Después de tres semanas sin ver a mi taheña, Andrea volvió a la prisión con novedades sobre ese tan elaborado plan que me sacaría de prisión en poco tiempo. Ella extrajo de una de sus muelas una especie de adhesivo que cubría una píldora verde.
Al principio no creí en ello, pero Andrea albergaba muchas esperanzas sobre esa libertad que nos marcaría un futuro juntos. Yo solo quise confiar en ella, sin importarme el delito que estaría cometiendo al falsificar una muerte. Si llegaban a encontrarme algún día, la pena sería mi muerte. Aunque, si lo pensaba bien, la muerte era mejor.
—¿Cómo conseguiste esto? —indagué tan novedosa medicina.
—Pagué por ella —respondió ella con determinación.
Su voz no titubeó ni un solo momento o me infundió temor al pensar que mentía. Ella me contó que Eric l
