El clima.
Aquel sonido insistente de un claxon.
La gente en general.
Leilah con su eterna tardanza. En serio, parecía que le encantaba hacerme enfurruñar.
Su insistencia en que saliera con su amiga rubia… Las odio. ¿Qué no le había quedado claro eso?
Bueno, quizás no es que odie a las rubias, pero sí existe el 98% de probabilidad de que sean tontas y superficiales.
Esa tal Hillary no sería la excepción.
La chica pelirroja guiñandome un ojo… esperen, ¿acaso eso era una invitación a follar?
No entendía los gestos de algunas personas y tampoco quería averiguar qué significaban. Solamente me di media vuelta y la ignoré, como si nada.
¿Por qué pensaba tanto?
Estaba esperando, como siempre, que mi prima se apresurara, pero conociéndola, de seguro estaba hablando con alguna de sus amigas.
— Leilah. — Bufé, mirando mi reloj por enésima vez. Siempre me ponía de mal humor que me hiciera esperar. — Un minuto más y estoy dispuesto a…
— ¡Marcus! — su voz chillona me hizo pegar un respingo, por lo que me dispuse a fulminarla con la mirada. Ella me dio una mirada de disculpa, que sólo consiguió hacerme bufar. — Lamento la demora, pero…
— Siempre dices eso, Leilah — chasqueé la lengua de mal humor y supe que está a punto de disculparse por eso. — A veces no entiendo por qué somos primos.
Me miró con resentimiento, pero mantuve mi rostro imperturbable.
— Yo tampoco entiendo que, siendo un cubito de hielo, seas mi primo — dijo con burla, obviamente para molestarme.
— Quizás seas adoptada — me limité a decir, mientras señalaba la puerta para que subiera, pero ella negó con la cabeza. — ¿Qué ocurre? — Rodé los ojos con impaciencia.
— Falta mi amiga — dijo apenas, con una sonrisa de disculpa. — Es que me dijo que tiene que hacer algo y…
— ¿Es la rubia fastidiosa? — cuestioné, alzando una ceja. — Porque déjame decirte que no estoy de humor para soportar sus inútiles coqueteos.
Leilah bufó. Ya sabía lo que pensaba al respecto.
"¿Quién sabe, Marcus? A lo mejor hasta terminan casados y con hijos", había dicho una vez, provocándome una mueca.
¿Por qué el empeño en presentarme a su amiga? Ya le había dicho que no me gustaban las chicas superficiales y mimadas como esa rubia.
No iba a funcionar, punto.
— Es Marion — habló con tono resentido, casi sacándome una sonrisa. — ¿O es que ella también te cae mal?
Me limité a encogerme de hombros.
— Tartamudea mucho y si no llega dentro de treinta segundos, en verdad va a caerme mal — comenté, viendo el reloj fijamente, escuchando un sonoro bufido de Leilah.
— Parece que a ti nadie te cae bien. — hizo una mueca con la boca. — ¿De casualidad tienes amigos?
— Bien sabes que no. — Respondí escueto. Leilah, simplemente sacudió la cabeza con reprobación.
— Cualquiera pensaría que eres gay — menciona de manera casual, echándole un vistazo a sus uñas. — Sé que dices que no tienes nada en común con Hillary, pero es que ni siquiera le das la oportunidad de no gustarte, Marcus.
Rodé los ojos.
— Primero, no me importa lo que piensen los demás, mientras yo sepa quién soy, no tengo nada que demostrar — me encogí de hombros. — Segundo, no tengo que salir con ella para saber que no me gusta, puede que luzca bien, pero es solamente un cascarón vacío, así que no insistas…
— Por favor… — me miró con ojos de cachorro, provocándome un resoplido. — Nunca te pido nada, así que por favor… al menos una vez.
Bien, no me había desmentido. ¿Eso significaba que sí era un cascarón vacío?
— ¿Por qué? — pregunté con fastidio, tratando de ser condescendiente. — ¿Por qué con ella? Hay miles de chicas en esta universidad que quizás… sólo quizás, podrían llamar mi atención. ¿Por qué tiene que ser la Barbie de tamaño real?
Hizo un mohín sin decir nada más, aunque recordé la razón: la rubia ésa no descansaría, hasta que Leilah dijera que sí.
Ella no la dejaría en paz y mi prima no me dejaría en paz a mí, así que resoplé fuertemente, antes de ceder por esta vez.
¿Quién sabe? Quizás la espante tanto, que no se atrevería a dirigirme la mirada de nuevo.
