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Voy saliendo del juzgado, completamente extenuada, pero contenta porque después de tanto esfuerzo, logré ganar el caso del que varios abogados anteriormente habían desistido.
Suena el timbre de mi teléfono, así que me apresuro a sacarlo de mi maletín. Veo el nombre de mi jefa en la pantalla y cruzo los dedos para que no haya sucedido nada malo, porque lo que menos quiero es dañar este corto momento de alegría y triunfo.
—¡Ximena Miller, dime que es verdad! —grita la voz al otro lado de la llamada.
—Samantha White, ¿de qué me hablas? —inquiero bromeando al llamarla por el nombre completo.
—Me acaba de llamar el juez Carson para contarme la forma en la que defendiste al cliente. ¡Dijo que estuviste de maravilla! —dice emocionada y suelto una carcajada porque parece que está más contenta ella, que yo.
—Wow, gracias, pero la verdad es que, simplemente estaba haciendo mi trabajo —contesto restándole importancia y la escucho bufar.
—Siempre tan modesta… — Hasta la puedo imaginar volteando los ojos, por lo que me río disimuladamente.
—Bueno… si quieres celebrar, te espero en mi apartamento y abrimos una botella de vino con algo de comer —propongo y ella solo suelta un sonido afirmativo, antes de colgar el teléfono sin decir nada.
Camino hasta mi auto, abro la puerta y me quito el saco del traje, porque acá en la calle no hay aire acondicionado como sí lo hay dentro del juzgado y empiezo a sentir que me derrito.
En el trayecto hasta mi casa, me detengo en un pequeño supermercado express, para comprar algunas cosas para comer, como papas, pasabocas, quesos y una buena botella de vino tinto Californiano.
Samantha me abrió las puertas de su bufete desde que llegué inexperta a Los Ángeles, además que no solo me dio uno de los mejores empleos posibles, sino que confió en mí y también me ayudó a adaptarme a la ciudad.
Al venir de una ciudad tan diferente como lo es Ashland y llegar a una ciudad en la que al entrar a una panadería puedes encontrarte a esa celebridad a la que solo veías en televisión o en el cine, el choque cultural es fuerte y si no tienes a alguien que te ayude a nivelar y canalizar tus emociones, son muchas las vergüenzas que puedes pasar. Y para mí, esa persona fue Samantha.
Ella es una mujer que, aunque está frente al bufete que fundó su padre hace años, demostró desde el inicio sus capacidades como abogada y les dejó la boca cerrada a más de un abogado, engreído y machista que se quiso pasar de listo cuando llegó.
Ahora está felizmente casada con el que era el abogado aprendiz de su padre cuando llegó ella al bufete. Él fue quien le ayudó en todo y su historia de amor es digna de ser admirada y envidiada.
Llego a mi apartamento, mando los tacones a volar y golpean contra una de las cajas que tengo empacada con algo de mi trasteo, lo que me tiene ansiosa porque en cualquier momento recibo la llamada más emocionante que puedo estar esperando por ahora.
En la cocina dejo las compras, meto el vino a la nevera por un rato, solamente esperando que se enfríe un poco y no esté a temperatura ambiente, porque el vino caliente me parece espantoso.
Me pongo ropa cómoda y no alcanzo a terminar de quitarme el maquillaje, cuando el timbre suena, así que salgo corriendo descalza para abrirle la puerta a una emocionada Samantha, quien trae una botella del mismo vino que compré.
—¡Dos botellas! ¡Perfecto! —digo emocionada, arrebatándoselo de las manos y haciéndole un ademán con la mano para que entre y vamos hasta la cocina para alistar las cosas.
—Es un día para celebrar… en especial celebrar que mañana descansamos ¡porque es sábado! — Hace un baile gracioso y nos reímos.
—Deberías guardar silencio y que tu jefa no se entere que no te gusta el trabajo —susurro bromeando.
—Ups… no tiene que enterarse. Además de que amo mi trabajo, pero también amo los fines de semana de descanso y sexo desenfrenado con mi esposo —dice regodeándose y sube baja las cejas.
—Gracias por recordarme mi poca y casi inexistente vida s****l —. Hago una mueca y ella se ríe.
—¿Tan mal estuvo el abogado Salgado? —inquiere y volteo los ojos.
—Fueron los mejores tres minutos de mi vida —contesto irónica y ella suelta una carcajada.
—Y tan machote que se veía —. Hace una mueca de decepción.
—Ya no me dejaré llevar de apariencias, ni haré caso a tus recomendaciones porque mira en lo que terminan —. Finjo estar ofendida y ella se acerca a abrazarme.
Las horas se empiezan a pasar entre risas, chistes, la recreación de gran parte de la audiencia de hoy, porque Sam quería saber con detalles lo que había sucedido y cómo puse en evidencia las invalidez de las pruebas circunstanciales que tenían en contra de mi cliente.
Finalmente nos dieron las once de la noche y podíamos haber seguido, si no fuera porque su esposo la llamó preocupado por lo que no llegaba a la casa, lo que la hizo parar del sillón en el que estaba como si la hubieran jalado desde arriba y llamó un taxi, debido a que por el trago que habíamos tomado no podía conducir.
Camino hasta mi habitación y al ver el celular sobre la cama siento la tentación de revisarlo, ya que en todo el tiempo que estuve con Sam, lo olvidé por completo. La pequeña luz en el extremo superior está parpadeando, por lo que me dispongo a revisar las notificaciones que tengo… Varios correos de propaganda y una encuesta por la última compra por internet que había hecho, un correo de uno de esos clientes que no entiende lo que es horario laboral, una notificación del “Match your heart” y un mensaje de voz.
