Al acecho —¡Qué injusta es la vida! Primero era mi madre la que me prohibía comerme a los tipos más buenos y ahora es mi amiga. Ya Diosito, ¿Qué más quieres de mí? —hablaba mirando al cielo, mientras yo le trataba de embutir una soda. Habíamos ido con un plan y no quería irme de allí sin que pudiera por lo menos escuchar aunque fuese una sola canción. Se quitó los tacones, los puso en la mesa y encima de ellos puso la cara para intentar detener el mareo. Mientras tanto, yo apenas podía quitar la vista de aquel hombre extraño. Me percataba de todo, sirvieron un trago, se lo tomó completo, revisaba en el bolsillo interior de su elegante flux color beige intentando encontrar algo parecido a un lapicero. No sé cuál era la razón, pero tenía una vibra perturbadora. Me senté al lado de Zhara