Sonreí ante la idea, pero sólo en mi mente.
— De acuerdo, saldré con ella esta vez, pero si llega tarde… — Apreté los dientes y la vi mirarme con culpa. — ¿Por qué me metes en estos aprietos, Leilah?
— Vamos, no tienes nada qué perder — sonrió esta vez, contenta con la idea de emparentarse con esa oxigenada. — ¡Eres el mejor primo del mundo!
— Sí, sí, ya basta —me solté de su agarre, cuando se me abalanzó en un apretado abrazo, demasiado efusivo e incómodo para mi gusto. — Luego no sigas diciendo que soy gay, no quiero que la abuela Anne sufra un infarto.
Leilah me miró con inquietud.
— No lo eres… ¿cierto? — me miró con repentina desconfianza.
— ¡Leilah! — hablamos una pelinegra y yo al mismo tiempo y ambos volteamos a ver a su amiga, que venía corriendo con torpeza y sudando a mares.
Rodé los ojos con impaciencia.
— Tienes dos minutos y medio de retraso — comenté, hablando a la amiga recién llegada, que puso ojos de pánico ante mi tono áspero. — Para la próxima, nos vamos sin ti.
— Y-yo… l-lo siento — miró a Leilah aterrada, quien me lanzó una mirada cargada de reproche. — Pero el señor Sanders…
— ¿Cómo puedes ser tan áspero con una chica tan dulce como ella? —cuestionó Leilah, cruzándose de brazos. — En verdad eres un cubito de hielo, primo.
Alcé una ceja, observándola con acritud.
— ¿Tú cómo puedes seguir esperando por el imbécil de Alan Beresford? — la vi abrir mucho los ojos y sonreí de medio lado con sorna. — Tienes que admitirlo, sigues esperando porque ese tarado se te declare un día…
Leilah enrojeció hasta la raíz de sus cabellos.
— Eres… tan… —Habló con dientes, sin ser capaz de terminar. Ella era incapaz de insultarme… ¿por qué no solamente nos íbamos y ya? — En serio, Marcus, te juro que un día de estos… tendrás que tragarte tus palabras.
— Y tú tendrás que admitir que lo que sientes por él, es sólo un capricho de adolescente — la vi mirarme enfurruñada y puse los ojos en blanco. ¡Vamos, tampoco era para tanto!
— Y tú tendrás que admitir que salir con Hillary, fue lo mejor que te pudo pasar — sonrió con suficiencia y de inmediato, mi rostro se tornó serio.
¿Por qué siempre tenía que sacarla a colación? Hillary Hanson sería un pasatiempo, si es que alguna vez llegábamos a tener algo.
— Vámonos. — Espeté serio, antes de perder por completo los estribos.
Las dos jóvenes se subieron en silencio y me apresuré a arrancar el auto, pensando si en verdad sería capaz de alcanzar a hacer el encargo o tendría que dejarlo para otro día.
Con Leilah siempre era lo mismo y esperaba que el fin de semana que saliera (obligado, por supuesto) con esa rubia plástica, no tuviera que perder el tiempo, aunque intuía que con esa rubia, las cosas irían a peor.
Mucho peor.
***
Hillary
Pegué un grito tan fuerte, que estaba segura que sería escuchada en China.
¿La razón? ¡Leilah acaba de decirme que Marcus había aceptado tener una cita conmigo!
Así que al fin, me llamaría para ponernos de acuerdo y yo… sentía que alucinaba. ¡Finalmente podría estar a solas con ese chico serio y sexy!
Tenía que admitirlo, estaba nerviosa porque era un hueso duro de roer. Desde que lo vi en mi segundo año de medicina, que había conocido a Leilah, me había dejado boquiabierta y con mariposas en el estómago.
No, mejor dicho… pterodáctilos.
¡¿Cómo alguien podía ser tan guapo, sexy y frío, huraño y misterioso al mismo tiempo!?
— Gracias, Leilah — susurré emocionada, mandando un texto a mi mejor amiga y borrando el 'taruga' a tiempo. "Eres la mejor" quizás era algo exagerado, pero no podía contener la alegría que me invadía.
A mi mente comenzaban a llegar los recuerdos del comienzo del año, donde conocí a Leilah y la había sentenciado como mi mejor amiga.
Eso, sin contar a su primo, con quien pensé que tenía una relación sentimental, por la manera tan sobreprotectora como la trataba.
~
El despertador sonó, como todas las mañanas.
