Valentina
Me giré y me encontré con una mujer mayor, de mirada afilada pero sonrisa cálida. Su cabello gris caía en ondas suaves, perfectamente peinado, y sus ojos claros me evaluaban de pies a cabeza.
—Tía Giulia, —dijo Nicola con una voz relajada, mientras apretaba mi mano, como si buscara tranquilizarme.
Giulia se acercó, su vestido oscuro ondeando suavemente con cada movimiento. Había en su presencia algo que inspiraba respeto, como si fuera alguien acostumbrado a dominar cualquier lugar en el que se encontrara, incluso sin decir mucho.
—Bueno, bueno, —respondió ella con una sonrisa que iluminaba su rostro envejecido, pero lleno de vida. —Vine a conocer a tu hermosa prometida, ya que demorabas tanto en volver.
Sentí el peso de su mirada cuando sus ojos se posaron en mí. Me inspeccionaba como si quisiera leer mi alma, pero con un toque de ternura que me desconcertó.
No sabía qué decir. Me quedé quieta, mirando a Nicola antes de devolverle la sonrisa a la mujer frente a mí.
Ella caminó hasta estar a nuestro lado y, sin previo aviso, me abrazó con fuerza. Su gesto fue tan cálido y sincero que por un momento me dejé llevar, devolviéndole el abrazo.
Sus brazos eran fuertes para su edad, y su mano comenzó a frotar suavemente mi espalda, en un gesto tan maternal que por poco me hizo olvidar en qué situación estaba envuelta.
—Es un gusto conocerla, —respondí casi automáticamente, tratando de no sonar tan tensa.
—Oh, deja las formalidades, pequeña, —dijo con una sonrisa cálida en sus labios. —Ahora eres mi sobrina.
Sus palabras me sorprendieron, así que solo sonreí de manera tímida, sin poder evitar sentirme nerviosa. ¿Así de rápido ya era parte de la familia?
Giulia se quedó en silencio un momento más, su mirada fija en la mía. Luego, como si algo pesara en sus hombros, suspiró y dijo algo que no esperaba.
—Creo que les debo a los dos una disculpa por el comportamiento de mis hijos en el cumpleaños de Bianca.
El comentario me tomó desprevenida. Mi mente se volvió a esa noche, a los dos hombres que se acercaron a mí, coqueteando descaradamente, sin saber quién era ni con quién estaba relacionada.
—No te preocupes, tía, —dijo Nicola con una voz que sonaba extrañamente apaciguada. —Marco y Luca no sabían que Valentina estaba conmigo.
Ella nos sonrió, pero esta vez su sonrisa fue más tenue, casi nerviosa.
—De todas formas, me disculpo. —Dijo asintiendo suavemente. —Marco y Luca pueden ser unos tontos cuando no piensan con la cabeza correcta.
Nicola se tensó, aunque mantuvo la compostura. Podía ver en sus ojos un brillo peligroso, ese lado de él que siempre estaba latente, preparado para defender lo que consideraba suyo.
Era posesivo, claro, pero también ferozmente protector.
—Te agradezco que lo digas, tía, pero no te preocupes por ellos. Ya saben lo que pasa cuando cruzan ciertos límites. —Su tono fue sereno, pero cargado de amenaza.
Giulia se dio cuenta, inclinando levemente la cabeza antes de sonreír de nuevo.
—Claro, Nicola, claro... Lo sé. —Se giró hacia mí por un momento, con una mirada que parecía decirme que ahora era parte de todo esto, ya no había marcha atrás. —Cuida de él, sobrina, —susurró, como una especie de bendición antes de alejarse, su porte tan firme y decidido como cuando había llegado.
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho. No solo por la conversación, sino también por lo que significaba estar ahí, en medio de esa familia.
Nicola se giró hacia mí, sus ojos aún reflejando una preocupación que rara vez mostraba delante de otros.
—¿Estás bien, amore? —me preguntó en voz baja, acercándose para colocar una mano en mi cintura.
La calidez de su toque era reconfortante, pero al mismo tiempo, me recordaba que nunca estaría realmente libre de él. Su posesividad estaba ahí, siempre presente, incluso en los gestos más pequeños.
—Sí, estoy bien, —mentí.
Porque la verdad era que no sabía si alguna vez estaría bien en este mundo en el que me había sumergido.
Nicola me miró con una intensidad que me hizo estremecer desde la punta de los dedos hasta la base de mi espalda.
