El cambio anhelado.
—¡Despierta Flor María! Ya está llegando el camión de mudanza. Ayúdame teniendo cuidado con mis porcelanas. Serán las últimas cajas que se van a subir. ¡Te las encargo! —Movió las cortinas para que me diera el sol en el rostro —. ¡Arriba! O ¿tendré que echarte una jarra de agua fría en el rostro?
Ella es mi madre, como no puede dormir hasta tarde porque se despierta bien temprano, va y se desquita conmigo sacándome de mi fantasía donde estoy vestida de geisha paseando de la mano con un hermoso chico en algún lugar de China.
—¡Mamá! ¿Por qué me engañas? Ellos vendrán por la mudanza en la tarde. ¡Déjame dormir! —Me tapo con las cobijas porque estoy cansada, me duele todo el cuerpo. Ayer estuvimos terminando de organizar miles de cajas, por tamaño y color, ah y poniéndoles su respectiva etiqueta. ¡Ojalá que no tengamos que volver a mudarnos en la vida!
—¡Bien! Me voy, pero en quince minutos te quiero lista en la cocina para que tomes el desayuno y entregues algunas cosas que he comprado para los vecinos… ¡Quiero que me recuerden! —Tiró de mis sábanas y se puso las manos en la cintura —. ¿De acuerdo?
Salió de la habitación dando madrazos porque había que actuar apenas ella lo mencionaba. Pero ya sabía que algo iría a hacer para obligarme a levantar.
—¡No! Muñeca, no. ¡Quédate quieta! ¡Ay que asco! Me babeaste la cara, niña ¡Ya! —Muñeca era una gran danés que nunca andaba suelta por la casa porque todo destrozaba. Tenía una habitación exclusiva para ella. No obstante, ahora había resultado que era la forma de mi madre hacerme levantar.
La agarré de su collar y la llevé hasta la cocina. Abrí la nevera y saqué un poco de agua.
—¡Oh! Te levantaste. Mira, esta es la lista de las cosas que debes entregar, están enumeradas. ¡Asegúrate de entregarlas en el lugar correcto! Les dices a mis amigas que pasaré en la tarde a despedirme. ¡Por favor! Y cómete el sándwich que te preparé, debes tener anemia, esas ojeras tuyas no son normales. —No quería ni siquiera tocar el plato del emparedado, estaba segura de que estaba hecho con puros vegetales. Pero como me quería evitar un nuevo regaño se lo ofrecí a Muñeca y bien gustosa de un solo mordisco lo desapareció.
—¡Bien! Buena chica. ¡Ahora vamos de paseo! Busca tu correa — Ella era fanática de ir a pasear así que con exclusivamente escuchar la palabra “correa” iba hasta su habitación y la traía sujetada entre sus colmillos.
Ahora debía ir a hacer las entregas, agarré las bolsas, las puse en la cesta de la bicicleta y até en mi panza el arnés de Muñeca.
Apenas mamá me vio pegó el grito en el cielo:
—¿Cómo pretendes salir así? En pijamas, con los ojos llenos de lagañas, despeinada como una loca. ¡No Flor María! ¿Qué van a decir mis amigas? Así no… Anda a cambiarte. —Me hizo bajar de la bicicleta y demás, esperé un poco, entonces apenas vi que se dirigió a su habitación con una gran caja, retrocedí y salí tal cual como estaba.
Sería la última vez que vería a esa gente. Estaba muy contenta de mudarme porque había varias niñas en el barrio que me hacían bullying porque no tenía papá.
Me llamaban “huerfanita”. Papi había sido víctima de un accidente de tránsito. Ya habían pasado dos años del accidente, pero yo seguía extrañándolo. Aunque los recuerdos que tenía me hacían creer que apenas había sido esta mañana cuando había ido a despertarme para llenar de besos mi rostro y decirme que yo “era la mejor niña del mundo”.
—¡Miren a quien tenemos aquí, a la huerfanita pulgosa! ¿Ya te adoptó el ropa vejero? —dijo una de las insoportables niñas que estaba acompañada de otras más.
Solté el arnés de mi cachorra y dije:
—¡Vamos muñeca! ¡Ataca! —Mejor que no hubiese hecho semejante cosa. La perra se abalanzó contra la niña y le mordió un brazo. Estaba muerta… ¡Mamá me iba a moler a palos!
—La próxima vez ten cuidado a quien le dices huerfanita. —Agarré el arnés y seguí en la dirección que llevaba a entregar todas las bolsas.
Cuando regresé a casa, ahí estaba la mamá de la niña y mi mamá esperando para guindarme.
—¡Flor María que decepción! ¿Cómo te atreves a hacer semejante barbaridad? Desde hoy estás castigada y a Muñeca la voy a llevar a la perrera. ¡No aguantaré una más! —La gran danés seguía en la casa porque era de mi padre. Él la cuidaba demasiado y la había entrenado.
—No fue mi culpa, la niña me atacó y ella me defendió. Además, ya estoy hasta la madre de que me estén insultando porque no tengo papá. Y si tú regalas a mi perra me tendrás que regalar a mí también. —Mi madre se acercó y me dio una bofetada, era la primera vez que me golpeaba y de paso en público.
