CAPÍTULO DOS
Avery llegó a la puerta de Rose pasada la una de la tarde. Ella vivía en un apartamento en planta baja en una zona decente de la ciudad. Tenía como pagar el apartamento debido a las propinas que recibía como barwoman en un bar de clase alta, un trabajo que había encontrado poco después de la mudanza de Avery a la cabaña. Su trabajo antes de ese había sido un poco menos glamoroso. Había sido mesera en un restaurante y trabajó editando para empresas publicitarias en su apartamento. Avery deseaba que Rose terminara la universidad, pero también sabía que, entre más la presionaba, Rose se sentiría menos inclinada a elegir ese camino.
Avery llamó a la puerta, sabiendo que Rose estaba en casa porque su auto estaba estacionado al lado de la calle. Incluso si eso no la hubiera hecho saber que estaba en casa, desde que se había mudado sola, Rose había optado por aceptar trabajos donde entraba en la noche para poder dormir hasta tarde y pasar todo el día echada en casa. Tocó con más fuerza cuando Rose no respondió y pensó en gritar su nombre. Ella decidió no hacerlo, pensando que su voz sería aún menos bienvenida que la del arrendador que Rose estaba tratando de evitar.
«Probablemente sabe que soy yo porque llamé antes de venir», pensó.
Dado eso, supuso que lo mejor era recurrir a lo que mejor sabía hacer: negociar.
—Rose —dijo, tocando otra vez—. Abre la puerta. Es tu madre. Y hay frío.
Ella esperó un momento, pero no escuchó respuesta. En lugar de tocar otra vez, se acercó a la puerta con calma, parándose lo más cerca de ella posible. Cuando volvió a hablar, levantó la voz lo suficiente como para ser escuchada adentro, pero no lo suficiente como para hacer una escena en la calle.
—Puedes seguir ignorándome si quieres, Rose, pero no me voy a ir. Y si quiero volverme obsesiva al respecto, recuerda lo que solía hacer para ganarme la vida. Créeme que tengo formas de enterarme dónde te encuentras en cualquier momento dado. O puedes hacer todo más fácil y simplemente abrir la maldita puerta.
Volvió a tocar después de decir eso. Esta vez, Rose abrió la puerta en cuestión de segundos. Se asomó como una mujer que no confiaba en la persona que estaba al otro lado de la puerta.
—¿Qué quieres, mamá?
—Pasar.
Rose lo consideró por un momento y luego abrió la puerta del todo. Avery hizo lo posible por no darle demasiada importancia al hecho de que Rose había perdido algo de peso. Bastante peso, en realidad. También se había teñido el cabello color n***o azabache y se lo había alisado.
Avery entró y encontró el apartamento muy limpio. Había un ukelele en el sofá que se veía muy fuera de lugar. Avery lo señaló y le dio una mirada interrogante.
—Solo quería aprender a tocar algo —dijo Rose—. La guitarra toma demasiado tiempo y los pianos son muy costosos.
—¿Eres buena? —preguntó Avery.
—Puedo tocar cinco acordes. Casi puedo tocar toda una canción.
Avery asintió, impresionada. Estuvo a punto de pedirle que tocara la canción, pero lo pensó mejor. Luego pensó en sentarse en el sofá, pero no quería parecer como si estuviera abusando de su hospitalidad. Estaba bastante segura de que Rose no la invitaría a sentarse de todos modos.
—Estoy bien, mamá —dijo Rose—. Si estás aquí por eso…
—Sí, estoy aquí por eso —dijo Avery—. Y llevo tiempo queriendo hablar contigo. Sé que me odias y me culpas por todo lo que pasó. Eso apesta, pero puedo lidiar con eso. Pero hoy me llamó tu arrendador…
—Dios mío —dijo Rose—. Ese idiota codicioso no me deja en paz y…
—Quiere su renta, Rose. ¿La tienes? ¿Necesitas dinero?
Rose hizo una mueca ante la pregunta y dijo: —Me gané trescientos dólares en propinas anoche. Y hago casi el doble de eso en propinas los sábados por la noche. Así que no… No necesito dinero.
