Malas decisiones

1094 Words
Lucía Tú sigues siendo la prueba de que hay victorias que se pagan con dolor que en el amor y en la guerra todo vale Amor con hielo, Morat Buenos Aires, diciembre 2007 Los primeros tiempos como compañeros de piso fueron geniales. Nos quedábamos estudiando hasta tarde, o mirando películas, tirados en el sillón. Había organizado mis horarios para bañarme, a fin de evitar todo tipo de cruce peligroso. Porque no quería cruzarme con Fabio en toalla, o que él me viera a mí en esas fachas. Así que mi planificación consistía básicamente en ducharme cuando él no estaba. Después todo lo demás lo hacíamos juntos, comer, ir al super, lavar la ropa. Funcionábamos como una pareja que convivía hace años. Aunque sin sexo, por supuesto. Los viernes Fabio salía, y regresaba al otro día después de almorzar, cuando yo recién me despertaba. Sospechaba que saldría con alguna chica, porque era un tipo al que las mujeres le llovían del cielo, y que no podía estar sin sexo mucho tiempo. Un viernes de diciembre, teniendo la casa para mí sola, había invitado a Nicolás, y dos compañeras más a cenar a casa. Vimos una película, y a las dos de la madrugada las chicas se fueron, y nos quedamos solos. Nicolás no estaba muy feliz de que estuviera viviendo con Fabio, pero yo no tenía por qué darle explicaciones. Esa noche habíamos tomado unas copas de más, y estábamos más cariñosos que de costumbre. Estábamos metiéndonos mano en el sillón, como dos adolescentes. Hacía meses que no me acostaba con nadie, de hecho la última vez había sido con Fabio, y realmente tenía ganas de intentarlo con Nicolás. Él estaba sentado en el sofá, sin remera, con el pantalón desabrochado y yo estaba montada a horcajadas sobre él, en sujetador y un short cortito de dormir. Besándonos, casi sin respirar. Por momentos, imaginaba que eran otros los labios que besaba, pero quería dejarme llevar. — Lucía, ¿querés que sigamos?— me preguntó Nico, mordiéndome el cuello. Asentí con la cabeza. Nicolás, me besó con ganas. Y se levantó rápido tratando de arrancarse calzoncillos y pantalones torpemente, puesto que aún llevaba puestas las zapatillas. Mientras él intentaba quitarse la ropa. Yo me desabroché el sujetador, dejándolo caer al suelo. En ese momento, se abrió la puerta principal y Fabio entró con una bolsa de mi heladería preferida en la mano, y las llaves en la otra. — ¡Petisa, te traje helado!— dijo y al verme se quedó en silencio. En ese momento me quise morir. Ahí estaba yo, sin corpiño. Nicolás con una erección indisimulable, los pantalones por el suelo, y Fabio mirándonos con la bolsa de helado en la mano, si no fuera porque era mi vida, podría decir que era una escena de una comedia. Estiré mi mano, para tomar dos almohadones. Me tapé los pechos con uno. Le di el otro a Nico, para que se cubriera. Este se sentó en el sillón tapando su desnudez y soltó una carcajada. — Hola Ferrari — dijo Nicolás saludando con una mano y sosteniendo el almohadón con la otra. — Hola, Moreyra — escupió con bronca Fabio, y pasó por nuestro costado, mirándome con bronca. ¡No puedo creer mi suerte! Hace dos meses que estoy dando vueltas con Nicolás. Justo hoy que decido probar a ver si logro llegar más lejos con él tiene que llegar Fabio?¿Y encima el caradura se pone celoso? Fabio, dejó la bolsa sobre la mesa del comedor, y se encerró en su cuarto dando un portazo, que debió haber resonado en todo el jodido edificio. —Nico, va a ser mejor que te vayas— dije volviendo a ponerme la ropa que estaba desperdigada por el piso. Él asintió y tras vestirse se despidió de mí. Cuando desperté al día siguiente, Fabio no estaba. Desayuné sola, y me dediqué a limpiar y ordenar todo el departamento. Le mandé un mensaje para saber si vendría a comer, y no respondió. Ese fin de semana teníamos que estudiar para un examen que tendríamos esa misma semana. Habíamos quedado que lo íbamos a hacer juntos, pero como no dio señales de vida en todo el día, decidí empezar por mi cuenta. No pensaba salir a ningún lado. Había pedido una pizza. Y después de comer me puse a estudiar. A la madrugada, estaba sentada en el suelo del living, con todos los apuntes de arte romano sobre la mesa, y me había quedado dormida, por eso cuando escuché que el ascensor se detenía en nuestro piso me sobresalté. Cuando escuché las llaves en la puerta, me acomodé el cabello, me olí el aliento, y casi como un acto reflejo que hice sin pensar, me bajé un poco la musculosa que tenía puesta para que se viera mejor mi escote. Me enderecé, bajé rápidamente el volumen de la tele, y volví a sentarme, intentando simular que estaba concentrada leyendo, con el lápiz entre los labios. Unas risas rompieron el silencio. Tres para ser exacta. Dos femeninas y una masculina, que conocía muy bien. Me quedé en silencio, mirando el cuadro que tenía delante. Fabio, entró con Mariela y una chica rubia, a la que no conocía de nada. Tenía la camisa abierta. Se apoyó contra la puerta y mientras Mariela le comía la boca, la otra se agachaba besándole el pecho mientras colocaba sus manos en el borde de sus pantalones a punto de abrirlo. Me levanté y no podía dejar de mirar. Fabio dejó de besar a Mariela, y se llevó a la boca, una botella de whisky casi vacía que tenía en la mano derecha. Mientras con la mano izquierda, ayudaba a Mariela a bajar a su entrepierna donde estaba la rubia. En ese momento, me vio parada en el living contemplando la escena que se desarrollaba frente a mis ojos. Y tras beber el último trago, arrojó la botella a un lado. Se pasó la mano por la boca, y sonrió al verme. — Si querés podes sumarte, petisa — me dijo— hay lugar para una más—. Lo miré con odio, y me di la vuelta para encerrarme en mi dormitorio, conteniendo las lágrimas que amenazaban con salirse. De más está decir que no pegué un ojo en toda la noche. Las risas y gemidos de esas dos, se colaban en mi habitación. Me tapé la cabeza con la almohada, y no pude evitar llorar de bronca. Sabía que esto era su venganza tras haberme encontrado la noche anterior con Nicolás.
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