9. TIEMPO DE PAZ

1031 Words
Juliana descansa a mi lado, y agradezco haber aceptado la promoción del colchón doble y la base cama hace un año cuando me mudé. Su compañía, el apoyo que me ha brindado y ahora su presencia en mi habitación, con su rostro sereno y la respiración pausada mientras duerme, cambian por completo el ambiente del apartamento. Me siento parte de algo real. No puedo negar que, aunque no hubiera hecho nada físicamente, albergaba la pequeña esperanza de un "regalo visual", quizás una pijama bonita. Pero, en lugar de eso, lleva puesto un pantalón y una camisa de manga larga afelpada con dibujos de osos. Sonrío y meneo la cabeza, disipando esas tonterías; tiene sentido que vista algo abrigado con el frío capitalino, y más aún teniendo en cuenta mi incapacidad de ofrecerle calor extra. El celular de Juliana suena esporádicamente, y por su incomodidad, sé que es Jeferson. Me contó la típica historia del primer noviecito: ese amor inocente que nació con una cogida de mano entre vecinos, lleno de primeras experiencias intensas y secretas. La relación terminó cuando la señora María, su madre, lo descubrió. No aprobaba a Jeferson porque había dejado los estudios y llevaba una vida sin rumbo. Sin embargo, hace un año reapareció, diciendo que ahora era mecánico y había ahorrado lo suficiente para montar su propio taller. Todo parecía perfecto, hasta que Juliana le llegó de sorpresa al trabajo y lo sorprendió besándose con otra mujer. Desde entonces, le terminó, pero el susodicho no deja de acosarla. A pesar de que apenas podía moverme durante la primera semana, logré contactar a un vecino para que me compartiera internet mientras estaba incapacitado. No es que lo necesitara tanto, pero así aseguraba algo de entretenimiento para compartir con Juliana. También compré una s*********n a una plataforma digital por un mes, algo con lo que podíamos relajarnos por las noches. Desarrollamos una rutina: mientras ella hacía los quehaceres que yo no podía, charlábamos de nuestras vidas, gustos y sueños. Por las noches, nos turnábamos para escoger películas, entre risas y bromas. Así, sin casi darme cuenta (en parte por estar dopado la mayor parte del tiempo), llegó el día en que se acabaron los primeros medicamentos, señal de que ya habían pasado dos semanas de mi incapacidad. Con menos medicamentos, recuperé energía y mi mente ya no soportaba ver la casa medio desordenada. Mi pequeña "caleta" de ropa sucia fue descubierta en poco tiempo, aunque aún no podía encargarme de ella. Sin embargo, la limpieza de los pisos y el orden de la habitación ya no podían esperar. Sé que Juliana llega cansada después de todo el día, y hacer los deberes en una casa que no es la tuya debe ser agotador. Así que, midiendo el nivel de dolor que podía tolerar, me di cuenta de que tenía más movilidad. No puedo aún subir o bajar escaleras con facilidad, pero barrer, trapear y arreglar la cocina son cosas que puedo hacer, aunque me tome mucho más tiempo. Su cara de sorpresa cuando entró esa noche fue casi de disgusto. Al parecer, mis esfuerzos la ofendieron. —¿Tan mal estaba el apartamento que, así como estás, decidiste hacer todo el trabajo? No supe qué responder. En mi mente, era lo correcto. Juliana dejó sus cosas en la mesa, y mirándome con los brazos en la cintura, parecía a punto de darme una lección. —No es eso, Juliana. Me siento mejor, aún me duele, pero puedo hacer más cosas. Además, créeme, no querrás que yo cocine —le digo, regalándole una sonrisa, intentando calmarla. —¿Seguro que es solo eso, Max? ¿No será que no te gusta cómo hago las cosas? ¿O crees que no las hago bien? En parte, tiene razón. Creo que soy más meticuloso con el aseo, pero sería grosero decirlo. Su cara de enojo y esa postura de pelea me resultan extrañamente atractivas, haciéndome desear bajar su bravura con un beso algo brusco. —Estoy seguro de querer volver a mi normalidad para continuar las cosas donde las dejamos —le digo, acercándome para tantear terreno—. Según mis planes, nuestra relación ya debería estar definida y en otro nivel. Su expresión cambia por completo, como si no esperara que abordara el tema de forma tan directa. Aprovecho ese momento. —¿Crees que no pienso en que Jeferson sigue ahí, intentando que le des otra oportunidad? ¿Que no me tortura saber que tal vez pueda hacerte sentir más cosas que yo ahora? —La encaro con algo de indignación, ya a menos de un metro de ella—. ¿Crees que no noto los mensajes que no respondes o que cuando llegas aquí, tu celular está en silencio? —No tengo intención de volver con él, Maximiliano —su tono se suaviza—. Si no me gustaras, no estaría aquí contigo, por mucho que mi mamá lo quiera. Esas palabras me animan, y decido ser más audaz. —Entonces, ¿serías mi novia? Un breve silencio se instala entre nosotros. Luego, con una sonrisa, responde finalmente. —Sí, quiero ser tu novia, Maximiliano. Mi sonrisa se expande, y cierro la distancia para besarla como he querido desde hace tiempo. Sus labios siguen mi ritmo, todo perfecto, hasta que sus brazos se enredan en mi cuello, presionando nuestros cuerpos y recordándome mis dolencias. Juliana, apenada, se aleja un poco, sonrojada. —Casi nadie pide ahora ser novios —me dice con una sonrisa tímida. —Soy de los que prefieren ponerle un nombre a las cosas. Además, este tiempo me ha convencido de que quiero algo serio, no una relación abierta. Los siguientes quince días pasaron más rápido de lo esperado. Mi movilidad mejoró, y en la cita médica me renovaron la incapacidad por dos semanas más. Ocho días antes de que se cumpliera la última incapacidad, y tras la última visita de la señora María, Juliana volvió a su casa. Muy a mi pesar, me había acostumbrado a tenerla aquí por las noches. Su compañía era agradable, y había comenzado a explorar su cuerpo con más confianza, ahora que mi umbral de dolor me lo permitía.
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