Los días van pasando y para la familia cada vez es más difícil aceptar que Ramiro no está. Sus risas, aquellas bromas que tanto divertían a su madre, todo aquello que lo animaba a ser un joven dispuesto a conseguir sus sueños, todo eso ha quedado en el pasado.
Y para Daphne las cosas no son diferentes. Se siente aturdida, como si le hubiesen arrancado a una parte de su alma. Para ella, Ramiro representaba una parte importante de su vida y a pesar de que cometió errores, no deja de sentir que nada será igual sin él a su lado.
—Hija, debes comer algo —La voz preocupada de Giacomo irrumpe en su habitación y cuando ella se sienta en la cama, al hombre no le pasa desapercibido el llanto desmedido que ha tenido su hija los últimos siete días.
—Entiende que no tengo hambre padre.
—Lo sé, no creas que no entiendo tu dolor, sé perfectamente lo que es perder al ser amado. Pero aun así, no puedes abatirte. Eres todo lo que tengo y si te pierdo, no sé qué será de mi vida.
—¿Cómo se supone que yo pretenda continuar con mi vida si él ya no está?
Antes de que Giacomo responda a la pregunta de su hija, su teléfono suena insistentemente y responde al ver que es Magnus.
—Señor Katsaros… Buenos días. Sí, justamente estoy con ella a mi lado —Giacomo extiende su teléfono hacia Daphne y ella lo toma con cierto nerviosismo. Sabe quién está del otro lado, el mismo hombre que siempre le ha producido sentimientos extraños.
—Buenos días, señor Magnus.
“Hola, Daphne. Quería invitarte hoy a una cena en casa, mi nieto dejó una suerte de testamento, a pesar de que era muy joven tenía muchas cosas organizadas y tú, debes estar presente.
—No sé si deba ir… No estoy en condiciones —pero Magnus no está dispuesto a una negativa.
“Enviaré a mi chofer por ti cerca de las siete. Procura estar lista para esa hora porque no me gusta que me hagan esperar.
Magnus corta la llamada, dejando a Daphne completamente perpleja. Acaba de decirle que no está disponible para ese tipo de cosas y aun así el hombre ha desoído sus deseos. Su padre le pregunta qué es lo que quería Magnus y cuando ella le explica, el hombre comienza a movilizar a todo el mundo y se deshace en preparativos para que Daphne pueda ir hasta la casa de sus exsuegros.
Pero Daphne no está dispuesta a mostrarse de una manera diferente a cómo se siente. Saca a todo el mundo de su cuarto y se encierra en el para prepararse. Sabe que a Magnus no puede hacerle un desaire como ese, pero también comprende que no puede dejar de ir, tal vez ella sea de ayuda para los padres de Ramiro.
Cuando se llega la hora, Daphne está en la entrada de su casa acompañada por su padre. Quien deja un suave beso en su sien y ella baja la escalinata hasta el vehículo en donde Barton le abre la puerta. Si él no supiera la verdad, diría que aquella muchacha en verdad es inocente y está dolida por lo que le ha ocurrido al nieto de su jefe. Pero para él solo es una mujer a la que los remordimientos la están matando.
Cuando llega a la mansión Katsaros, Dalila corre para abrazarla y se lleva las manos a la boca sorprendida del aspecto de la muchacha.
—¡Oh, por Dios, Daphne…! ¿Qué es lo que ha pasado contigo? ¿Estás enferma?
—Sí, pero de dolor —La muchacha respira profundo para no llorar en ese momento y Dalila sabe a lo que se refiere.
—No creí que la muerte de mi hijo te afectara tanto. Después de todo lo de ustedes solo llevaba algunos meses.
—Es verdad… pero nuestra amistad comenzó mucho antes que eso. Ramiro siempre será parte importante de mi vida… Aunque ya no esté conmigo.
—Ven, vamos a la sala con mi esposo mientras la cena está lista.
Rómulo se acerca a ella para saludarla y los dos se funden en un abrazo que pretende ser consolador. Los tres comienzan a hablar de lo difícil que ha sido aquella semana y Dalila no puede evitar emocionarse cuando recuerda detalles mínimos de su día a día con Ramiro.
—Puede ser que yo no lo haya llevado en mi vientre… Pero nadie puede cuestionar mi amor de madre por Ramiro… —Daphne asiente y en ese momento, Magnus hace su entrada triunfal.
Daphne se lo queda viendo como un cervatillo cegado por una potente luz en medio de la más oscura noche. Va con un impecable traje n***o y su porte imponente. Ella se pone de pie para saludarlo y cuando estrecha su mano nota la frialdad en el cuerpo del hombre, una que la estremece.
—Buenas noches, señor Magnus… Gracias por invitarme.
—Era la última voluntad de nieto… —dice con tono serio sin darle mucha importancia a la chica—. Pasemos a la mesa, la comida ya está lista.
La cena transcurre tranquila y sin mayores palabras. Luego se lee la carta que Ramiro tenía a modo de testamento y para Daphne solo queda una carta, la que guarda cuidadosamente en su bolsillo y después de eso decide que es momento de retirarse.
Se despide amablemente de Magnus y Rómulo. Nuevamente sus ojos se posan en aquel hombre que la mira con una expresión rara, haciendo que su cuerpo se estremezca.
—Querida, no dejes de venir —Le dice Dalila—. Ramiro te quería mucho… Y nosotros también.
—Intentaré hacerlo… Venir aquí y no verlo es muy difícil. Pero lo intentaré, se lo prometo.
Daphne les dedica una última mirada antes de subirse al auto y mientras deja la propiedad, Magnus comienza a trazar su estrategia para llevar a cabo su venganza.
Una hora después, cuando Barton llega a la casa, se acerca al despacho de su jefe y con gesto casi militar, le dice.
—La señorita Marini ya está en su casa. En el trayecto no leyó la Carta.
—Bien… Necesito que a partir de mañana comiencen a acondicionar la casa de campo.
—¿Se irá unos días para descansar, señor?
—No… En esa casa habrá cualquier cosa menos descanso. Quiero que pongas solo a un pequeño grupo de gente que se ocupe de ella y que sean de mi más absoluta confianza, los más discretos —Magnus se pone de pie con esa expresión severa que a Barton le advierte lo que se avecina—. He vivido lo suficiente para reconocer a una mentirosa… Y esta no se escapará de mi venganza.