Capítulo 1.1 y Capítulo 2 Miradas Nebulosas

3579 Words
.... —Dentro de ustedes está la supervivencia de todos nosotros, hoy les digo que pagarán con creces la infancia privilegiada que les fue concedida, nos regresarán en forma de sangre y lágrimas lo que hemos conferido. Hoy ustedes deberán abandonar todo rastro de infancia, porque a partir de mañana no serán más lo niños de Ethev, serán conocidos en todo Sammeoph como los “Guerreros Eternos” — Esas frías palabras helaron el corazón de los futuros guerreros, el contraste era abrumador ya que ese hombre que hoy les hablaba de una manera tan calculadora antes se refería a ellos sólo como un padre lo haría, todos tenían recuerdos de él curando sus heridas, él era ese consejero que nunca juzgaba pero siempre hablaba de la rectitud del hombre, pero más que sus palabras, el rostro era lo más perturbador, su expresión era la de un hombre que estaba apunto de perder a sus hijos. El vacío que los jóvenes sintieron amenazante en sus entrañas al final resultaría lamentablemente… ser lo mejor de la noche. Después del estruendo que significaron dichas sentencias, el Mayor cedió la palabra a su mano derecha, el doctor responsable de toda la operación desde que ésta era una efímera promesa. Un buen hombre sin duda aunque el autor de los primeros terrores nocturnos de los niños ya que muchas veces clamaron que la nariz del buen galeno parecía desprenderse cuando hablaba, al igual que sus largas y velludas orejas; ese era precisamente el Doctor Fabián Emuar, un hombre en el cual la vejez se había tendido sin misericordia alguna, a pesar de tener rastros de un linaje africano el caballero definitivamente era sobreviviente de mejores tiempos, las arrugas en su piel enmarcaban dadivosamente todo su rostro, y el encorvamiento de su espalda fue muchas veces la gracia de sus pupilos; el buen doctor a pesar de sus años también se veía perturbado por las palabras de su colega o tal vez las por las que él en breve tendría que enunciar. Mientras el Doctor Emuar caminaba hacia el fondo del salón las luces se apagaron y una enorme pantalla se iluminó. En esta había un esquema genético, largas y augustas cadenas de ADN, los planos del hombre estaban siendo desplegados ante los ojos de los presentes, un simplista espectáculo, una vaga distracción. Finalmente todo eso se detuvo, y por un segundo la habitación perdió toda fuente de luz, a pesar de que esas tinieblas no duraron, les permitieron a los jóvenes divagar un poco acerca de la noche y los misterios que aún la envolvían, acertijos que sin duda alguna serían resueltos con un perverso aire de crudeza. Finalmente la pantalla reinició su labor, y lo que está reveló fueron grabaciones, antiguos documentos audiovisuales en los cuales se podía admirar el nacimiento de los guerreros. El Doctor se puso a un lado de la pantalla e irrumpió el pensamiento de todos. —Esto que ven aquí es el nacimiento de la esperanza, cada uno de ellos es...—. Emuar calló por un par de segundos, su respiración era agitada, sus ojos vidriosos deambulaban por cada rincón de la habitación como deseosos de una luz que le iluminara para lo que estaba a punto de decir. —Cada uno de ellos es un arma genética... seres creados con el propósito de salvaguardar a Sammeoph, son manifestaciones de nuestro intelecto, son criaturas diseñadas para satisfacer nuestras necesidades de paz y seguridad—. Esa fue la devastadora noción expresada por quien los trajo al mundo, en los oídos, en las mentes de estos seres solamente resonaba esto: “arma genética”, no podían más que preguntarse — ¿Qué clase de monstruos somos?, o de hecho... ¿qué somos?