Encontrar a mi padre en la sala de la casa fue una de las mejores experiencias y sorpresas del día, mes, incluso del año. Llevaba cinco años sin verlo, imaginando si estaba bien o había sufrido alguna anomalía que su familia desconocía. No sabía dónde se encontraba o si me extrañaba tanto como yo a él. Esos primeros días fueron la gloria, opacados por la furtiva y terrorífica llamada de Nicholas. Algo tan doloroso como eso jamás creí que podría ocurrirme, encerrándome a llorar tras la puerta de la habitación, alegando tener dolor de cabeza. Lloré hasta secarme por dentro, aun sin conocer los resultados de la prueba. La felicidad experimentada fue apagada en un santiamén, descubriendo que tras las oscuras nubes se ocultaban unas aún más penumbrosas. Ningún rayo de sol calentó ese coraz