—Así que ha venido —dijo, utilizando la entonación del dialecto. —Sí —dijo ella, levantando la mirada hacia él—. ¡Llega usted tarde! —¡Ya! —contestó él, volviendo la mirada hacia el bosque. Ella se levantó lentamente, echando a un lado la banqueta. —¿Iba usted a entrar? —preguntó ella. Él la miró fijamente. —¿No va a empezar la gente a pensar mal si viene usted aquí todas las tardes? —dijo. —¿Por qué? —le miró sin llegar a entender—. Dije que vendría. Y nadie más lo sabe. —Pero pronto lo sabrán —contestó él—. Y entonces, ¿qué? Ella no sabía qué contestar. —¿Por qué habrían de saberlo? —La gente siempre acaba por saberlo —dijo él con tono de fatalidad. El labio de ella tembló ligeramente. —Eso es algo que yo no puedo evitar —susurró ella. —No —dijo él—. Puede evitarlo no vinie