Anaís lloraba desconsolada, y sus amigas ya no sabían que más decirle.
—Creo que esa doctora se equivocó —dijo Evelin.
—No, Evelin, ella no se ha equivocado, yo misma vi y no escuché nada, mi bebé no existe, nunca existió —hablo entre lágrimas.
—Cálmate, esto no te hace bien —Fanny tomo sus manos y las acaricio —aquí estamos y te apoyaremos, no estás sola, tu esposo tiene que saber lo que pasa y juntos van a salir adelante.
—No me siento preparada para decirlo.
—Anaís, no seas terca, él es el padre de ese bebé.
—No hay bebé Fanny.
Evelin y Fanny se miraron, no tenían más palabras.
En horas de la tarde, ellas llevaron a Anaís a su casa, quien pensó que su esposo estaría trabajando, pero el hombre llegó temprano.
—Cariño, ¿cómo te fue en el médico? ¿Cómo está nuestro bebé?
Anaís quedó de piedra y las lágrimas se intensificaron más. Rafael no entendía lo que le pasaba.
—¿Qué pasa?
—No hay bebé —dijo entre sollozos.
Rafael no respondió nada, solo se limitó a abrazarla. Ella se sintió peor, pues deseaba escuchar alguna palabra de él, pero jamás salió una. Su llanto se volvió más intenso.
—Ya no llores nena —Rafael le daba leves palmadas en la espalda —Todo estará bien.
—¿No lo entiendes?
Rafael sostuvo su rostro en sus manos.
—Cuando estés más calmada, me cuentas lo que te dijo la doctora, ¿sí?
Anaís pasó las siguientes semanas, diciéndose a sí misma que quizás la doctora se había equivocado, que su bebé estaba en su vientre y que en el próximo ultrasonido se vería sano y fuerte.
Llegó la fecha en que cumplía las 12 semanas, todo parecía normal, ella hizo los oficios de la casa mientras su esposa estaba en la empresa de sus padres.
¡Ring!
¡Ring!
De pronto el teléfono de la casa empezó a sonar.
—¡Aló!
—Hija, ¿Cómo estás? —escuchar esa voz la tranquilizó.
—Mamá, estoy bien. ¿Paso algo? Nunca llamas a este número.
—Eso pregunto yo, te estoy llamando a tu celular pero no atiendes.
—Lo siento, estaba ocupada con la limpieza de la casa, ya sabes y de seguro el celular lo tengo en silencio.
—¿Para qué un celular en silencio? Nunca podré entender eso.
—Ja, ja, ja, tampoco, yo.
—¿cómo estás?
—Estoy bien, todo normal.
—Cuídate hija, si necesitas algo, sabes que cuentas conmigo y tu hermano.
—Tranquila, todo está bien.
La cena de Anaís, fue en silencio con su esposo. Ninguno hablo de nada, ya era una costumbre entre ellos, lo que la hacía sentir sola. En horas de la madrugada, Anaís, empezó a sentir mucho dolor en su vientre, daba vueltas en la cama, pero nada calmaba tal molestia.
—Anaís, ¿Estás bien? —pregunto un soñoliento Rafael.
—M... Me... Duele —ella arrastraba las palabras, el dolor era tan intenso que no podía soportarlo.
Rafael se frotó los ojos, se sentó y prendió la luz de la lámpara, para después enfocar su mirada en su esposa, la cual tenía una expresión que claramente indicaba lo mal que estaba.
—Cariño, ¿Qué pasa?
—Me duele —repitió
—Respira profundo.
Anaís, después de una hora, los dolores se calmaron. Cuando el reloj marco las 4 de la mañana, estos se hicieron presentes de nuevo, pero trato de no molestar a su esposo, sin embargo, la alarma sonó haciendo que Rafael se levantará.
—¿Dolores otra vez?
Anaís asintió.
—Te busco una pastilla, quizás eso te ayude.
—No voy a tomar nada Rafael.
—Ok, me iré a bañar porque tengo que ir al trabajo.
—¿Vas a trabajar? —pregunto ella incrédula.
—Amor, tengo que hacerlo, pero tranquila, todo estará bien, si los dolores siguen, anda al médico, le marcaré a mi madre para que vengan y te ayude.
—Aja —Las lágrimas se deslizaron por el rabillo de los ojos de ella.
Rafael se alistó y salió rumbo a su trabajo, dejando a su esposa con intensos dolores. Ezra llegó horas después, ese día no tenía clases, y su mamá le había dado permiso que fuera a casa de Anaís.
—¿Te sientes bien? —pregunto el niño al verla que no caminaba bien.
—Sí, tranquilo, estoy bien. Me iré a acostar, ahí tienes la TV, puedes ver algo ¿ok?
—Está bien, vecina.
Anaís regresó a su habitación, pero una hora después un dolor más fuerte la golpeó en el vientre, tanto que grito y la sangre pinto las sábanas blancas de la cama.
El rostro de Anaís palideció, el temor la invadió, se levantó con rapidez, pero por sus piernas corría sangre. Ezra llego corriendo y también se asustó.
—Vecina, ¿qué pasa?
—Ezra, tranquilo, no pasa nada.
—Pero está llena de sangre.
—¿Puedes pasarme el celular? Lo dejé en la sala.
El niño fue corriendo como un rayo y en cuestión de segundos estaba de regreso.
—Aquí tiene.
Anaís marcó el número de la casa de sus suegros, pero nadie contestaba, al tercer intento, la voz de su suegro se escuchó.
—Tengo mucho dolor y estoy sangrando.
—Anaís, vamos en camino.
Luego de colgar la llamada, fue al baño, se sentó en el piso al sentir como otro dolor la invadía, el cual me daba la sensación como si se estuviera partiendo en dos. Un chorro de sangre salió de su interior, junto con algo que tenía la forma de una bolsa. Anaís estaba blanca como una sábana.
¡Toc!
¡Toc!
¡Toc!
—¿Anaís?
—Señora Gladys.
—Déjame ayudarte.
Anaís abrió la puerta y Gladys entro, la ayudo a levantarse y le preparo un baño.
—¿Cómo es qué?
—Ezra fue a buscarme, está muy asustado.
—No fue mi intención.
—No te preocupes, es un niño al que le gusta ayudar, así ven, te ayudaré a bañarte y yo limpiarle todo esto.
—Qué pena.
—Nada de pena, estamos para ayudar, Anaís.
Con la ayuda de ella, Anaís se duchó y se colocó otro vestido. Una hora después, sus suegros llegaron y fue llevada a la clínica, Al ingresarla, le hicieron un ultrasonido vaginal, dónde mostraba que había tenido un aborto, tal cual como la doctora le indico que pasaría.