CAPÍTULO DIEZ
Una hora más tarde, en la sala de espera de la comisaría local, Daniel se cruzó de brazos, con la rabia hirviendo en su interior, y miró fijamente a la profesora Laurent.
—¿Qué diablos creías que estabas haciendo? —preguntó.
La profesora parecía avergonzada, sorprendida y desafiante a partes iguales. Jugaba con una taza del horrible café que era tradicional dar a todos los que entraban en una comisaría. Tenía un cardenal en la sien por el golpe del guardia de seguridad.
—No podía quedarme sentada mientras lo arrestaban —dijo mirando al suelo—. Necesitaba hablar con él primero.
—Se trata de un asesino en serie; ¡no te sientas y tienes una pequeña charla amistosa sobre historia!
Los ojos de la profesora echaron chispas.
—Esto es más que una «pequeña charla»; es uno de lo