Ver mi primera notificación de la app de citas hace que mi corazón lata agitado y en este momento no me siento preparada para abrirla y ver cuál es mi primer prospecto de “hombre ideal”, así que decido escuchar el mensaje.
“Señorita Miller, habla Joaquín el contratista… la llamaba para decirle que la adaptación de su apartamento ya está terminada y si está de acuerdo, mañana al mediodía le haría entrega del lugar. Quedo esperando su respuesta… Tenga buen día”.
Apenas lo escucho no puedo evitar empezar a saltar como loca de la felicidad. Me apresuré a responder de forma escrita el mensaje, porque por lo tarde no lo iba a llamar.
Pasé la noche en vela, empacando lo que más pudiera y creo que lo emocionada que estaba me dio la adrenalina suficiente para que avanzara más de lo que había hecho en dos semanas.
Agradezco que sea sábado y la cita sea al mediodía, porque de un segundo a otro el sueño que no tuve en toda la noche, ahora me está atacando sin piedad y mis ojos se cierran solos.
(…)
Cuando dejé atrás a mi familia por cumplir un sueño y alejarme de Roman Darcy, veía tan lejano el poder comprar el apartamento de mis sueños, en una muy buena zona de la ciudad y en especial poderlo decorar como quisiera, pero ahora con la llave en mi mano y mi mirada que atravesaba el lugar desde la puerta hasta todas las esquinas visibles, me sentía la mujer más feliz y realizada en el planeta.
Míos eran ciento veinte metros cuadrados de esfuerzo, dedicación, ilusión y esfuerzo. Ahora solo quedaba terminar de traer mis cosas y como era poco el tiempo disponible que tenía entre semana para dedicarme a trastear, estaba decidida a contratar una empresa que hiciera todo y así poder empezar en el que sería mi hogar a partir de ahora.
Hice una videollamada con mis padres mostrándoles el lugar y después llamé a mi prima, quien estaba tan emocionada como yo. Las felicitaciones y el orgullo que sentían por mis logros me hacen sentir feliz y orgullosa de mí misma, lo que me lleva a querer ser imparable y seguir alcanzando metas.
Termino la llamada y un estruendo en el pasillo frente a mi apartamento me hace dar un respingo y salgo con cuidado a mirar lo que sucede. Abro la puerta lentamente y cuando me asomo, solo alcanzo a ver alguien levantándose del suelo, la puerta del frente cerrarse y las carcajadas de una pareja dentro de ese mismo apartamento, alteran la tranquilidad que hubo hasta hace unos minutos.
«No son ni las tres de la tarde y ¿ya están borrachos?», frunzo el ceño y respiro profundo para no dejarme dañar uno de los mejores días de mi vida.
(…)
La nueva semana de trabajo se me hace eterna y muy tensionante por el hecho de alistar mi traslado el fin de semana a mi apartamento, pero tengo la gran ventaja de que mi jefa y mejor amiga es muy comprensiva y no solo se encarga de algunas cosas que yo tenía pendientes, sino que me cubre en algunas reuniones dándome tiempo de estar pendiente de los de la mudanza.
Ya con todo listo y cargado en el camión, me despido con un poco de melancolía del apartamento en el que viví estos años.Sam y Leon, su esposo, vinieron a ayudarme, aunque no es mucho lo que hacemos, ya que los chicos y chicas de la empresa contratada, se mueven como hormigas por todo el lugar y dejan casi todo listo, por lo que yo me dedico a decirles dónde quiero que dejen cada cosa y mientras tanto mi amiga con su esposo, dan vueltas como si fueran turistas, lo que se ve algo gracioso.
El tiempo se pasó rápido y estamos agotados, por lo que después de irse los de la empresa, los tres quedamos tirados sobre los sillones de la sala. Parece como si un tractor nos hubiera pasado por encima y eso que no cargamos casi nada, pero sí siento haber caminado lo de una maratón dentro del apartamento.
La nevera está desocupada y aunque me muero de la vergüenza, les ofrezco un vaso de agua, que reciben complacidos y luego se retiran para dejarme descansar y disfrutar de mi nuevo hogar.
Los acompaño a la entrada del edificio y decido ir a comprar algo de comida en el supermercado a la vuelta. Empiezo a echar cosas en el carrito y al momento de pagar siento que se me fue la mano en la cantidad y ahora no sé cómo haré para cargarlas yo sola… Creo que mi cara me delata, haciendo que uno de los trabajadores se ofrezca a ayudarme con algunas bolsas hasta la entrada del edificio.
Le agradezco y ofrezco propina, para después quedar pasmada frente a la puerta, en ese momento el vigilante se acerca, pero primero llega a mí un chico con cejas pobladas, cabello castaño, mandíbula cuadrada, una barba incipiente, ojos verdes oscuros, muy varonil, como de metro ochenta de alto y un olor de colonia que entro por mis fosas nasales e hizo que todo se me olvidara.
—Hola, mucho gusto, Fernando —me saluda y se presenta extendiendo su mano.
—Ximena —contesto como idiota. «Ay, Dios… Está buenísimo».
—Te ayudo —. Sin esperar respuesta, recoge varias bolsas. Empieza a caminar con confianza y yo lo sigo con la única bolsa que me dejó.
Deja mis cosas en la entrada de mi apartamento y antes de poderle agradecer, la puerta del apartamento del frente se abre y una rubia en ropa interior y con una camisa de hombre encima se asoma, me mira de arriba abajo con desprecio y odio estar tan mal vestida.
—Cariño, te estoy esperando —le dice a Fernando y este se va. «¡El borracho!», bufo.
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Hola, bellas
¿Quieren conocer a Fernando? Vaya a mi IG @Julycladeletras y ahí está la imagen de este capítulo.
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Besos ♥