—. Todos estaban abrumados por tal declaración, bueno, casi todos. La hermosa Laithemi permanecía en silencio sin expresar ningún tipo de sorpresa, a decir verdad su mirada de esmeralda no veía hacia ninguna dirección en particular, sus purpúreos rizos adornaban su pálida tez de manera estática, mientras que todos sus compañeros movían sus cabezas, dispersaban sus miradas, ella simplemente admiraba el vacío ante ella. Sin embargo la confusión de sus camaradas estaba resultando en pequeños espasmos verbales, siseos y molestos ruidos. Sus ojos rasgados contemplaron a cada uno de sus hermanos y con ceño fruncido les habló: —Ya sé que esta no es la manera de enterarse de las cosas, no entre tanta gente que no conocemos, pero, ¿Qué acaso no nos educaron los mejores?, ¿No pueden acallar sus lenguas?, al menos yo quiero oír el resto de la verdad, porque el que nos llamen “arma genética” no me parece que se dirija a ser lo peor de la noche. ¡En este momento se callan!, así de sencillo, no quiero escuchar nada más—. Sus airadas palabras aplacaron la angustia de sus hermanos, al menos de una manera superficial, porque en su interior aún navegaban perdidos en la incertidumbre. El Doctor Emuar vio todo con lujo de detalle, pero prefirió no prestar atención y así prosiguió: —Ellos son un proyecto aún en progreso...—. Mientras pronunciaba estas palabras alguien entre el público levantó su voz sofocando la del Doctor. —Ya sabemos que está en progreso, pero llevan quince años en progreso, ¿Cuándo voy a ver el poder superior que nos prometieron?, he perdido mucha credibilidad desde que apoyé su guardería, creo que es hora de que nos hable más claro Doctor —. Casi sin prestar atención a sus palabras Emuar prosiguió —He visto que la mayoría de los individuos aquí presentes rebuscan, cavilan tediosamente acerca de estos jóvenes, sus miradas hurgan cada pequeño detalle de la fisonomía de estos hijos de Ethev. Pues bien, déjenme ilustrarles. No hay tal diferencia. En este momento no encontrarán ningún indicio de su poder, en este momento en el exterior ellos son nuestros semejantes, por desgracia o por fortuna eso está a punto de cambiar —. Emuar miró fijamente a cada uno de sus pupilos, se dejó embelesar por cada facción, cada ardid genético que ellos ostentaban, pero el tiempo era como siempre amigo y enemigo, antitesis de la sociedad, por lo tanto en un aire menos paternal y más solemne continuó. —Los sujetos de estudio están en la primer fase del experimento; un estado primitivo, un estado más humano, sin embargo en cuestión solo de días avanzarán a la segunda fase, y ahí caballeros, es cuando la situación se tornará bastante distinta, cada uno de ellos abandonará esta sencilla forma para obtener un estado superior, ellos cambiarán, sus personas serán alteradas y perfeccionadas, sus habilidades serán descubiertas en función del tiempo, controlaremos su poder por medio de sellos creados por nano-máquinas en el interior de sus seres—. El murmullo de la elite de Sammeoph no espero un segundo para hacerse presente, los mandatarios de la ciudad susurraban palabras que no eran más que un testimonio fehaciente de su ignorancia, los llamaban por nombres, denostaban la efigie de cada uno de ellos, las esperanzas pasaron a ser solo un espectáculo de los poderosos. Dentro de sí mismos, cada uno de los hijos de Ethev vacilaba en quedarse o en partir, la verdad sonaba algo menos que provincial, y las miradas torvas de los que estaban en rededor no ayudaban en absoluto. Al ver el espectáculo tan deprimente que sus hermanos manifestaban, una vez más Laithemi se disponía tomar la palabra de nuevo, sin embargo fue interrumpida, uno de esos débiles hermanos suyos encaró de primera mano al Doctor, y este no era otro que Eshcam Derul, el joven de los ojos de plata, éste avanzo hacia donde estaba el galeno y con una voz profunda, (al menos para su edad) se refirió al mismo. —Doctor Emuar, no sé quien dictó esto, no sé si fue la Organización entera, no sé si fue usted a quien hasta hace unos minutos considerábamos como un padre, pero alguien determinó que esto fuese revelado hoy… yo no quiero la verdad de los políticos, ¡Yo quiero la verdad para nosotros!, usted muy sencillamente habla de fases, de estados primitivos, pero eso no nos dice nada a nosotros, explíquenos todo, precisamente a nosotros, me importa muy poco quién tenga que esperar—. Las airadas palabras de Eshcam partieron la sala en silencio, incluso el Primer Ministro cesó sus bífidas palabras ante el denuedo demostrado. Estas ideas resultaban sobrecogedoras, nada ortodoxas pero sin duda justas, tanto que el Doctor decidió hacer lo que se le