Capítulo 1
Christián Anderson tenía la vida perfecta hasta que una noche fatídica por una chica misteriosa arruinó todo lo que había logrado.
–Señor Anderson.
–Hum…
–Son las cinco, usted me dijo que debía recordarle sobre la fiesta.
Christián levantó sus ojos n*gros hacía su asistente y luego volvió a su portátil.
–Sí dame cinco minutos.
–No, señor –se negó ella y entro a su oficina –. Tengo ordenes específicas que indican que debo sacarlo de aquí a las cinco en punto o no llegará a su fiesta de compromiso.
–Por favor, Amy.
Ella le cerró la portatil con una sonrisa.
–No puede faltar a su fiesta de compromiso señor Anderson, vamos.
–Tiene razón –habló su amigo al entrar –. No puedes faltar a tu propia fiesta de compromiso.
–Jay, ¿qué haces aquí?
–Me aseguro de que llegues a tiempo a tu fiesta de compromiso, sabía que te surgiría otro asunto, así que le pedí a Amy que me ayudará.
–Ya, entiendo.
Christián sabía que ambos tenían razón, así que terminó por levantarse y salir de la oficina, pasó a su apartamento a cambiarse, Jay no lo dejó en ningún momento, conociendo lo distraído que podía ser Christián terminaría volviendo a la oficina, subieron al auto que tardó casi una hora en llegar al lugar.
–¿Por qué está tan lejos?
–Porque es el lugar que Emma quería –contestó Jay –. Un jardín amplio.
–Una cena elegante con luces alrededor y fuegos artificiales, lo sé ya me lo has recordado todo este tiempo.
–Entonces deja de preguntar, imbécil.
Finalmente llegaron, cinco minutos tarde porque el tráfico era una pesadilla, pero aún faltaban personas, encontró a su prometida con un vestido rosa pálido, su cabello n*gro corto junto a su maquillaje que resaltaban su belleza.
–¿Crees que esté vestido está bien? –le preguntó a Christián en cuanto lo vio –. Tenía uno blanco pero sentí que era demasiado y no sé si debí colocarme ese, todavía tengo tiempo para ir a cambiarme, aunque los invitados tengan que esperar…
Christián la tomó de la mano y se acercó a besarla, fue así como ella se detuvo y se relajó.
–Te ves hermosa, Emma.
Ella sonrió al escucharlo.
–Te amo, Christián.
–Yo también te amo –contestó él –. Vamos, que es hora de que tengas tu día perfecto.
Se tomaron de la mano y fueron a ver a los invitados, ahí estaba toda su familia y amigos, era una fiesta importante, Emma Robinson y Christián Anderson se conocían desde niños pequeños, desde que Christián se mudó a Seattle y sus familias hicieron negocios juntos, los padres de Christián eran abogados y los padres de Emma tenían la empresa hotelera más exitosa del país, además de orfanatos para ayudar a niños, el tiempo y las adversidades los unieron cada vez más y cuando Christián tuvo la edad suficiente volvió a Nueva York, al poco tiempo lo siguió Emma porque no soportaba la idea de estar lejos de Christián, después de varios años juntos, ahora finalmente darían el siguiente pasó, el matrimonio.
Fueron felicitados por todos, Christián le dedicó unas hermosas palabras a Emma, se colocó de rodillas para darle el anillo, ella lo aceptó y finalmente los fuegos artificiales se vieron en el cielo, una noche perfecta rodeado de su familia y amigos más queridos, la vida de Christián Anderson era envidiablemente perfecta.
Cuando todo terminó y los invitados empezaron a irse, Christián fue a despedirse de los padres de Emma, porque ella se iría con ellos y él tenía que llevar a sus padres a su apartamento. Los volvieron a felicitar por última vez y Christián salió al estacionamiento.
–Mamá, papá, los llevaré en mi auto.
–No somos incapacitados, Christián –le habló su padre –. Podemos llegar solos.
–Sí, pero al menos déjenme llevarlos.
–Tienes treinta años –le dijo Robert –. Ya déjanos tranquilos.
Al contrario de Elizabeth que se acercó a él.
–Ve a casa a descansar –le pidió –. Todo estuvo muy bonito, felicidades.
–¿Te gusto?
–Lo importante es que te haya gustado a ti.
Christián sintió la caricia de su madre sobre su rostro, Elizabeth había roto todos los estereotipos sobre las madrastras, había sido la mejor y la persona más importante en su vida desde los diez años, la abrazó, él estaba acostumbrado a hacerlo y apreciaba que ella se lo permitiera, había vivido solo para que ella se sintiera orgullosa de él aunque Elizabeth nunca le hubiera pedido nada a cambio de su cariño y cuidados.
–Te quiero, má.
–Yo te quiero más –lo abrazó y luego le dio un golpe en la espalda –. Pero no me digas má.
Se despidieron, Robert también lo felicitó por su compromiso y al final se fueron, al salir en su auto, recibió un mensaje de su amiga Larissa para verse en un bar, “La celebración aún no acaba” leyó, sonrió al verlo y se dio cuenta que la dirección era cerca, así que fue hacía allá, seguramente bebería tanto que terminaría en un taxi, pero cuando se bajó del auto y caminó al bar escuchó algo que lo hizo girar, en el callejón a una chica la tenían aprisionada dos hombres, eso lo hizo detenerse, un mal sabor de boca le vino de inmediato cuando uno de los hombres la sujeto contra la pared, parecían discutir y entonces la golpeó en la mejilla, eso fue como un detonante para Christián que reaccionó caminando hacía ellos.
–¡Oigan!
Los hombres lo vieron.
–Aquí no hay nada que ver, sigue con tu camino.
Tenía aprisionada a la chica, Christián siguió y el otro hombre lo confrontó.
–Vete de aquí y déjanos trabajar.
–Ella viene conmigo.
–No la conoces, vete.
–Ni ustedes tampoco, suéltala.
La chica intentó huir aprovechando la distracción, pero el hombre solo la empujó contra la pared.
–Tú te quedas aquí hasta que me pagues.
–No te debo nada –gruñó ella.
Christián quiso acercarse, pero el otro hombre se lo impidió, entonces Christián lo golpeo en la mejilla, el hombre retrocedió, él sabía pelear, había practicado un par de deportes entre ellos el boxeo, el hombre quiso golpearlo, pero apenas se acercó y Christián volvió a golpearlo, hace años que no estaba en una pelea, pero no se le había olvidado, eso hizo que el otro enfureciera y también se le fuera encima, él también lo confrontó, la chica intentó huir, pero entonces el hombre la detuvo y le enterró algo en la pierna, ella gritó y Christián se lo quitó de encima, terminó por golpearlo de nuevo hasta que ambos hombres salieron de ahí como pudieron, la chica estaba en el suelo tirada quejándose por el dolor de la pierna.
–Oye, ¿qué pasó? ¿estás bien? –Christián se acercó y le vio la pierna –. Mierda, te llevaré al hospital.
–No –respondió ella mientras lo sujetó del traje –. No, sin hospitales.
Sin hospitales, maldita sea, tampoco podía dejarla ahí tirada y herida, miró alrededor, escuchó su teléfono vibrar y lo ignoró, decidió levantarla en sus brazos, probablemente habían más opciones, pero en ese momento solo se le ocurrió una, subirla a su auto y llevarla a su apartamento.