- ¡No puedo creer la suerte mía! ¡La sangre de Cristo tiene poder!
Richard estaba saltando sobre una pata y sentía que su cuerpo se aligeraba de alegría. Y tras recordar aquella escena en que encontró a Macarena en el suelo, con las piernas abiertas y mostrando su bombacha, sintió que se le paraba el corazón (y algo más).
En la empresa todos lo miraban extrañados, ya que era bastante inusual que su CEO estuviese de buen humor. Pero decidieron seguir con sus trabajos porque ya estaban a fin de mes y esas deudas no se saldarían solas.
Cuando Richard llegó a su oficina, se encontró con Sonia quien estaba llevando unos papeles y le dijo:
- Sonia, ve a mi oficina. Sabes que eres la persona en quien más confío, necesito decirte algo.
- Por supuesto, señor Richard.
Sonia se sonrojó, ya que ella estaba enamorada del CEO en secreto. Pero como el hombre era bien despistado, nunca se percató de las sutiles señales que le envió su asistente administrativa.
Como la vez en que ella se apoyó sobre su mesa, presionando sus pechos con sus brazos y hablándole de forma sensual. O cuando lo invitó al cine a ver una película de terror y lo abrazó diciéndole algo como “protégeme, amor”. Si, eran señales demasiado sutiles que el CEO jamás pudo interpretarlas a tiempo porque, en su mente, las mujeres son un misterio.
De inmediato, la asistente fue al baño, se retocó el maquillaje y se desprendió un botón de su camisa para mostrar sus exuberantes pechos que aumentaron de tamaño debido a que subió de peso. Y es que la ansiedad le aumentaba el apetito hasta tal punto que era capaz de comer cinco empanadas de seguido. Aún así, ella se consideraba bonita, por lo que no perdía la esperanza de conquistar ese atormentado corazón que busca amor en lugares distantes sin mirar lo que tiene alrededor.
“Hoy seguro que me dirá que le gusto. Espero que si”
Fue a la oficina del CEO y éste la hizo sentar en una silla. Sonia se sentó, con la espalda erguida y mirándolo expectante para saber de qué quería hablarle.
- Verás, Sonia. Estos meses fueron muy duros para mi porque los de la asociación me hacían bullying por no tener a mi sumisa.
- Creí que el bullying solo existía en los colegios – dijo Sonia
- Pues fíjate que también existe en otros ámbitos, como en el trabajo, en la universidad y en la asociación. Todos, especialmente ese engreído de Roberto, me hacían de menos por ser siempre forever alone. Pero ahora todo ha cambiado.
- ¿De veras?
- ¡Si! He sido ciego todo este tiempo y nunca me percaté lo que tenía a mi alrededor.
- ¡Oh! ¡No lo puedo creer! ¡Al fin se dio cuenta!
- ¿Ya lo sabías?
- ¿Saber qué?
- ¿Qué Macarena trabajaba por aquí cerca y era la sumisa que me faltaba para dejar de ser el hazmerreír de la asociación?
- ¿Macarena? ¿Quién es Macarena?
Tal cual una montaña rusa, el entusiasmo de Sonia por creer que Richard se refería a ella, bajó precipitadamente por los suelos cuando le mencionó a la tal Macarena.
Richard se aclaró la garganta y le dijo:
- Bueno, en realidad ella estaba buscando un puesto de secretaria y le ofrecí trabajar aquí, a cambio de que accediera a ser mi sumisa. Presiento que ella solo me quiere por mi dinero porque de guapo y fornido no tengo nada. Pero, ¿qué importa? ¡Al fin tengo a alguien a quién someter y hacerla mía para sentirme en la gloria!
La expresión de Sonia se ensombreció al saber que Richard se había sentido atraído por otra mujer. Se miró su barriga que ya de por si era más amplia que sus senos y se avergonzó de ser tan ilusa por creer que Richard se fijaría en ella teniendo sobrepeso.
“Se supone que las sumisas son mujeres desafortunadas, pero guapas y delgadas. Yo tuve una vida normal, nunca me faltó nada y mis padres son buenos profesionales. Está claro que no soy el prototipo de sumisa que se requiere para formar parte de esa asociación”.
Aún siendo evidente, Richard no se percató de que Sonia estaba triste. Y es que este hombre no veía más allá de su nariz, pero qué se le va a hacer. Así está construido el personaje.
- Sonia, te pido que lo mantengamos esto en secreto – le dijo Richard – Aunque soy un CEO, no soy el jefe de esta empresa y está prohibido mantener relaciones con los empleados. Pero a la asociación le parece atractiva esta clase de relaciones, así es que estoy dispuesto al riesgo.
- Lo entiendo, señor Richard. Déjamelo a mí, mis labios están sellados.
- Eres muy buena y amable. Estoy seguro de que serás una buena esposa. El hombre que te tenga será el más afortunado del mundo.
“¿Pero de qué sirve si ese hombre no eres tu?” lamentó Sonia, en su mente.
Cuando terminaron de charlar, salieron de la oficina y vieron que Macarena se había presentado en la empresa. Estaba siendo atendida por el encargado de Recursos Humanos, quien miraba su CV con una expresión de sospecha.
- Aquí dice que te graduaste de Harvard y tienes un nivel de Inglés avanzado – le dijo el muchacho de RRHH a Macarena – a ver, dime: ¿cómo se dice “hola” en inglés?
- Hello
- ¿Y cómo se dice “me gusta comer tomate” en inglés?
- I like eat tomatoe
De inmediato, Richard decidió intervenir y, apoyando su mano en el hombro de la chica, le dijo al de Recursos Humanos:
- Esta mujer es excepcional, ha hecho muchas hazañas a lo largo de su vida y siendo tan joven. Estoy seguro de que será un gran apoyo para la empresa.
- Si usted lo dice, la incluiré en la ficha de empleados. Bienvenida, señorita Macarena. Espero que se sienta a gusto en nuestra empresa.
- Muchas gracias. Juro que no los defraudaré.
Sonia se quedó asombrada por el aspecto de Macarena. Era una mujer demasiado alta para Richard, pero se vestía bien y no dudaba en exhibir sus perfectas y largas piernas. Los ojos del CEO brillaban de la emoción al estar a su lado, tal es así que parecía un par de lámparas en busca de un tesoro oculto que, quizás, lo encontraría en la entrepierna de la nueva secretaria.
“Está bien. Admito la derrota”, pensó Sonia, con tristeza. “Se ve que mi destino es recuperarme de la depresión tomando helado y viendo películas románticas ultra cursis que me harán soñar con encontrar el amor de mi vida”.
Y con la excusa de que seguiría haciendo su trabajo, procedió a retornar a su escritorio para llorar en silencio por su amor no correspondido.