DESEOS PELIGROSOS

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Blurb

Entre lujos, poder y secretos peligrosos, Dante e Isabella viven una historia de amor que arde con una intensidad incontrolable. Desde el momento en que sus miradas se cruzaron, una conexión profunda y apasionada los envolvió, llevándolos a explorar los rincones más ocultos de sus deseos.

Dante, un hombre marcado por un pasado oscuro, encuentra en Isabella no solo la chispa que aviva su corazón, sino también una mujer dispuesta a sumergirse en sus fantasías más íntimas. Juntos, recorren un mundo de placer, entregándose en cada rincón de la lujosa mansión, desde habitaciones privadas hasta escondites secretos donde sus cuerpos se buscan sin tregua.

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Capítulo 1: El Encuentro Peligroso
La noche había caído sobre la ciudad con una suavidad inquietante, y las luces del exclusivo club iluminaban el interior como un escenario preparado para lo inevitable. Isabella Armenta caminaba con paso firme entre las mesas, sintiendo cómo los ojos se posaban sobre ella. Cada mirada masculina parecía cargar una promesa silenciosa, pero ninguno de esos ojos la atraía como lo hacía él. Dante Salazar estaba allí, al final de la sala, rodeado por una multitud que, aunque numerosa, parecía desaparecer a su alrededor. Su figura alta y esculpida destacaba en medio de la penumbra, con un aire de poder que lo hacía casi intocable. Y sin embargo, su mirada había ido directa hacia ella, como si la hubiera reconocido entre las sombras, como si hubiera esperado que llegara. Isabella sintió que su corazón latía más rápido. No era una mujer que cediera a los caprichos de la atracción instantánea. Había construido su vida sobre la base de la independencia, la inteligencia y el control. Pero Dante Salazar no era un hombre común. Él no solo desbordaba poder y encanto, sino que parecía tener una capacidad única para leer lo que las demás personas deseaban en lo más profundo de su ser. Ella trató de concentrarse en lo que la rodeaba, en la música suave que envolvía el ambiente, en las conversaciones de fondo que se desvanecían en la brisa de su mente. Pero su atención seguía siendo secuestrada por él, por su presencia imponente que la atraía como un imán invisible. Finalmente, cuando ella menos lo esperaba, Dante dio un paso hacia ella. El espacio entre ellos parecía reducirse, y con cada uno de sus movimientos, Isabella sentía que la distancia entre lo que deseaba y lo que temía se desvanecía. Se acercó más, hasta quedar frente a ella. Sus ojos, oscuros y penetrantes, la miraron fijamente, sin una palabra, pero con una intensidad que la desarmaba. Como si ya la conociera, como si supiera exactamente lo que pasaba por su mente. No era un simple juego de seducción; Había algo más en su mirada. Algo más peligroso. Isabella sostuvo la mirada, desafiándola en silencio. No era la primera vez que un hombre intentaba cautivarla, pero con Dante todo era diferente. Él no necesitaba hablar, su sola presencia hablaba por él. “¿Qué haces aquí, Isabella?”, preguntó su voz, baja y grave, como si quisiera desnudarla con solo sus palabras. La forma en que dijo su nombre, la manera en que lo alargó, le hizo sentir un escalofrío recorrer su espina dorsal. La respuesta le llegó sin pensarlo. “Vine a descubrir qué tan lejos puedo llegar”. Dante sonrojándose, pero no era una sonrisa amable. Era una sonrisa que prometía algo más. Algo peligroso. Algo que Isabella no estaba segura de si quería o temía. No podía apartar los ojos de él, no quería hacerlo. La química entre ellos era tan palpable que sentía como si el aire mismo a su alrededor fuera más denso, más cargado de electricidad. “¿Y qué piensas encontrar?”, dijo él, su tono ahora más bajo, más intrigante. “Lo que no puedo encontrar en ningún otro lugar”, respondió Isabella, sintiendo cómo sus palabras se deslizaban en el aire con una seguridad que no sentía en lo más profundo de su ser. Dante inclinó levemente la cabeza, como si estuviera evaluándola, estudiando cada una de sus reacciones, cada gesto, cada palabra. “¿Te atreverías a dejarte llevar?” Isabella no respondió inmediatamente. Su mente luchaba entre la razón y el deseo. Sabía lo que Dante representaba: un hombre que tomaba lo que quería, que jugaba con las mujeres sin remordimientos. Un hombre que, de alguna forma, podía destruirla si no tenía cuidado. Pero la idea de estar bajo su control, de ser la mujer que desarmara ese poder, la excitaba de una manera que no podía explicar. Finalmente, decidió que no iba a dar marcha atrás. No esta noche. No con él. Se inclinó hacia adelante, acercando su rostro al suyo, tan cerca que podía sentir su aliento caliente sobre su piel. “¿Y tú?”, le preguntó con voz suave, sensual, “¿te atreves?” El silencio entre ellos fue breve, pero suficiente para que todo lo demás desapareciera. Dante la miró intensamente y, antes de que pudiera reaccionar, la tomó por la cintura, atrayéndola hacia él con fuerza, como si no pudiera esperar más. Su boca se encontró con la de ella en un beso profundo, urgente, que desterró cualquier pensamiento racional. Isabella se dejó llevar, su cuerpo respondiendo sin reservas, sin control, mientras sus corazones latían al unísono, guiados por una necesidad que ninguna de las dos había prevista. El beso se hizo más salvaje, más intenso, como si cada uno de ellos intentara marcar el terreno del otro, como si intentaran devorarse mutuamente. Isabella cerró los ojos, entregándose por completo a la sensación que la consumía. El sabor de Dante, su calor, su fuerza, todo lo que él representaba se desbordaba en cada roca, en cada contacto. El aire entre ellos se sentía cargado de deseo, como si el club entero estuviera a punto de estallar con ellos. Cuando se separaron por un instante, los dos respiraban entrecortadamente. Isabella pudo ver la sonrisa satisfecha en los labios de Dante. Sabía lo que acababa de suceder. Sabía que este beso era solo el comienzo de algo mucho más intenso, algo que los atraparía a ambos en una peligrosa espiral de deseo y seducción. Isabella lo miró a los ojos, desafiándolo una vez más con su mirada. “Esto no va a ser tan fácil.” Dante se acercó, rozando sus labios con los suyos una vez más, casi como una promesa. “Nunca dije que lo fuera”.

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