Pov Salomé
—Pasajeros con destino a Florencia Italia por favor abordar.
Escucho la voz de la agente de reservaciones anunciando mi vuelo. Presiono la maleta con fuerza y tomo la mano de mi hermana para luego avanzar al pasillo largo en dónde chequean mis pertenencias. El nudo que se forma en mi garganta lastima mi cuerdas vocales y el tintineo de mi corazón indica lo asustada que estoy. Jamás he salido de Colombia, ni siquiera lo he hecho de Medellín o de Bogotá cuando me tocó estudiar mi carrera. Toda mi vida viví en las líneas latinas de mi país, y tener que dejar mis raíces por un mejor futuro para mi hermana y para mí no es nada fácil; pero supongo que de eso se trata la vida, de experimentar y vivir nuevas aventuras aunque no sea por la razones que quiero.
«Mis padres murieron»
Hace un par de meses fallecieron en un accidente de tren; provocado por la explosión de una caldera. Ha sido difícil sobrellevar el duelo y más al verme tan vulnerable con una hermana de seis años a mi cargo, pero me he aferrado a las palabras de mi madre.
«Si tienes una carga es porque puedes con ella»
Mamá siempre decía que Dios no nos ponia cargar a quien no puede llevarlas.
Subo las escaleras metálicas que le dan inicio a la entrada al avión y luego que entro busco el asiento que se me fue asignado.
—Ya estamos aquí Salomé —me hablo a mi misma mientras resoplo—, tenemos que conquistar a los europeos —sonrío con picardía.
…
El clima gélido de Florencia nos recibe muchas horas después. La espalda me duele y tengo las nalgas dormidas por el viaje. Tomo a Sofía entre mis brazos y corro fuera del aeropuerto dejando que las gotas de agua nos mojen los trajes desgastados y opacos que llevamos puesto. A pesar de estar lluvioso las personas con trajes y gabardinas elegantes se pasean con sombrillas de colores aumentando mi ansiedad ya que estar en lugares con mucha gente me pone un poco nerviosa.
Respiro profundo intentando contener los nervios y espero mi turno para cruzar la calle que me lleva a la línea de quioscos donde puedo comprar una tarjeta para llamar a mi tía Victoria; es la hermana mayor de mi madre, se casó hace mucho con italiano que la trajo aquí, pero que murió años después dejándola con una casa hipotecada y un montón de deudas que pagar. El semáforo indica mi pase y decido caminar después de dar un último vistazo, pero… un auto de alta gama pasa saltándose la luz en rojo y llenándome la ropa de agua.
—¡Imbécil! ¡¿No ves?! —le grito mientras siento como toda la ropa se me pega al cuerpo.
Bajo a Sofía que aún está somnolienta y termino de cruzar mientras aprieto los puños de la rabia.
«Estuviéramos en mi país y le partiría el vidrio con una piedra»
—Malditos europeos insensibles —exclamo con los ojos llorosos.
«No me he instalado y ya los odio»
—Una tarjeta para hacer llamadas —le pido al dueño del kiosco.
Pago con el dinero que cambié al bajar y luego me voy a los teléfonos públicos que están cerca. Meto la tarjeta y saco de mis vaqueros el número de móvil de mi tía quien contesta al tercer pitido.
—Tia Victoria soy yo, ya estoy aquí —hablo sintiendo el frío en mis dedos por la falta de guantes.
Mientras mi tía me da indicaciones para llegar, me quito la chaqueta que le pongo por encima a Sofía. Ya tiene una puesta, pero el titileo de sus dientes me indica que no es suficiente.
—¿Ya llegamos o falta mucho? —me pregunta abrazándose ella misma.
La tomo de la mano y avanzo hasta la líneas de buses que, unos minutos después nos deja en mi destino.
La casa de mi tía no está nada mal, de hecho es bastante cálida y amplia; cuenta con un enrejado que cubre la parte principal del jardín y por dentro con grandes ventanales que muestra la vista a la calle. El barrio tampoco es grotesco, es sutil asemejándose a una urbanización de clase media en lo que sería mi país. Acomodo la ropa que saco de las maletas y luego me recuesto del sillón agotada.
—Te traje café mijita —habla mi tía sentándose a mi lado.
—Gracias tía —le digo tomando la tasa que llevo a mis labios y qué soplo antes de ingerir.
—¿Es muy difícil conseguir trabajo? Me gustaría mañana dedicarme a eso, Sofía no puede dejar de tomar su tratamiento.
«Sufre de asma crónica»
Cualquier cosa la altera y si no tiene su medicamento para inhalar a la mano le dan crisis que terminan en hospitalización.
