Esa última pregunta difuminó esa cortina de humo que elevé para ocultar las verdaderas razones que me impedían ir a verlo. Me dolía demasiado no estar con él, pero sabía que estaba haciendo lo correcto al no asistir a esa prisión. Lo amaba con toda la fuerza de mí ser, pero en la parte más intrínseca, la antigua Andrea se erguía como bandera en la cima de un asta y no era tan sencillo como arrancar la tela.
—Él me lo pidió —proferí al sentir como mis ojos se humedecían.
—¿Desde cuándo obedeces órdenes? —Eric pulsaba en la dirección correcta. Quería herirme y lo consiguió de la forma más estúpida posible.
Dio algunos pasos a mi posición y colocó sus manos en mis hombros.
—La Andrea que conozco no se rinde tan fácilmente, menos cuando se trata de la persona que quiere. Sé que te escondes
