"Maldita marioneta, tal parece que hoy ni quieres colaborar, debería desecharte", pensé con enojo, tratando de encajar un brazo en el tronco, sin éxito alguno. — Eso te gustaría, ¿verdad? — me reí y hablé en voz alta como todo un psicópata, consiguiendo la mirada reprobatoria de mi abuela y una indiferente de Leilah. Sus ojos estaban enrojecidos en los bordes y se aferraba a su celular, como si su vida dependiera de ello. — Maldito cachivache, no sirves para nada — refunfuñé de mal humor, soltando el objeto de madera sobre la mesa, sin siquiera conseguir que se asemejara a un muñeco. — ¿Perdón? — musitó Leilah, para luego volver su vista al celular. Quise responderle, pero en realidad, estaba más metido en mis jodidos pensamientos, pensando en lo que haría para que Hillary no me tra