—Soy perfecta —me repito al mirar mi reflejo en el espejo—, todos desean ser como yo.
Tomo el gotero que tengo entre mis manos y tiro mi cabeza hacia atrás para echar un par de gotas en cada uno de mis ojos para aliviar un poco el picosr que siento en ellos. Tendría que caminar por la alfombra roja en una hora y no quería que los malditos medios comenzaran a hablar acerca de mis ojos rojos, el consumo de sustancias tóxicas y un montón de mierdas más a las que ya estaba acostumbrada.
—¡Por Dios, Brooke! ¿Cómo es que aún no estás lista?
Amber, mi nueva asistente personal, ingresa a mi habitación de hotel, ya completamente lista para el evento, mientras que yo aún continúo con mi pijama de Pickachú.
Me dirijo hacia mi cama, donde me siento con mis piernas cruzadas bajo de mí, tomo el cigarrillo que mantenía en el cenicero y vuelvo a llevarlo a mi boca, doy una larga calada, para luego soltar el humo con lentitud.
—¡Brooke! ¡Reacciona! ¡Nos quedan veinticinco minutos para la presentación de tu película! ¡Todo Madrid espera por ti!
Observo a la pelirroja, la cual ahora tenía sus mejillas casi del mismo color de su cabello ante la rabia que la había invadido ante mi falta de interés.
—¿No era una hora?
—¡Hace treinta minutos que pasé por aquí te dije que faltaba una hora!
Me encojo de hombros, al comenzar a darle una nueva calada al cigarrillo, cierro los ojos y libero el humo por mi boca, dejándome llenar por su aroma. Estaba lejos de interesarme aquella presentación donde nuevamente debía de actuar como la perfecta y alegre actriz que debía ser frente a los medios, aquella que debía de saludar y sonreír, a la vez de que aceptaba tomarse fotografías con sus fans, aquellos que me esperarían afuera del sitio en el que sería la presentación.
Todas las calles de Madrid estaban decoradas con vallas publicitarias con mi rostro impregnado en ellas, aquel rostro blanco, donde se dibuja una sonrisa de felicidad ante lo que soy, una de las mejores actrices de todo Hollywood.
—Busca algo bonito que pueda ponerme —la mando al señalar mi desordenado bolso—, para eso te p**o, ¿no?
—¡No! —se defiende enseguida—, tú me pagas para que lleve tu agenda, no para ser tu maldita niñera —gruñe la pelirroja al verme con el ceño fruncido—, ¿Dónde está la maquillista que contrataste?
—La despedí —respondo al encogerme de hombros—, me lastimó al ponerme una pestaña, no pudo ser más inútil la pobre.
—Dios mío, Brooke, no puedes ir por el mundo despidiendo a todos tus empleados por cosas tan sencillas como esa —se queja al tomarme por la muñeca para obligarme a levantar—. Vamos, al baño, tienes tres minutos para darte una ducha rápida, tendré todo listo.
—Por eso es que te contraté, eres la mejor niñera que he tenido en toda mi vida —le guiño un ojo, haciéndola enojar otra vez.
En ese instante, comienzo a colaborar con ella. Mi momento de perra había acabado, para comenzar a ser la actriz profesional que suelo ser, aquella que incluso es capaz de actuar delante de los medios, al punto de dejarlos felices a todos, aunque por dentro estuviera muriendo de las ganas por mandarlos a la mierda.
Estaba cansada de las múltiples noticias que sacaban sobre mí, desde mis estados de ebriedad en fiestas que llegaban hasta la madrugada, como también sobre lo grotesca que podía lucir al comer una pizza en un centro comercial junto a mi prometido.
En un principio, esta vida llegó a gustarme, me gustaba ser el centro de atención, permanecer bajo innumerables reflectores y que todo el mundo me amara, aunque después de algunos años, aquello comenzó a hartarme, mi privacidad les pertenecía a todos, no hubiese algo que pudiera hacer, sin que los medios lo supieran. Así que mis instantes de felicidad comenzaron a resumirse en el tiempo que pasaba a solas en mi casa en Los Ángeles, completamente encerrada en mi habitación, metiéndole sustancias extrañas a mi cuerpo que me hacían alucinar e incluso viajar a diversos mundos de colores.
Salgo del baño completamente desnuda, sin siquiera inmutarme por la presencia de mi asistente, camino hasta detenerme frente al enorme espejo de la habitación, para comenzar a ponerme las bragas de encaje que ella me alcanza.
—No quiero sujetador —digo en cuanto ella trata de pasarme uno.
—Por eso elegí este vestido —repone al tirarlo a la cama, para luego alcanzarme un vestido palo rosa, transparente en la parte de adelante, con pequeñas piedras cubriendo donde estarían mis senos.
Lo paso sobre mi cabeza, sintiendo la suave textura de la tela contra mi piel, la cual se amolda a la perfección a mi cuerpo, resaltando mi esbelta figura. Apretado hasta la cintura, volado hasta la rodilla.
—Gran elección —señalo al levantar mis pulgares en aprobación.
—Siéntate en la cama, rápido —manda al tomar la bolsa de maquillaje.
En cuestión de cinco minutos, aquella mujer había hecho maravillas en mi rostro, desde el suave maquillaje, hasta el peinado para nada extravagante. Después me ayuda a ponerme los zapatos, acción que le agradezco en silencio, pues en aquel instante sentía que, si me agachaba, me iría de bruces, al comenzar a sentir los efectos del polvo blanco que me había metido.
—Brooke —me llama al levantarse, dedicándose a mirarme con el ceño fruncido, clara señal de que ya se había dado cuenta de lo que estuve haciendo antes de que ella llegara—, ¿acaso te estabas metiendo cosas raras? ¿Qué es lo que pasa contigo? ¿sí te das cuenta de que eso es enfermizo?
—Shhh —la silencio al ponerme de pie para ver mi aspecto una vez más—, alégrate de que ahora estaré feliz de sonreírle a las cámaras.
Sonrío ante mi reflejo en el espejo, casi era incapaz de reconocer a aquella alta chica de piel blanca, ojos verdes y cabello oscuro que alguna vez soñó con ser actriz sin saber en qué mierdas se estaba metiendo.
Brooke Thompson de veintiocho años, actriz desde los diez años, instante en que cometió el grave error de renunciar a su vida privada, para ser absolutamente de dominio público.
Aquellos habían sido unos buenos años, sin duda alguna, años en los que conseguí una enorme fortuna gracias a mi excelente trabajo, años en los que poco a poco me consolidé casi como una de las actrices más cotizadas, donde incluso tenía el lujo de incluso rechazar grandes papeles en películas y series de televisión.
Frente al mundo, era una mujer grandiosa, hermosa, talentosa… frente al mundo era el tipo de mujer que tenía todo lo que quería, en el momento en que lo deseaba, mi vida probablemente era la que cualquier mujer anhelaba tener, cuando en el fondo lo único que yo deseaba era que se detuviera, anhelaba con ser normal un solo día, soñaba con llegar a un sitio donde nadie fuese capaz de reconocerme, para así poner a mi mente a descansar de su ajetreado trabajo diario.
—Después hablaremos de ese problema tuyo con ese tipo de sustancias —dice Amber al tomar mi mano—, es hora de irnos. Recuerda sonreír mucho y saludar con amabilidad. Todos esperan ver un poco de la grandiosa Brooke Thompson.
Miro a Amber y le dedico una pequeña sonrisa antes de que terminemos por salir de la habitación.
—Tienes suerte, Amber. Hace muchos años que no me agrada una asistente, a como lo haces tú —le confieso tras guiñarle un ojo que la hace sonreír.