Pero yo tenía un carácter de mierda y ni una lágrima derramé. La repasaba con mirada retadora. Sabía que ella era incapaz de hacer lo que había mencionado. Era el tipo de persona que hablaba mucho y hacía poco, también le había afectado la muerte de mi papá y ahora había conseguido tener paz desarrollando ciertas manías.
En cambio, yo con tantos insultos de los demás, me había endurecido y mis sentimientos creo que me los había tragado con alguna barra de chocolate.
Con doce años ya sabía defenderme de cualquier situación. Y como mamá me estaba obligando a ofrecerle una disculpa a la mamá de la niña afectada, asentí y le dije:
—De verdad estoy muy angustiada por lo que pasó. Solicito disculpas porque mi pobre animalito puede sufrir un ataque infeccioso por haber mordido a un germen como su hija. —Mi mamá se acercó y me tapó la boca:
—Vecina disculpe usted. De verdad lamento lo que le pasó a la niña. Le agradezco que me pase el monto de la medicación que le manden a su hija, ya tendré que solucionar el problema personalmente con esta irresponsable. —No podía aguantar la risa, pero es que ya me valía madres lo que toda esa gente pensará de mí.
Nos mudábamos e iba a poder tener una vida normal alejada de todas esas niñitas sangronas. La señora se ofendió porque le había insultado a su hija y también terminó dándole gracias a Dios porque nos íbamos.
—¡Estás castigada por dos meses! Y da gracias qué, que tú... —Se le quebró la voz, pero asumo que iba a mencionar a mi padre. Se fue corriendo a la casa y yo me quedé ahí afuera un rato sentada en las gradas, observando todo el alrededor.
Nos mudábamos a un lugar más pequeño en un vecindario más asequible. Mamá había vendido la casa porque ya no podía mantenerla. Lo que le daban por la indemnización ayudaba con algunos gastos. Sin embargo, a final de mes nos quedábamos cortas.
Mi madre nunca había tenido un empleo fijo y por ahora lo estaba considerando. Y aún más porque en unos años debo ingresar en la universidad. Aunque no quiero ser una carga para ella, por ende, apenas tenga edad para optar a un empleo lo haré.
Espero que mamá alguna vez pueda rehacer su vida y encontrarse un nuevo esposo para que deje de torturar mi vida. En esta casa todo es un problema, incluso si no coloco la ropa interior ordenada por colores. Debo organizarla desde el tono más claro al más oscuro.
Su trastorno Obsesivo Compulsivo hace que mi vida sea complicada en todos sentidos. Hasta en el morral me hace llevar los colores organizados y ni que se diga cuándo debo hacer alguna tarea y lanzó todos los lápices sobre la mesa. Incluso para pintar el dibujo debo iniciar por los colores claros.
Necesita terapia urgente o la que va a enloquecer seré yo. A medida que avanza el tiempo se vuelve más minuciosa con los detalles. Espero que ahora que nos mudamos dejé un poco la obsesión.
Casi todos los días me cuido de no llevarle la contraria, Sin embargo, de vez en cuando me gusta desordenarle los vasos, los paños de cocina, los sartenes. Intento que se canse de su manía, pero eso es más fuerte que ella.
Después de darme un baño, recoger las sábanas y lo último que quedaba en la habitación llegó el camión de mudanza. Ella se fue a despedir de sus amigas mientras subían todas las cosas, yo me quedé sentada en la escalera con Muñeca.
Sentía un poco de nostalgia dejar atrás la casa donde había vivido mis historias con papi. Pero por eso también había apoyado a mamá para que vendiera, era insano estar recordando tantas cosas que ya no tenían vuelta atrás, debíamos continuar con nuestra vida.
Regresó en un mar de lágrimas. Habían llegado los nuevos dueños y apenas sacarán las últimas cosas dejábamos de pertenecer a ese lugar.
Me subí en el auto de papá, era la primera vez que mamá lo conduciría después de lo que había sucedido, había querido conservarlo, era un Renault Logan plateado, estuvo algún tiempo en el taller y volvió a quedar como si nada le hubiese pasado.
Vi que terminó de firmar los últimos acuerdos, entregó las llaves, les estrechó la mano y se dirigió al auto. En el puesto de copiloto iba muñeca y yo en la parte de atrás.
—¡Ya está, nena! Vámonos… —Me volteé para ver cómo nos alejábamos de ese lugar. Lo que me encantaba era que ya no debía asistir a la misma escuela y por lo menos iba a conseguir alguna amiga.
Por lo visto a ellas también les alegraba que me iba y me hacían señales con sus manos. Yo les mostraba la lengua y hacía caras horribles. También saqué un letrero que con amor les había hecho y decía: “Enanas, púdranse todas”
Para mi edad era bastante alta, con cabello oscuro y ondulado. Mi profesor de deporte me aconsejaba que me inscribiera en básquetbol, pero aún no me había decidido porque sería un gasto más.