La brisa suave del patio apenas logró aliviar el calor que, de repente, subió por mi cuello. Sentía que me derretía bajo su mirada, y no estaba segura de si lo que sentía era miedo o... deseo.
—¿Quieres hablar de algo más? —preguntó él en voz baja, con ese tono que siempre usaba cuando quería que confiara en él, que abriera mi corazón.
Pero en ese momento, lo único que quería era esquivar cualquier tema que nos llevara más profundo.
—No, estoy bien, —dije rápidamente con una sonrisa que trataba de mantener genuina.
Nicola arqueó una ceja, dudando por un segundo, pero luego asintió, su mano aferrándose un poco más fuerte a mi cintura.
—Entonces entremos, —dijo con una chispa de emoción poco usual en sus ojos. —Estoy ansioso por presentarte a todos.
Mi sonrisa se amplió, pero con un toque de picardía.
Conocía bastante a Nicola como para saber que esa "ansiedad" no era solo por las formalidades. Le gustaba hacer declaraciones, marcar su terreno, dejar claro que nadie más tenía derecho sobre lo que él consideraba suyo.
Y ahora, al haberme puesto ese anillo, yo era "suyo". Una parte de mí se encogía ante ese pensamiento, pero la otra, la que parecía despertar más con cada mirada que me daba, lo entendía a la perfección.
—Lo único que quieres hacer es mostrarle a todos de quién soy, amore. —dije en tono de broma, pero mi voz tenía un tinte provocador.
La sonrisa de Nicola desapareció en el acto, y su rostro se tensó como si lo hubiera golpeado. Me miró tan intensamente que sentí el suelo tambalearse bajo mis pies. El aire cambió, y el calor que sentía ahora era asfixiante.
—¿Qué pasa? —pregunté, insegura.
Nicola no respondió enseguida.
En su lugar, se inclinó hacia mí, su pecho subiendo y bajando de forma acelerada, intentando calmarse.
Cuando finalmente habló, lo hizo con una voz tan baja y cargada de poder que me dejó paralizada.
—Dilo de nuevo. —Ordenó, no como una súplica, sino como un mandato.
Mi corazón dio un vuelco.
—¿Que quieres mostrarle a todos que soy tuya? —pregunté, confundida.
Pero en cuanto las palabras salieron de mi boca, comprendí que no era eso lo que había desencadenado su reacción. Era la otra palabra, la que había pronunciado sin pensarlo.
—Amore, —repetí, y lo vi estremecerse.
Cerró los ojos como si el sonido de esa palabra lo hubiera alcanzado como una caricia física. Respiró más rápido, como si tratara de contener una oleada de emociones.
—Lo siento, yo... no sabía que te molestaría. —me apresuré a disculparme, sintiendo que había cruzado una línea que desconocía.
Nicola abrió los ojos de golpe y su mirada, tan oscura y penetrante, me atravesó.
Antes de que pudiera dar un paso atrás, me empujó suavemente contra la pared cercana a la entrada del patio, y su cuerpo se alineó perfectamente con el mío.
El mundo se volvió pequeño, reducido solo a él y su cercanía. Sentí su respiración en mi rostro, y su olor familiar me envolvió, haciéndome difícil pensar con claridad.
—A partir de este momento, —dijo en voz baja, acercándose tanto que sentí su aliento cálido sobre mis labios. —No me llamarás de ninguna otra forma que no sea esa.
Su voz era una mezcla de deseo y orden, y lo comprendí.
No lo había molestado, todo lo contrario.
Había tocado algo profundo dentro de él, algo primitivo que apenas sabía controlar. Había despertado una bestia, y ahora ella no quería retroceder.
Nicola Moretti no era solo un hombre posesivo; él estaba extasiado al escucharme llamarlo de esa manera, y lo que vi en sus ojos en ese momento era puro deseo.
—Está bien, amore, —susurré, casi sin aliento.
En ese instante, su boca cayó sobre la mía, salvaje e indomable. Me besó con una intensidad que me dejó temblando. Sus labios eran exigentes, y yo me perdí en el torbellino que era su deseo.
Mi cuerpo respondió de inmediato, inclinándose hacia él, como si mi voluntad ya no me perteneciera.
Nicola me devoraba, no solo con sus labios, sino con cada movimiento de su cuerpo. Lo sentí estremecerse otra vez cuando susurré esa palabra contra su boca, casi sin querer.
—Amore... —gemí entre besos, y su agarre en mi cintura se hizo más fuerte, más posesivo.
Y con una sola palabra... la bestia estaba completamente desatada.