvió a lucir su típico traje de secretaria sexy mientras que, Richard, lució su clásico traje con corbata propio de un CEO. Y si bien había mucho trabajo que hacer, decidieron dejarlo de lado porque a nadie le importaba si la empresa o no producía algo, solo si surge ahí cosas cochambrosas.
Aún así, Macarena consiguió una excusa laboral para ir a la oficina privada del CEO. Tenía que supuestamente entregar unos informes que le encargaron, así es que, con su aire de secretaria responsable, se comprometió a dárselo personalmente.
Cuando llegó, Richard la invitó a tomar asiento y le preguntó:
- ¿Cómo te sientes ahora?
- Duele aún, pero ya me siento mejor – le respondió Macarena, mientras apoyaba los papeles sobre el escritorio – la verdad lamento mucho por haberte golpeado, no quise hacerlo.
- Lo entiendo. Pero me sorprende que seas tan fuerte. ¿Aprendiste karate o algún arte marcial?
- ¡Sí! Lo que pasa es que una mujer que vive sola debe aprender técnicas de defensa.
- Habrás pasado por momentos muy difíciles. ¡Pobrecita! Pero no te preocupes, que pronto la fortuna te sonreirá.
Richard se levantó, se acercó a Macarena y, arrodillándose delante de ella, la tomó de las manos y le dijo:
- Te prometo que haré todo lo posible para protegerte. Ya no será necesario que tengas que pelear por tu supervivencia en este mundo cruel y despiadado. Cuenta conmigo para eso.
Las mejillas de Macarena se colorearon. Repentinamente, sintió que la atmósfera se tornó rosada y, por un instante, se imaginó que era una doncella siendo cortejada por un caballero de armadura brillante, montado en su corcel, que luchó contra los demonios y dragones para rescatarla de su encierro en el castillo encantado.
- Oh, esto es nuevo – dijo Macarena – siento que… tus efectos de CEO encuerado están surgiendo.
- ¿Por qué lo dices?
- ¡Sí! ¡Estás transmitiendo esa atmósfera única e inigualable que solo los CEOs pueden transmitir! Es algo que me hace gritar… ¡TÓMAME!
Richard, de inmediato, se levantó. Sintió que su cuerpo aumentó ligeramente de tamaño y que su cabello se volvió aún más brillante. De inmediato, tomó a Macarena y la alzó en brazos. Aún si ella era más alta que él, sintió que era tan ligera como una pluma.
- ¡Guau! ¡No sabía que eras tan fuerte! – le dijo Macarena, mientras se sostenía por su cuello.
- Es el efecto catalizador de un CEO enamorado – le respondió Richard – Ahora si haré lo posible para que sientas placer y no dolor.
- Y yo me contendré para no golpearte de nuevo. ¡No quiero perder el trabajo!
- Y no lo perderás, mi amor.
Al instante, llegó la noche en la oficina. Todos comenzaron a marcharse a sus casas, excepto Richard, Macarena y Sonia, que se quedaron a hacer horas extras.
Por supuesto, las “horas extras” era subjetivo para cada uno.
Sonia si se quedó por las horas extras porque quería terminar unos papeleos que le dejaron a última hora. Richard y Macarena, en cambio, aprovecharon la soledad del edificio para comenzar a hacer el amor en la oficina.
El CEO arrojó los papeles del escritorio, acostó a Macarena sobre la tabla de madera y procedió a besarla con pasión. Ella no opuso resistencia y dejó que Richard le metiera la lengua dentro de su boca. Pronto, tuvieron choques de lenguas intensas hasta que se quedaron sin aliento.
Macarena le desenredó la corbata y le abrió la camisa. No se había fijado antes cuando estaban en la mansión, pero Richard sí que tenía unos buenos pectorales que le incitaban tocarlos. El CEO, por su parte, le abrió la camisa y descubrió su sostén con relleno. La mujer se avergonzó de eso, pero Richard decidió pasarlo por alto y solo se concentró en sacarle el sostén para succionar esas naranjitas que estaban en plena excitación.
- Aaagh… esto es… - murmuró Macarena, mientras su cara se ponía cada vez más roja.
- Aprendo rápido, querida – le dijo Richard, mostrándole una sonrisa seductora – pero falta lo mejor.
Poco a poco bajó su cabeza, iniciando por besarla en el cuello, pasando a succionar sus pezones con la lengua, siguiendo en línea recta por el abdomen plano y perfecto, hasta llegar a esa zona que aún estaba cubierta por su minifalda y ropa interior.
Con las manos, procedió a bajarle la falda y la tanga, así de una. Y, con su boca, comenzó a besarle ahí abajo, haciendo que Macarena gritara de placer.
- ¡Aaah! ¡Esto es…! ¿Sexo oral? – se preguntó Macarena, mientras comenzaba a gemir.
Richard se levantó y, con una amplia sonrisa, le dijo:
- Tú también puedes hacerlo.
De inmediato, Macarena se levantó del escritorio. Richard se mantuvo parado y dejó que ella le abriera sus pantalones para tomar su m*****o erecto y lo succionara con su boca.
- Mmmh…
- ¡Aaah!
Richard sintió que la piel se le erizaba. Si bien Macarena le había dicho que era virgen, podía hacerle una oral sin lastimarle su m*****o. Era como si estuviese tomando un helado palito, succionándolo con lascivia hasta hacerle esparcir el semen albergado en sus zonas íntimas.
Y mientras hacían todo eso, Sonia acababa de terminar al fin con sus papeleos. Así es que pasó delante de la oficina de Richard, pensando que no había nadie ahí. Y, entonces, escuchó los sonidos incómodos en el interior.
La puerta estaba entreabierta, así es que dio un vistazo y, lo que vio, le horrorizó: Macarena tragando a Richard hasta la garganta estando tal como había llegado al mundo.
El corazón de Sonia comenzó a partirse en mil pedazos. Las lágrimas no pararon de caer como lluvia de verano. De inmediato, sus pies se movieron y la llevaron lejos del edificio, acercándola a un taxi que pasaba por ahí en busca de clientes perdidos.
Cuando se metió al vehículo, el taxista le preguntó:
- ¿Dónde la llevo, señora?
- ¡A cualquier bar! – respondió Sonia, sin dejar de llorar.
El taxista se sintió incómodo al ver cómo lloraba la mujer, pero no dijo nada. Solo se concentró en llevarla al bar, recibir el p**o y marcharse.
Cuando estuvo en el bar, Sonia comenzó a beber tanta cerveza que asustó a todos los clientes y al encargado del local. Pero eso poco o nada le importaba a la joven quien, en esos instantes, le dio asco ver cómo ese par de tórtolos no escatimaban en recursos para hacer sus cochinadas en zonas de trabajo.
- ¡Para eso existen los moteles! ¡Y hay tantos por aquí! ¿Por qué tienen esa manía de hacerlo en la oficina? ¡Nunca entenderé a los CEOs! – se quejó Sonia, entre copa y copa.
Permaneció en el bar hasta el amanecer, cuando la echaron del lugar. Luego, regresó a su casa y, ahí, mandó un mensaje de que se ausentaría en el trabajo porque sufrió una terrible resaca.