—Cálmate hija, tengo algunos ahorros que pueden ayudarte mientras consigues empleo —me dice mientras se saca algo de la bata holgada y de color rosa que lleva puesta.
La verdad es que la tía Victoria es una dulzura, era quien nos ayudaba a nosotros en Colombia y quién pagó todo el viaje para traernos, pero, la edad pasó por su vida y ahora es una bolita de grasa con cabellos blancos que la hacen lucir tierna.
—Has hecho mucho ya, y se que tocaste el dinero de la hipoteca para traernos, mañana mismo salgo a buscar algo, no debe ser difícil —digo tomando sus manos con cariño.
…
—Lo siento señorita, están buscando personas graduadas de universidades de renombre o en su defecto graduadas en Italia o algún país europeo —me dice la mujer después de leer mi currículum.
—Pero sé hablar italiano, y dos idiomas más —me quejo—, por favor señorita necesito el trabajo, créame que soy buena publicista —le suplico.
—No está en mis manos de verdad, si solo tuviera alguna experiencia laboral nosotros… —me dice de nuevo y tomo la carpeta de mala gana.
—Ustedes son una cuerda de incompetentes —hablo con la frente sudada.
He recorrido varios edificios buscando trabajo y hasta he pedido que se me asigne alguno que no tenga que ver con mi carrera, pero me han cerrado las puertas en las últimas semanas. Estoy desesperada, la despensa se está agotando y el inhalador de Sofía se está acabando.
—Señorita cálmense —habla la mujer asombrada por mi actitud.
—Ningún cálmense, ¿cómo podemos tener experiencia si no nos dan un bendito empleo? Piden una universidad de renombre, sabiendo que los ricos se gradúan gracias a sus padres y a sus influencias. Los mejores estudiados y preparados somos nosotros los pobres, que trabajamos y estudiamos día a día para lograr nuestras metas; cada título, cada nota que he obtenido es bien merecida —los ojos se me llenan de agua.
—Intentaré hablar con el jefe —me dice la mujer apenada.
Me cruzo de brazos mientras inhalo y la veo irse, pero… una pila de hombres con trajes y perfumes costosos salen del ascensor. Intento mirar en esa dirección para ver de quién se trata, pero son tantos rodeando a otros dos que no me permite distinguir.
—Lo siento —me saca la recepcionista de mis pensamientos—, el jefe no quiso recibir la solicitud y acaba de irse —baja la cara.
Tomo mis cosas con un nudo en la garganta y salgo del edificio sintiendo como las esperanzas se desvanecen.
«Ser inmigrante es tan difícil»
Pienso mientras me limpio las lágrimas.
Volteo a darle un último vistazo al edificio y hago una mueca con los labios al verlo.
«Solo a mi se me ocurre venir a conseguir trabajo aquí»
Es un edificio de vidreos negros, con un jardín extenso y como de cien pisos a eso sumándole que el edificio del alfrente se comunica con él por medio de un pasadizo elevado del mismo material cristalizado.
Tomo el bus que me lleva directo a casa y apenas entro al jardín siento como la puerta se abre para darle a paso a Sofía; viene con el cabello suelto y con el flequillo desordenado mientras corre. Me agacho para recibirla y la estrecho entre mis brazos.
—No puedes estar corriendo Sofi —le digo besando su frente—, sabes que por cualquier cosa te agitas.
—Hoy me siento bien Salomé, es más creo que ya estoy curada. ¿Sabías que los pepinos de mar y las arañas tejedoras pueden respirar por el ano? —pregunta y abro la boca—, así que no te preocupes hermanita si me falla la nariz ya sabes que…
Le tapo la boca para que no siga hablando ya que, la vecina de al lado se nos queda viendo de manera odiosa. Sofía se ríe y yo entro con la cara teñida de vergüenza.
«¿Dónde lee esas cosas?»
—Anda a tu habitación araña tejedora —la reprendo dándole una palmada en las nalgas.
Sofía hace lo que le digo con una sonrisa y mientras sube las escaleras de la casa mi tía la reprende gritándole que no corra.
—¿Conseguiste algo? —Me pregunta Victoria.
Niego con la cabeza mientras tomo el café con leche que me entrega. Lo sorbo mientras tintineo mis uñas en la taza y Victoria se me queda viendo con pesar.
—Sofía tuvo una crisis —suelta y me pongo de pie de inmediato—, tranquila, la vecina de la esquina que también tiene a un hijo asmático me prestó su inhalador y logré estabilizarla, pero si le da una crisis en la noche o… —Me froto la frente.