había requerido, hizo una pausa en el itinerario oficial y habló francamente como siempre lo había querido. —Primera fase, ustedes como ya saben son el resultado de experimentación genética, juegos divinos, era nuestra voluntad crear un ejército de hombres y mujeres con habilidades especiales, habilidades que podrían salvar de la muerte a ésta civilización. Dentro de su ADN radica nuestro trabajo, habilidades no sobrehumanas sino evolutivas... ustedes son seres únicos, son hijos del futuro, son distintos a todos nosotros, pero aún tienen que dejar atrás su actual forma física, deben adoptar una nueva entidad, lo cual no será sencillo, ustedes deberán someterse a una cirugía especial, sus mentes serán “transferidas” a un nuevo cuerpo, el cual ya tendría manifiestas sus habilidades—. Así dijo el amable Doctor Emuar. Los futuros guerreros se miraban los unos a los otros. Nuevamente las tinieblas se albergaban a su alrededor, ahora estaban carentes de realidad, porque eso era lo que había pasado, una tormenta surrealista había golpeado de la manera más violenta la costa de su alma. A pesar de la naturaleza súbita de aquellas situaciones ninguno flaqueó; todos encontraron en sí mismos un temple ígneo que ardió en lo más secreto de su alma. Fue entonces cuando dio un paso al frente la serena Yudirei, quien en contraste con los demás no veía con ojos torvos al Doctor, al contrario, ella intentaba apaciguar su angustia a través de su mera presencia, pero no sin antes hacer preguntas por su propia cuenta. —Doctor—. dijo ella colocando su tibia mano sobre la mellada mejilla. —Doctor Emuar, no comprendo bien lo que dice, me parece un tanto loco, pero entiendo que cambiará nuestras mentes de sitio, en este momento no me puedo permitir perderme en palabras, tal vez lo que quiero preguntar es... ¿Por qué no nos dio esos cuerpos al nacer?, es decir, según entiendo yo, nos negaron eso, ¿O no?—. La dulce voz de la niña de los rizos de mar alentó al anciano a proseguir. Debido a la ya avanzada edad del Doctor, Eshcam dispuso una silla, tal vez por amabilidad, tal vez como disculpa por tratarlo de una manera tan inquisitiva; el motivo no importaba, al menos no al científico. Emuar tomó asiento y dispuso estas palabras a su querida niña. —Claro que pudimos haber creado seres completos, pero mi deseo era crear seres adaptados, seres con psique humana; ustedes han iniciado de una manera muy distinguida este camino, su infancia fue hermosa, son seres adaptados, seres humanos y solamente de esta manera creo yo que serán capaces de contestar las obsecraciones de todos nosotros, mente equilibrada al poder...— Para todos resultó claro que no habría respuesta definitiva a todas las preguntas, pero al menos por esa noche la deuda quedaba saldada. Los hijos de Ethev marcharon con las almas turbadas, sus meditaciones deambulaban más allá de los linderos de la realidad. Tristemente había una duda que el Doctor no podría contestar, probablemente era la más crucial de todas, y esta era: — ¿A caso... somos humanos?—. Fin del capítulo I Capítulo II: Miradas nebulosas. En la gélida ciudad de Sammeoph el tiempo se diluía a través de las más espesas negaciones, el andar diario de los individuos los hacía víctimas de sus propios y personales infiernos, cada uno de estos seres trataba desesperadamente de huir de sí mismo, pero, ¿En que dirección se puede huir en ésta, la más oscura de las eras del hombre?, ¿Que paraje místico aguarda al final de nuestras vidas? Por dicha razón en este sitio la realidad se negaba con vehemencia e incluso audacia, la vorágine del olvido los hacía propensos a cubrir sus ojos bajo el velo de cientos de mentiras dichas al unísono, no hay verdad sin dolor, no hay realidad sin desesperación. El rostro del vacío se hallaba dentro de cada uno de estos seres, las bifurcaciones morales y mentales escaseaban. Las oraciones ya no se elevaban más a los oídos milenarios de Dios, ahora la humanidad se hallaba de rodillas con los brazos extendidos y ojos elevados, pero en silencio, porque sus ojos sólo veían directo al rostro del límite de su mundo; no había cielo que cobijara las esperanzas con