—No te hagas daño, pequeña —Valentino la sujetó de la cintura, impidiendo que ella lo tome, ya que había empezado a mover las caderas hacia arriba para recibirlo—. Si no tienes cuidado, podría dolerte. —Lo quiero, por favor...—pidió gimiendo, sintiendo el placer inyectarse en sus venas, mientras la lubricación la mojaba cada vez más, ansiosa por tenerlo dentro. Valentino frotaba los pliegues hinchados solo con el glande, torturándola, ya que sentía la necesidad imperiosa de sentirlo penetrarla. —No me hagas perder el control, soñadora, estoy intentando no lastimarte —se ubicó en su entrada, pero sin ingresar todavía—. Tienes que... ¡Joder!. Gruñó cuando la joven lo envolvió con sus piernas por la cintura, levantando la cadera al mismo tiempo, logrando que el tronco del hombre entrara un