Como siempre que abría las puertas del club, el ritmo de clientes había comenzado lento, pero constante, con las mesas ocupándose a medida que las horas pasaban. Cerca de las ocho, el ritmo había aumentado y tanto Boris como los demás trabajadores se estuvieron moviendo de un lado a otro de forma constante. Con la cocina abierta hasta las doce u once, dependiendo de cómo se sintiera Spencer, la comida y los tragos iban y volvían hasta el punto en que el pelirrojo alfa ya había perdido la cuenta de todos los pedidos que entregó. Y entonces, como si los clientes recordarán repentinamente que el jueves todavía era un día de semana, el ritmo comenzó a disminuir nuevamente hasta mantenerse en un ambiente alegre, pero tranquilo. Internamente, Boris agradeció aquello. Aunque le gustaba lo q