sus nubes de terciopelo. En su lugar solo había un muro que se burlaba insolente de la tristeza y la desesperación. Cada rincón de este mundo se envolvía en agradables embustes que silenciaban efímeramente a los fantasmas de la sinceridad. Pero había un paraje que era distinto, discernía de los otros más por azares del destino que por amor a la verdad: la cede principal de Ethev era ese lugar, uno de los edificios más dantescos de Salutifer, de hecho, de todo el domo, estructura de acero y cemento, su cuerpo inerte parecía perderse en los linderos superiores del domo, y ahí en la cima del mismo donde el aire es ligeramente más delgado, estaban las víctimas del complot de la realidad. Enmarañados en sus más ínfimos pensamientos, los seis herederos del futuro simplemente deambulaban por cada rincón de la azotea, sus miradas se cruzaban mas no cavilaban al respecto, era más como un acto reflejo que una vívida intención, pero como siempre, en medio de todos ellos estaba Laithemi, meditabunda, con el ceño fruncido. En otros tiempos los muchachos se mofaban de ella por su escasa estatura, pero esta vez lucía como una montaña misericordiosa, inmutada por la tempestad, los rizos púrpuras ondeaban cual ríos majestuosos que habrían sido teñidos por el fragor del combate, y la mirada esmeralda penetraba el vacío como si ella divisara un espectro lejano, o un milagro oculto. Las miserables formas ante ella no le causaban desconcierto, mas sí la enardecían. La visión del mundo de ésta joven era distinta, de sus ojos brotaba una esencia antigua, la cual sus hermanos nunca lograron descifrar. Por lo tanto sentía la necesidad imperante de sacar a la luz el resultado de sus meditaciones. —Todos, vengan acá, es momento de que me presten atención— Dijo la hermosa Laithemi. La voz clara y dulce llegó a cada rincón de la azotea, todos sus hermanos la miraron e incluso dispusieron acercase un poco. —Pues bien, no sé que debería decirles en este momento, yo misma vacilo en mis propias deliberaciones, el augurio ante nosotros es incierto lo sé, pero no podemos renunciar. Muchas almas en Sammeoph deambulan extraviadas sin propósito dejando que la existencia simplemente se les extinga, nosotros podemos cambiar eso...—. El afortunado discurso se encontró ante riscos borrascosos, tempestuosas marejadas de ansiedad. Hacia cualquier dirección que sus ojos miraban solo encontraba caos, pero más aterrador que eso era la cobardía que allanaba los rostros de sus queridos hermanos. Laithemi hurgó con vehemencia en lo más profundo de la mirada de sus amigos, no vaciló un segundo, atisbó arduamente como si deseara extraer su alma de un tajo para después examinarla, pero todo era difuso, su alma, su mente, todo un intrincado e inestable augurio se postraba en cada uno de sus queridos hermanos. Finalmente se dejó escuchar una voz, que desde el fondo de la azotea sonaba como un rugido disminuido por el estruendo de la tormenta. —Ellos nos han robado nuestra libertad, nos criaron por quince años sin decir una sola palabra de esto—. Quién elevaba tales comentarios era Sean, las abundantes cejas negras que enmarcaban su rostro revelaban una creciente preocupación, el no titubeaba al hablar, sin embargo se le notaba un enorme hastío por la situación. Él se dirigió a Laithemi no en una actitud violenta sino como lo haría un desahuciado ante la imagen de su salvador. Laithemi tomó la mano de Sean, lo miró detenidamente y sin modificar la dulzura de su voz habló de nuevo. —No nos han robado nada, no pueden creer tal cosa, ustedes son más astutos que eso, querido Sean, ¿Crees que todas esas clases de defensa personal han sido en vano? ¡Por Dios!, tienes quince años y conoces perfectamente el arte de la infiltración—. La paciente y gloriosa muchacha o mejor dicho la mujer, después dirigió su mirar hacia el joven de los ojos de plata, de pronto su observar titubeó, incluso se podría decir que se nubló su alma, pero aún así le dirigió una vez más su voz. —Eshcam, amigo mío tú no puedes alegar desconcierto, no después de la hermosa ceremonia de hace dos años, en la que recibiste tus espadas, no me dirás que todos dormimos