Me llevó dos semanas sentarme en la cama y soportar el dolor que circulaba como un enjambre de avispas picándome todo el abdomen. La venda que me acompañó durante semanas, se impregnaba de sangre los primeros días cuando intentaba ponerme de pie sin ayuda, provocando sermones por parte de la enfermera. Era la segunda vez que pasaba por un momento como ese, pero esa vez fue peor que la anterior. Allí, en la cama de la enfermería, recordé los primeros días después de despertar del coma; recordaba con nitidez a Andrea apoyada en el umbral de la puerta, con sus hombros hundidos y la mirada perdida al no poder recordarla. Incluso, fue tan grande la fiebre sufrida por el óxido del cuchillo, que la infección me provocó severas alucinaciones. La primera de ella me condujo a un parque de atracc