Los gemidos de placer se escuchaban por toda la habitación del hotel. -¡Oh Yasir! ¡Más, por favor! Mariana jadeaba su nombre cada vez que ella se acercaba al placer. Estaba amarrada desnuda amarrada a la cama, sobre sus pies y sus manos con una venda de terciopelo verde esmeralda en los ojos. Yasir sabía que estaba cerca de correrse. Le dio un azote en el trasero que lo dejó marcado y ella pegó un gritico. No vas a correrte aún. Cuando yo lo diga. No puedo contenerme más. —Vamos Mariana, claro que puedes. Dejó de hacer lo que estaba haciendo y se inclinó un poco hacia ella para quitarle el cabello de los ojos. —Hasta que no me prometas que vas a dejarte llevar de mi y harás lo que te digo. No dejaré que te corras. La mujer estaba cansada de tantas veces que había estado en un punto