—Entré a buscar empleo en una empresa que queda en todo el centro de Florencia; es la empresa más hermosa que han visto mis ojos y el logotipo y el anunciado grande que raya la mayoría de los rascacielos me pusieron la piel chinita —le confieso recordando todo lo que ví de regreso.
Al principio no supe cómo llegué a ella, pero cuando salí me di cuenta que, la publicidad es exorbitante.
—Conglomerado Morgan —digo suspirando.
Mi tía escupe el café que está bebiendo y yo la miro mal.
—¿Dije algo malo? —pregunto confundida.
—Ni se te ocurra buscar trabajo ahí, si bien es la empresa con más oportunidad de todas y es reconocida tanto a nivel nacional como mundial, se dice que los dueños son unos mafiosos asesinos —me habla y abro la boca—, mafiosos con trajes le dicen, y nadie sabe si, toda esa empresa es un fachada a sus negocios ilícitos —explica y una corriente me recorre la espalda.
—Es una empresa de licores —bufo.
—El dueño es el hijo de un mafioso, no quiero cerca de esa empresa Salomé —me dice saliendo de la cocina.
…
A la mañana siguiente me arreglo frente al espejo con mayor motivación.
«Rendirse es la última opción»
La vecina de mi tía me prestó un traje de pantalón ejecutivo con chaqueta y top blanco que me queda un poco apretado pero bien en comparación con mi ropa. Mi piel trigueña y mis ojos marrones oscuros lucen con el blanco de la chaqueta y el n***o del pantalón. Me dejo el cabello suelto y me calzo las zapatillas para luego rociarme perfume. Sofía aún sigue dormida ya que en la madrugada le dio otra crisis y no se durmió hasta que la pasó.
«Necesito encontrar empleo rápidó»
Salgo en busca de ello, pero… como todos los días las puertas son cerradas en mi cara. Se hacen las seis de la tarde y mis pies me llevan a una zona exclusiva en la parte norte de Florencia. Subo la mirada y los ojos se me encandilan con el letrero de “restaurante gourmet” decido entrar a pedir empleo pero… la recepcionista me dice que no están atendiendo personal. Salgo con los ojos llorosos por la parte de parking y… mis ojos se desvían a la camioneta de color plomo que tiene los vidrios debajo. Hay unos hombres custodiando pero están tan distraídos que…
—No Salomé nunca en tu vida has tomado nada que no sea tuyo —me digo, pero lo que brilla en la guantera abierta me hace apretar los labios.
«No hay despensa, hay que pagar la hipoteca y Sofía necesita su medicamento»
Estiro la mano de manera robótica y tomo el reloj que guardo en mi bolso de lado, pero…las alarmas se encienden poniendo a todos a voltear.
—¡Una ladrona! —gritan y miro a todos lados asustada.
«Eres tu Salomé corre»
Me digo mientras salgo corriendo. Salgo del parking mientras los hombres se me pegan atrás y… cuando estoy en la calle veo como cuatro hombres con traje me persiguen.
—¡Alto, entregue lo que tomó señorita! —dice uno y sigo corriendo.
Me paro en una esquina y me quito las zapatillas para correr mejor. Lo hago por alrededor de quince minutos, logrando que mi respiración se agite y mi frente sude, hasta que… llego a un callejón en dónde puedo tranquilizarme. Ya los pasos detrás de mí no se escuchan y decido sacar el reloj de mi bolso, pero… no está, lo he perdido.
«Tuvo que haberse perdido mientras corría»
—Maldición Salomé ni para robar sirves —golpeo el cesto de basura con los ojos llorosos.
Salgo del callejón lista para irme a casa, pero… no he caminado ni una cuadra cuando tres autos me rodean poniéndome a pasar saliva.
«En qué me metí Dios mio»
—No disparen por favor soy inofensiva —hablo subiendo las manos al ver los trajeados armados que salen de la camioneta.
Hay muchos, pero uno solo llama mi atención; es un hombre grande, con músculos que sobresalen por encima del traje y unos ojos verdes oscuros que se asemejan al color del césped. Su mandíbula cuadrada más el animal que sostienen en su correa me indica: ¡Peligro! Y, aunque quiero correr, mis pies se plantan en el asfalto como si fuera una aparición irreal la que estuviesen viendo mis ojos.
Sus ojos me detallan de arriba abajo y su mirada bañada de autoridad, soberbia y arrogancia me intimida. Estoy apunto de abrir la boca para explicarme pero…
—Vamos niña mi reloj —habla serio.
—Yo… es que… —tartamudeo.
Rueda los ojos fastidiado y vuelve a repetir;
—Mi reloj muchachita no tengo todo el día —pide.
—Lo perdí —suelto asustada.