Turibio Fiorilli, príncipe de Biancacroce, era el Primer Secretario del Cardenal Tesorero Pontificio, Jefe de las Milicias Territoriales y Protoconsejero de Orden Público, Portavoz Secular del Papa Soberano y un hombre riquísimo. ¿Cómo osaba acusarlo Spighini? —Sí —concluí—, está loco sin duda —Y traté de olvidar lo que me había dicho. Sin embargo el hombre debía haberse dejado llevar con otros. De hecho, ni siquiera un mes después, había sido arrestado por orden de Rinaldi, acusado de brujería. «He aquí», había reflexionado, «por qué acusaba al príncipe y se mostraba medio desnudo sobre la terraza: no era locura, sino que era una criatura de Satanás». Sin embargo, aunque el juez Rinaldi se había ensañado con él con torturas horrendas y frecuentísimas como nunca había empleado antes, h