con un cuchillo debajo de la almohada —. Eshcam, quien hasta ahora había permanecido en silencio, aislado en su propio universo, la miró y asintió levemente, claro que no sin antes endurecer por completo su efigie, la estampa del joven exudaba los bríos de un hombre, de un ser más antiguo incluso que la propia Sammeoph; pero las palabras de Laithemi despertaron la lengua de semejante ser: —No olvido, más sin embargo por el momento tampoco deseo opinar—. Los ojos de Eshcam discernían con la tranquilidad de su voz; una ira tremebunda agitaba las entrañas de este futuro guerrero. Laithemi dio cuenta de tal fervor y le dirigió sus pensamientos de viva voz. —Has aprendido bien, te conozco demasiado, veo lo que sientes, percibo tu corazón y te agradezco que pongas en práctica las lecciones de tus maestros, “la paciencia es el arte de aguardar en silencio” según he escuchado —. Acto seguido la dama de la mirada vital continuó sus cavilaciones, esta vez mirando a todos aquellos que formaban su vida, su entorno, su mundo. —Tenemos un destino, tenemos un futuro, ¿Quién sabe qué nos aguarda?, lo único que sé es que si confían en mí, en nosotros, podremos cambiar el mundo... pero para tal evento, deberemos primero ser nosotros quienes pasemos a un estado alterno —. Pasaron horas y la pesadumbre no disminuía, cada individuo estaba sujeto a su propia amargura, por un lado el pequeño Afgabast jugaba en un rincón con una de sus máquinas de videojuegos, sus grandes ojos rojos deambulaban por la pequeña pantalla, pulsaba los botones casi por reflejo, su mente no estaba en ningún sitio entre el juego y su ser. Por otro lado Yudirei, la del mirar de zafiro, abrazaba a su hermana Sashia quien gastaba su tiempo sollozando, inquiriendo acerca de su destino. La pobre no podía articular una sola palabra; en cuanto quería hablar las lágrimas abortaban sus intenciones. Lentamente, incluso Laithemi caía en la misma mortificación, el dolor de los demás parecía afectarla como si éste fuese propio, la joven más fuerte de Ethev ahora descendía al nivel de sus hermanos, de sus ojos nació un río cristalino, angustia líquida, testigo puro de su agonía. Obsecraciones calladas, súplicas apagadas, eso era todo lo que se percibía, cada corazón ensimismado, cada palpitar en tinieblas, habían perdido la guerra antes de llegar a ella, sin embargo de pronto un zumbido suave los saco a todos de su letargo: Eshcam estaba maniobrando un pequeño sable, sus ojos fijos en la nada y la firmeza de sus movimientos llamaron la atención de estos miserables. Eshcam demostraba su habilidad a cada movimiento fino y letal, sus compañeros ignoraban qué designio lo alentaba a tales acciones, hasta que se detuvo y con una sonrisa algo forzada les habló. —Necesitaba tiempo, deseaba poder pensar, ésta es una ocasión especial, creo que deben escucharme —. Eshcam siguió practicando sus movimientos mientras se dirigía a sus hermanos. —Nosotros tenemos una oportunidad distinta, creo yo que no es momento para dejarse abatir... como yo lo veo tenemos tres opciones en este instante: la primera es seguir lamentando nuestra suerte hasta que nos corran de aquí; la segunda es simple, sólo deben superar este dolor, ¡Si quieren llorar lloren, si quieren gritar háganlo! pero deben perder el peso que sus mentes ha creado, claro, sí es que añoran seguir adelante, o la tercera...—. Eshcam detuvo su práctica, tomo la daga por el filo para después arrojarla al piso enterrándose a los pies de Afgabast, quien simplemente dejó de jugar. —La tercera opción...—. Dijo Eshcam con bastante hastío —Sí gustan en este momento les enseño a conservar su honor más no sus entrañas, pueden morir en este momento sí ese es su deseo, o ¡Levantarse para ser dignos, que el miedo no socave su honra!— El frío metal de la daga aún vibraba por la fuerza del guerrero, al igual que los hermanos, sus palabras, su actitud, algo había despertado en ellos esa cualidad que hace a los seres humanos grandes, dicha cualidad no es la carencia de miedo, sino la voluntad para superar cualquier traba que el mundo intente imponer. ...
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