PRÓLOGO
Trabajar de niñera no era la vida que Kim Wielding se había imaginado para sí misma, pero en realidad era bastante agradable. Eso era bastante sorprendente, dado que había tenido una carrera en Washington, DC trabajando en campañas políticas y redactando discursos para candidatos desvalidos. Y había estado a punto de llegar a la cima.
La vida a veces daba muchas sorpresas.
Ahora que tenía treinta y seis años de edad, sabía que jamás cumpliría sus sueños. Por esta razón, los había reemplazado con otro sueño: escribir una gran novela americana en su tiempo de inactividad como niñera.
Kim comenzó a trabajar de niñera después de que un candidato prometedor para el que había trabajado fue derrotado. Eso la hizo decidir tomarse un tiempo fuera. Y durante ese tiempo afuera, este empleo había caído en su regazo. Jamás había considerado cuidar niños, pero todo había resultado bien.
Kim pensó en su primer trabajo como niñera mientras se encontraba sentada en la isla de cocina de la casa de Bill y Sandra Carver. Era difícil de creer que había sido hace más de diez años. Esos años habían difuminado sus recuerdos de su trabajo en DC, de escribir discursos esperanzadores y solo una pizca de falsedad.
Tenía su portátil en frente. Ya llevaba cuarenta mil palabras de su libro. Suponía que le faltaba la mitad. Tal vez lo terminaría en aproximadamente seis meses. Todo dependía de lo que sucedía en las vidas de los tres hijos Carver. El hijo mayor, Zack, estaba en noveno grado y practicaba fútbol americano. El hijo intermedio, Declan, jugaba fútbol. Y si la más pequeña, Madeline, seguía con la gimnasia, Kim estaría muy ocupada durante los próximos meses.
Cerró la tapa de su portátil y miró alrededor de la cocina. Estaba descongelando un pollo para la cena. Ya había limpiado los mostradores y lavado los platos y tenía la cuarta carga de ropa en la lavadora. Hasta que los niños llegaran a casa, no tenía más nada que hacer. Es por esa razón que había logrado trabajar en su libro durante cuarenta y cinco minutos.
Miró el reloj y vio que el día había pasado volando, algo que estaba empezando a entender les pasaba bastante a las niñeras. Tenía que salir a recoger a los niños en la escuela en quince minutos… y esa era una verdadera hazaña, dado que la menor estaba en la escuela primaria, el intermedio en la escuela intermedia y el mayor en la escuela secundaria. Se tardaba más de una hora para recogerlos y traerlos a casa dado el tráfico. Sin embargo, sonaba peor de lo que era, ya que Kim había descubierto hace poco cuán maravillosos eran los audiolibros para matar tiempo durante viajes.
Se levantó y fue a ver el pollo, el cual ya estaba casi completamente descongelado. Luego metió la ropa en la secadora y sacó todas las especias que necesitaría para preparar la cena. A lo que colocó el pimentón sobre el mostrador, alguien llamó a la puerta principal.
Eso era bastante común en la casa de los Carver. Sandra Carver era una adicta a sss y Bill Carver siempre recibía planos. Kim agarró su bolso, decidiendo que iría a recoger a los niños luego de meter los paquetes.
Abrió la puerta, su mirada yéndose directamente al suelo del porche en busca de una caja de sss. Es por eso que le tomó a su cerebro un segundo entender que había alguien frente a ella. Cuando levantó la mirada para ver su cara, su campo visual fue obstruido por… algo.
Fuera lo que fuese, se estrelló contra su cabeza. Conectó justo entre los ojos, en el puente de su nariz. El chasquido dentro de su cabeza fue ensordecedor, pero apenas tuvo tiempo para notarlo ya que cayó al piso de madera de los Carver. Sintió sangre corriendo por su nariz mientras trataba de arrastrarse hacia atrás.
La persona en el porche entró. Cerró la puerta detrás de ella. Kim trató de gritar, pero tenía demasiada sangre en la nariz, la cual estaba entrando en su garganta y boca. Tosió mientras la persona dio un gran paso adelante y volvió a alzar el objeto contundente.
Kim se dio cuenta de que era un tubo mientras el dolor se extendió por su mente como un huracán. Y eso fue lo último que vio.
Antes del golpe final, su mente se fue a un lugar extraño. Kim Wielding murió preguntándose qué pasaría con ese pollo, el cual seguía descongelándose en el fregadero de los Carver.