—Excelente. Pero… bueno, también me dijo que está preocupado por ti. Que se enteró de algunas cosas que dijiste. No me mientas, Rose. ¿Cómo estás de verdad?
—¿En serio? —preguntó Rose—. ¿Cómo estoy de verdad? Bueno, extraño a mi papá. Y estuve a punto de ser asesinada por el mismo pendejo que lo mató. Y aunque también te extraño, no puedo ni siquiera pensar en ti sin recordar cómo murió. Sé que eso no está bien, pero te odio cada vez que pienso en papá y en cómo murió. Y pensarte también me hace darme cuenta que he sufrido desde que empezaste a trabajar como detective.
Fue difícil escucharlo, pero también sabía que pudo haber sido mucho peor.
—¿Estás durmiendo bien? —preguntó—. ¿Y comiendo bien? Rose… ¿Cuánto peso has perdido?
Rose negó con la cabeza y comenzó a caminar hacia la puerta.
—Me preguntaste cómo estoy y ya te contesté. ¿Estoy feliz? Por supuesto que no. Pero no voy a cometer una estupidez, mamá. Cuando todo esto pase, estaré bien. Y pasará. Yo sé que pasará. Pero no puedo tenerte cerca, sino jamás lo superaré.
—Rose…
—No. Mamá… eres tóxica para mí. Sé que has intentado arreglar las cosas entre nosotras, que llevas varios años intentándolo. Pero no está funcionando y creo que jamás funcionará teniendo en cuenta los acontecimientos recientes. Así que… vete, por favor. Vete y deja de llamarme.
—Pero Rose, esto es…
Rose rompió a llorar, y luego abrió la puerta y gritó: —Maldita sea mamá, ¿podrías dejarme en paz?
Rose luego bajó la mirada al piso, ahogando sus sollozos. Avery contuvo sus propias lágrimas mientras accedió a su petición. Le pasó por al lado, restringiéndose a sí misma para no abrazarla ni responderle. Simplemente salió por la puerta.
Pero la puerta cerrándose de forma violenta tras ella quizá fue lo peor de todo.
***
Avery ya estaba llorando, y ni siquiera había puesto su auto en marcha. Para cuando se encontró de nuevo en la carretera dirigiéndose a su nuevo hogar, estaba haciendo todo lo posible para contener sus sollozos. Lágrimas corrían por sus mejillas, y se dio cuenta de que había llorado más en los últimos cuatro meses que en toda su vida. Primero había sido muerte de Jack, luego la de Ramírez. Y ahora esto.
Tal vez Rose tenía razón. Tal vez ella era tóxica. Porque, a fin de cuentas, ella era la culpable de las muertes de Jack y Ramírez. Su carrera ambiciosa había llevado al asesino a sus seres queridos y, como tal, se habían convertido en sus objetivos.
Y esa misma carrera había alejado a Rose. Por no mencionar el hecho de que esa misma carrera había llegado a su fin. Avery se retiró poco después del funeral de Ramírez y, aunque sabía que Connelly y O'Malley le habían dejado las puertas abiertas, era una invitación que sabía que nunca aceptaría.
Se detuvo en su entrada, estacionó el auto y entró con lágrimas todavía corriendo por sus mejillas. La triste realidad era que su vida estaría completamente vacía si abandonaba su carrera. Su futuro marido había sido asesinado, junto con su ex esposo, y ahora, la única superviviente de su pasado, su hija, no quería tener nada que ver con ella.
«Y en lugar de solucionarlo, ¿qué hiciste?», se preguntó a sí misma.
Casi sonaba como la voz de Ramírez, señalando cómo estaba empeorando las cosas:
—Dejaste la ciudad y huiste al bosque. En lugar de enfrentar el dolor y una vida que se había puesto patas arriba, huiste y pasaste varios días bebiendo para olvidar. ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Volver a huir? ¿O tal vez deberías solucionarlo?
