—Gracias —dijo Lacey, tomando la mano del conductor, dejando que la ayudara a entrar. Luego cerró la puerta detrás de ella.
Julien la esperaba dentro.
—¿Estás lista? —Hizo un gesto con la cabeza al conductor y se alejó de la mansión.
Ella asintió.
—Lo siento. Solo me estaba despidiendo de mi madre —respondió Lacey, cruzando las manos sobre su regazo—. No me di cuenta de que estabas esperando.
La cabeza de Julien se irguió.
—No es para preocuparse. —Miró por la ventana—. Necesitabas despedirte de tu familia y tu manada.
Lacey también miró por la ventana.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Él asintió, la ternura de la noche anterior de vuelta en sus ojos.
—¿Por qué me encerraste de mi propia fiesta de compromiso anoche?
Él suspiró.
—Necesitaba resolver algunas cosas.
—¿Qué cosas? —preguntó ella, verdaderamente curiosa.
—Descubrir una manera de enseñarte obediencia, por ejemplo. Volvió a mirar por la ventana.
—Bueno, si querías un perro faldero, deberías haberte comprado uno. —Ella levantó la barbilla—. Soy una guerrera orgullosa.
Él la miró por un momento y luego se echó a reír.
Era demasiado pronto para una confrontación, por lo que Lacey cruzó las manos sobre su regazo y volvió a centrar su atención en la ventana. Además, pensó que escogería y elegiría sus argumentos con él... especialmente porque este era su primer día juntos como pareja comprometida.
—Ahora eso tiene toda tu atención... —comenzó, girándose para mirarla, sonriendo.
Lacey cerró los ojos y los volvió a abrir, sonriendo dulcemente.
—¿Qué pasa, querida?
Un gruñido bajo estalló desde el interior de su pecho y el ser lobo de Lacey respondió, deseándolo más allá de toda razón. Por alguna razón, Lacey todavía lo encontraba sexy, al igual que su ser lobo.
—¡Bien! —Lacey dejó escapar un profundo suspiro—. ¿Qué es?
Julien negó con la cabeza.
—Tú, mujer, serás mi muerte. —Ella le dio un momento para que se calmara—. Princesa...
—Lacey... —ella corrigió, interrumpiéndolo.
—Princesa... —dijo con los dientes apretados—. Tengo algunas reglas que me gustaría repasar contigo antes de que lleguemos a mi mansión.
La cabeza de Lacey se levantó de golpe.
—¿Reglas?
Julien sonrió, claramente disfrutando de su reacción.
—Sí, de hecho.
—¿Reglas de la Manada?
—Eh... —Julien movió la cabeza de un lado a otro—. Más bien... Reglas de Pareja.
Lacey resopló, cruzando los brazos sobre el pecho, esperando a que continuara. Seguramente no será tan malo como sonaba.
—Bueno, por un lado, no me levantarás la voz... nunca... y trataré de hacer lo mismo. — Empezó Julien.
—Pero...
Él levantó la mano, deteniéndola.
—Te agradecería que me dejaras terminar.
—Bien. —Lacey miró por la ventana.
—Otra cosa. No verás a otros hombres, y eso incluye estar a solas o hablar con ellos.
Lacey suspiró.
—Eso es increíblemente irrazonable, considerando que el cincuenta por ciento de la población del mundo son hombres.
—Es usted...
Lacey levantó la mano, interrumpiéndolo.
—No he terminado. Además, si voy a entrenar a los guerreros de nuestra manada, no hablar con los hombres sería... —ella movió la cabeza de un lado a otro como él lo había hecho. Entonces se detuvo y lo miró a los ojos—, ridículo.
—Ridículo o no —respondió Julien—. Estas son las reglas. Si has terminado, te diré el resto.
—¡Oh, alegría! —Aplaudió como una colegiala, fingiendo emoción—. ¡¡Ooo!!! ¡Dilo!
Un gruñido bajo estalló nuevamente en su pecho.
—No usarás el sarcasmo conmigo.
—¡Guau! ¡Regla número 3!
Él sonrió dulcemente.
—Y aquí está la regla número 4. No seas un dolor en el trasero.
—Eso puede ser difícil.
Julien se rió.
