POV: Jashton Davinchi.
—Tres días —declaro, con disgusto, mientras miro fijamente a mi asistente—. Y ni siquiera han podido averiguar u obtener alguna información.
Despertarme esta mañana, feliz y satisfecho y solo encontrar una cama vacía, sin rastros de esa bella mujer que me volvió loco, me hizo sentir como si una bomba de tiempo hubiera explotado. La frustración se apoderó de mí y desde entonces, a cada instante, siento la necesidad de sentir su piel, de aspirar su dulce aroma, tenerla debajo de mí mientras gime de placer; un placer que solo yo le he provocado.
Esa mujer es todo lujuria, de las que puede provocar deseos oscuros con solo pensarla. Y por ello, estoy a punto de enloquecer.
Aún más, sabiendo que mi equipo de investigación es tan incompetente que no pueden hacer algo tan simple como encontrarla u obtener algo de información. Eso me tiene enfurecido, al punto de querer golpearlos a todos.
Cierro mis manos en puños, conteniendo la ira.
—Quiero al apartamento de investigación fuera de mis instalaciones —grito y mi puño golpea la madera de mi escritorio. Mi asistente brinca de la impresión—. No quiero gente incompetente trabajando para mí.
Mi voz resuena en toda la oficina, produciendo un vibrante eco.
—Esto también va para ti. —Señalo a mi asistente—. Tienes veinticuatro horas. ¿Quedó claro?
—Sí, señor Davinchi —responde, pero no reacciona.
—Entonces, ¿qué esperas? —Frunzo el entrecejo al verlo parado en el mismo lugar, sin moverse.
—Lo lamento, señor —expresa y sale con rapidez de mi oficina.
Me recuesto en mi silla giratoria y me doy la vuelta, quedando frente a la vista que las paredes de cristal me dan de toda la cuidad.
Puedo ver claramente los edificios y calles y solo pienso que en algún lugar de allá afuera se encuentra ella, haciendo quién sabe qué; y yo sin poderla sacar de mi mente.
Resoplo frustrado y pellizco el puente de mi nariz. Por una parte, puedo comprender la incertidumbre y confusión de Amet, mi asistente, porque yo me encuentro igual o peor que él. Nunca en mi vida había actuado así por una mujer, nunca tuve la necesidad de hacerlo. Pero ella me hace perder la cabeza, una completa desconocida. Si Amet me preguntara qué me está pasando, no sabría responder, porque yo tampoco lo sé. Todo es tan confuso que lo único que tengo claro, es que la quiero tener entre mis sábanas.
De repente, el teléfono de mi oficina suena. Sé perfectamente que es mi secretaria, por lo que lo tomo con molestia.
—Señor Davinchi, su sobrino está aquí —dice, con tono nervioso.
—Entonces, ¿qué esperas?
—Señor, yo…lo…no voy…
Corto la llamada porque no quiero escuchar estupideces. Segundos después, la puerta se abre y mi sobrino entra a mi oficina, sonriente.
—Buen día, tío, ¿cómo has estado? —saluda, empalagoso, mientras se acomoda en el sofá—. He escuchado que últimamente tienes muy mal genio.
Sus visitas siempre tienen un motivo, por lo que no tomo importancia a sus palabras y voy al punto.
—Di lo que quieres. Tengo cosas que hacer.
—¿Esa es la manera de tratar a tu querido sobrino? El que tanto se preocupa por ti —expresa, con una expresión ofendida en su rostro.
Si no supiera a lo que se dedica, realmente creería en su actuación. Hasta mal me hubiera sentido.
—No tengo tiempo para tus actuaciones y estupideces —declaro, desviando mi mirada para dedicarme a revisar los documentos que tengo en mi escritorio.
Trato de concentrarme, pero mi sobrino no me quita la mirada de encima. Supongo que trata de adivinar el motivo de mi mal genio.
Sin tomarle importancia, llamo a mi secretaria por el intercomunicador, para pedirle que le diga al hacker que venga a mi oficina. Ya es hora de que conozca a la persona que se burló de la seguridad de cientos de empresas, sin dejar rastro alguno; que puso de cabeza a los mejores hackers del mundo intentando destruir el virus que había creado, sin éxito alguno.
Su estrategia propició que empresarios de todo el mundo le pagaran miles de dólares para eliminar el virus de su propia autoría.
Mi equipo de investigación se tardó años para dar con su paradero, fue todo un enigma saber quién era el famoso hacker. Y me sorprendí bastante cuando me enteré que era una mujer, además, joven. Si no me equivoco, ahora debe tener la misma edad de mi sobrino.
Para tenerla trabajando para mí, mi asistente se encargó de todo; su única condición fue que su identidad se mantuviera en secreto. Tengo entendido que ya lleva trabajando en mis instalaciones un par de años, pero no la conozco aún. Sin embargo, he estado revisando el sistema de la empresa y su trabajo, me doy cuenta, es más que perfecto.