Sin embargo, a lo que entró en la cabaña, se sintió más segura de lo que se había sentido parada en la puerta de Rose. Parecía disminuir el dolor que había provocado el hecho que su hija le había tirado la puerta en la cara. Sí, la hacía sentirse como una cobarde, pero simplemente no encontraba otra forma de lidiar con eso.
«Ella tiene razón. Soy tóxica para ella. En los últimos años, lo único que he hecho es dificultarle la vida. Todo comenzó cuando puse mi carrera por encima de su padre y luego se agravó cuando, sin importar lo mucho que lo intentara, mi carrera llegó a ser hasta más importante que ella. Y aquí estamos de nuevo, en conflicto, aunque ya no ejerzo mi carrera. Y es porque me culpa por el asesinato de su padre… y no está exactamente equivocada», pensó.
Caminó lentamente hacia la cama que aún no había terminado de armar. Su caja fuerte personal estaba allí, entre la cabecera y el somier. Mientras la abría, se le vino a la mente el momento en el que entró en la sala de estar de Jack y encontró su cuerpo. Pensó en Ramírez en el hospital, ya gravemente herido antes de su asesinato.
Era la culpable de todo. Y jamás se perdonaría a sí misma.
Metió la mano en la caja fuerte y sacó su Glock. Se sentía familiar en sus manos, como un viejo amigo.
Seguía llorando mientras apoyaba su espalda en la cabecera. Miró la pistola, estudiándola. Había estado en su cadera o espalda durante casi dos décadas, más cercana a ella que cualquier ser humano. Así que se sintió demasiado natural cuando se la colocó debajo de la barbilla. Se sentía fría, pero firme.
Soltó un sollozo mientras la acomodó, asegurándose de que la bala atravesaría en el mejor ángulo. Su dedo encontró el gatillo y se estremeció.
Se preguntó si siquiera escucharía la explosión y, si lo hacía, si sonaría tan fuerte como Rose tirando la puerta detrás de ella.
Su dedo se curvó alrededor del gatillo y cerró los ojos.
En ese momento sonó el timbre, sobresaltándola.
Su dedo se aflojó y todo su cuerpo quedó inerte. La Glock cayó al suelo.
«Casi —pensó mientras su corazón bombeaba adrenalina en su torrente sanguíneo—. Otro cuarto de segundo, y mis sesos estarían salpicados por toda la pared.»
Miró la Glock y la pateó con fuerza, como si fuera una serpiente venenosa. Sujetó su cabeza con sus manos y se secó las lágrimas.
«Estuviste a punto de suicidarte —dijo en su mente la voz que podría o no ser Ramírez—. ¿Eso no te hace sentir como una cobarde?»
Echó el pensamiento a un lado mientras se puso de pie y se dirigió a la puerta principal. No tenía idea de quién podría ser. Se atrevió a esperar que fuera Rose, pero sabía que no lo era. Rose se parecía mucho a su madre en ese sentido, terca a más no poder.
Abrió la puerta y no encontró a nadie. Sin embargo, vio la parte trasera de un camión de UPS saliendo de su entrada. Bajó la mirada y vio una pequeña caja. La cogió y leyó su propio nombre y nueva dirección, escritas en una letra muy bonita. La dirección del remitente no mostraba ningún nombre, solo una dirección de Nueva York.
Entró en la cabaña con la caja y la abrió lentamente. La caja no pesaba nada y, cuando la abrió, se encontró con una bola de periódico. Rompió todo el periódico y encontró una sola cosa esperándola abajo.
Era una sola hoja de papel, doblada por la mitad. La desdobló, y cuando leyó el mensaje adentro, su corazón se detuvo por un momento.
Y, en un abrir y cerrar de ojos, Avery ya no sintió la necesidad de suicidarse.
Ella leyó el mensaje una y otra vez, tratando de darle sentido. Su mente estaba trabajando para buscar una respuesta. Y con algo como esto para averiguar, el mero pensamiento de morir antes de resolverlo la hacía estremecerse.
Se sentó en el sofá y se quedó mirándolo, leyéndolo una y otra vez.
¿quién eres tú, Avery?
Atentamente,
Howard.