Anaís observaba con paciencia cómo su hija Noemí, de quince años, intentaba elaborar una flor eterna con las manos temblorosas. Los pétalos no quedaban como su madre le había explicado y la frustración comenzaba a reflejarse en su rostro. —No te preocupes, cariño —dijo Anaís con una sonrisa alentadora—. Al principio es difícil, pero con práctica lo lograrás. Noemí suspiró y volvió a intentarlo, esta vez con más cuidado. Mientras trabajaban en las manualidades, Anaís decidió cambiar de tema para aliviar la tensión. —¿Vas a jugar fútbol esta tarde? —preguntó, ya que su hija formaba parte del equipo femenino. Noemí negó con la cabeza, sin apartar la vista de su flor. —No, mamá. Sara está enferma y no quiero ir sin ella. Anaís asintió, sabía que ambas son las mejores amigas y siempre and