Termino de lavar, secar y guardar el último plato que estaba sucio en la pileta. Me seco las manos en un fregón, y luego las ultra seco en mi remera. Miro la hora en el reloj que cuelga de la pared; son más de las doce y todavía sigo despierta. El vapor de la caldera empieza a emanar con furia así que apago la cocina y me sirvo agua hirviendo en una taza. Este es mi momento del día. El momento que tengo para mí. Realmente para mí. Me preparo un té, me recargo en la mesada y me quedo contemplando el vacío, sin pensar en nada. Es como un bloqueo mental. Como un mal necesario que por unos minutos a diario me deja totalmente en blanco. Bebo un sorbo y apoyo mis labios en el filo de la taza. Una taza grande y ancha que a duras penas llego a sostener en la mano. Parpadeo, mirando