—¿Hacker? —pregunta mi sobrino, con el entrecejo fruncido—. Por favor, tío, no me digas que tienes un nerd trabajando para ti.
—No me importa si es nerd o no —replico, con los ojos en blanco—. Solo el talento que tiene.
Mi sobrino hace una mueca de mala gana por mi respuesta. Segundos después, llaman a la puerta.
—Adelante —ordeno.
La puerta se abre y entra una mujer de cabellos negros y rizos. Unos lentes cubren sus ojos expresivos y la hacen ver interesante. Un cuerpo llamativo que, no me extraña, deja sin aliento a mi sobrino.
—Buenas tardes, señor Davinchi —saluda, con voz tranquila—. Mi nombre es Cara Patinson, la hacker de sus instalaciones.
El cambio de actitud de Itan es instantáneo.
—Tío, ¿no piensas presentarme a semejante belleza? —exclama mi sobrino, haciendo notar su presencia.
Se pone de pie y camina hacia ella, sin esperar que yo lo presente.
—Itan Davinchi —se presenta, sonriente, mientras le estrecha la mano, sin dejar de observarla—. Es un honor conocer a una belleza con un don inigualable como usted.
—Gracias, señor Davinchi, el honor es mío —responde la chica, con un deje de ironía y molestia—. Pero le agradecería que soltara mi mano.
Me dan ganas de reír a carcajadas cuando veo la sorpresa que refleja el rostro de mi sobrino, al darse cuenta que sus encantos no ocasionan ningún efecto en mi empleada. Suelta de mala gana su mano y vuelve a sentarse.
Decido intervenir para evitarle la vergüenza.
—Ha hecho un buen trabajo señorita Patinson, sin duda alguna usted cuenta con un gran talento —halago, porque de verdad me siento afortunado con su trabajo—. Por lo que quiero que usted trabaje en mis instalaciones por tiempo indefinido.
Tomo la decisión en un segundo, pero no puedo permitirme perder a una persona como ella, con sus habilidades. Sería negar un gran tesoro.
—Por mí no hay ningún problema, señor Davinchi —acepta mi propuesta—. Será un honor para mí trabajar para usted.
—No se diga más —expreso y llamo a mi secretaria, para que venga a mi oficina.
En unos segundos se escuchan que llaman a la puerta.
—Puedes pasar —digo y veo como asoma por la puerta, solícita, pero nerviosa.
—¿Desea algo, señor? —pregunta, con un tartamudeo.
—Prepare un contrato por tiempo indefinido para la señorita Patinson —ordeno, señalando a mi empleada—. Y luego de que ella lo firme, lo traes, para yo firmarlo.
—Sí, señor —responde y apunta algo en su libreta—. ¿Algo más, señor?
—No, por el momento.
La despido, para que vaya a cumplir con su trabajo, pero se queda en la oficina y llama mi atención.
—Señor, permítame informarle que este fin de semana salgo de vacaciones —informa, con más seguridad de la de antes—. Y me gustaría que viera los currículos que he escogido para mi suplente.
Se queda en silencio, a la espera de mi aprobación. Cuando voy a responder, Cara me interrumpe.
—Señor Davinchi, disculpe la interrupción y mi atrevimiento, pero mi hermana tiene mucha experiencia —expone, con temor, como si esperara un regaño de mi parte por su intervención—. Si usted lo permite podría decirle que se presente el lunes con su currículum.
En otro momento tal vez me molestaría, pero hoy no tengo cabeza para ver currículos, ni mucho menos, a posibles secretarias. Dado que ella es talentosa y muy buena en su trabajo, su hermana también debe serlo; de lo contrario, no se atrevería a proponerla.
—No hay problema —aseguro—. Tu hermana puede ser la secretaria suplente. Puedes hablar los detalles con mi secretaria y que el lunes se presente a trabajar. Eso es todo, pueden retirarse.
Cara asiente y me da las gracias. Ambas salen de mi oficina y cierran la puerta. Me fijo en Itan, que sigue anonadado y mirando fijamente por donde salió mi empleada. Suspiro, para no decirle algo molesto.
—Itan, ¿puedes decirme ahora el motivo de tu visita? —pregunto y él parece regresar de algún lugar lejano, al escuchar mi voz.
—¿Ah? —reacciona y luego sacude su cabeza—. Tío, venía a decirte que me iría al continente asiático para firmar una nueva película, pero cambié de decisión.
Se levanta del sofá y camina hacia la salida. Frunzo el ceño, porque sé que mi sobrino es un descerebrado, pero no sabía cuánto realmente.
—Me acabo de dar cuenta que aquí hay cosas más interesantes —expresa y me guiña un ojo antes de salir de la oficina.
No soy idiota y sé que el cambio repentino y la cancelación de su viaje, se debe a su nuevo plan de conquista. In embargo, me pregunto si logrará algo, no creo que sus encantos funcionen con Cara. A ella se le nota la actitud.