—Bueno, al menos lo admites.
Lacey se encogió de hombros.
—¿Y tu no eres un dolor en el trasero?
Se encogió de hombros, una comisura de sus labios curvándose en una sonrisa.
—Bueno, a veces supongo que lo soy.
Ella levantó una ceja.
—¿Algunas veces?
Julien suspiró.
—Jackson, por favor detén el auto. Necesito un poco de aire.
—¡Sí señor! —Jackson se detuvo rápidamente, al igual que las otras limusinas.
Cuando el coche se detuvo por completo, Julien abrió la puerta y salió. Caminó bajo los árboles, contemplando la vista. Una majestuosa cadena montañosa estaba en la distancia con un hermoso río debajo.
Julien se puso de pie, contemplando la hermosa escena. De repente, la mujer pelirroja de su manada saltó de su auto y corrió a su lado. Ella le dijo algo, molestando al ser lobo de Lacey.
Lacey salió, cerró la puerta de golpe y caminó hacia su pareja, su ser lobo ansiosa por morder a la pelirroja.
—Déjanos —le dijo a la mujer, mirando sólo a Julien.
Un gruñido bajo estalló desde lo más profundo del pecho de la mujer, pero ella regresó a su limusina y cerró la puerta.
Julien miró hacia otro lado, sin decir nada.
Lacey suspiró: —¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Por qué te comprometiste conmigo?
Claramente, no estás enamorado de mí.
Se dio la vuelta casualmente.
—Al principio, acepté esto como un arreglo, pero ahora... —Cambió el orden, sin terminar su pensamiento.
Dijo en voz baja: —Julien, solo déjame ir.
—Nunca. —Luego se dio la vuelta para mirarla, sus ojos llenos de lujuria.
—Entonces, ¿qué me vas a hacer si no sigo las reglas? ¿Golpearme? —preguntó Lacey, extendiendo los brazos—. Créeme, no puedes tratarme peor de lo que mi propia familia me ha tratado durante años. —Se mordió el labio inferior y se dio la vuelta, con lágrimas llenando sus ojos.
Lágrimas traidoras rodaron por sus mejillas mientras todos los años a merced de su loca familia, los años de sentir vergüenza por algo que no era su culpa, se precipitaron hacia ella.
Para su sorpresa, Julien la abrazó por detrás y la dejó llorar.
—Ssshhh... —susurró él, apartando su cabello de su cuello—. Todo eso está detrás de ti ahora. —Luego besó su cuello, una vez más, excitando a su ser lobo—. Estás conmigo ahora. No te pasará nada. Te lo prometo. Yo te protegeré.
Julien le dio la vuelta y le secó las lágrimas de las mejillas con el pulgar. Entonces sus labios descendieron sobre los de ella mientras la acercaba. Y esta vez, ella no luchó contra él.
Se echó hacia atrás un momento después, sin aliento.
—Vamos —dijo, en voz baja, señalando con la cabeza hacia el coche—. Podemos discutir el resto de las reglas más tarde.
—¿Por qué tiene que haber reglas? —preguntó Lacey mientras lágrimas frescas corrían por sus mejillas—. Acabo de salir de la casa de mi padre donde había reglas, solo para ir a tu casa con más.
—Las reglas son para mantenerte a salvo... y para evitar que te mate.
Lacey jadeó, sabiendo que hablaba completamente en serio.
—La regla más importante es que nunca me engañes. —Él dejó caer sus manos—- Si lo haces, te mataré sin pensarlo dos veces... junto con quien sea que me hayas engañado.
La mirada de dolor era tan prominente en sus ojos que ella ni siquiera podía estar enojada. Aunque cada fibra de su ser le decía que corriera, tenía que saberlo. Ella colocó su mano en su mejilla, obligándolo a mirarla a los ojos.
—¿Qué te pasó, Julien? ¿Quién te rompió el corazón?
Sus ojos de repente se volvieron hielo.
—Solo recuerda lo que dije. Ahora eres mía. Y soy egoísta con mi propiedad.
—Propiedad —ella se burló—. Es bueno saberlo. —Sin una palabra más, se dirigió de nuevo a la limusina, preguntándose si él alguna vez abriría su corazón.