El abogado alegó que no podía estar detenido sin pruebas lo suficientemente fuertes como para encerrarme. Pero conociendo las leyes que gobernaban en ese lugar, él mismo me condujo de regreso a la celda, lanzándome adentro.
Caminé de un lado a otro durante esas horas, aferrándome a los barrotes como si pudiera traspasarlos o doblarlos con mis manos. Abrí una zanja imaginaria en el piso, deambulando como alma en pena, sin sosiego o esperanza de salir de allí.
Lo único que me mantuvo un poco cuerdo fue la zozobra por descubrir el nivel de razonamiento propio de Charles. Le dejé la pista algo confusa, enmascarada. Albergaba la esperanza de que pudiera entenderla, o al menos mirara al estante y notara mi teléfono, llamándola e indicándole mi nueva residencia.
Comenzaba a perder las espera