Levanté una mano, con intenciones de destruir aquel artefacto, destinado a atormentarme desde hoy hasta el final del año.
"Vamos, Hillary, es tu primer día".
Me vestí con rapidez. Una de mis pasiones era la moda, la amaba más que a nada en este mundo y siempre procuraba que todo estuviera en su lugar.
Era mi pasatiempo desde que tengo memoria, pero sabía muy bien que mis genes se iban también hacia otra vocación, como la medicina.
El año pasado había sido tedioso, pero le pude demostrar a mis padres que era más que una rubia yendo de compras y vistiendo bien.
Me introduje rápidamente en unos jeans ajustados, un top y unas zapatillas altas. Quería deslumbrar a todos, de todos modos, siempre había un chico que me pedía mi número o simplemente me sacaba conversación.
Me miré al espejo por un segundo. Cabello rubio, ojos verdes, delgada, no muy alta, pero despampanante, como siempre.
Sí, seguía estando igual que siempre.
Respiré profundamente al menos tres veces, reuniendo fuerzas para salir del taxi. Tenía que verme perfectamente el primer día de clases, ya saben, causar impacto.
Observé mi celular, faltaban pocos minutos para empezar y sentía un nudo en el estómago, que fue reemplazado por un montón de ligeras mariposas bailando al son de la conga, al sentir un toque en el vidrio.
Toc toc toc.
Pegué un grito, cuando el rostro de un chico aplastado contra la ventanilla, apareció en mi campo de visión.
— Hey, ¿puedes moverte? — habló seco, casi de manera despectiva. — Necesito estacionarme y me estás retrasando.
Era el chico más guapo que había visto jamás.
De cabello oscuro, mirada penetrante de color azul hielo, alto y sexy… mirándome como si quisiera calcinarme viva.
Señaló a su Aston Martin n***o y bufó, sacándome una sonrisa divertida. ¿Cómo alguien podía estar tan malhumorado a esta hora?
Salí del auto a regañadientes.
Suspiré, pavoneando mi nueva ropa y sonreí con satisfacción al ver su mirada sobre mis piernas desnudas.
— Finalmente. — Dijo casi de manera tajante, volviéndose hacia su auto, de donde bajaba una chica castaña de increíbles ojos azules. — Aquí estás, tengo que irme ya.
— Siempre tan impaciente — le sonríe ella con dulzura y él hace una mueca. ¡Haga lo que haga, se ve guapísimo! — ¿Vendrás a buscarme?
Le sonrió con entusiasmo y mis esperanzas se fueron hasta el suelo.
¿Sería su novia? Nunca me metía con chicos ocupados, pero este pelinegro… era demasiada tentación.
"Contrólate, Hillary", me regañé.
— No, tendrás que volver a casa a pie — sus ojos brillaron, con algo parecido a la diversión.
— Muy gracioso, Marcus — murmuró la chica, cruzándose de brazos frente a él.
— Sí que lo fue, Leilah — ella le sacó la lengua de manera infantil y él continuó. — Supongo que no te bastó con llamar la atención la última vez, que ahora vienes con ese look demasiado escandaloso. — La reprendió él, analizándola de arriba a abajo con el ceño fruncido.
— Sólo estás celoso de que los hombres me miren — ella rió ante el bufido del pelinegro y de pronto, hice una mueca. ¿Por qué no sólo me iba a mis clases y ya? De pronto, la mirada de ella cayó sobre mí. — Oh, hola. ¿Necesitas algo?
—Yo… no, lo siento — murmuré, algo desconcertada. — Ya me iba.
Di media vuelta, a tiempo de escuchar algo más de la conversación de esos dos.
— Ni sueñes que este año dejaré que un idiota se atreva a mirarte demasiado, ya sabes como soy — espetó el chico pelinegro y sentí mi corazón acelerarse.
¡Qué suerte tienen algunas!
Ella dijo algo más que no alcancé a oír y el tal Marcus bufó, en cuanto ella le dio un abrazo. Parecía molesto y protector de las lujuriosas miradas que los hormonales adolescentes le regalaban.
Quería alguien así para mí, aunque era cierto que coqueteaba con muchos chicos, no podía evitar sacar a flote mi lado romántico, donde deseaba a un chico protegiéndome de la mirada que me daban algunos al ver mi indumentaria.
Caminé hacia el interior del edificio y tomé mi horario. Desafortunadamente, a la primera hora tenía anatomía y al ver que se trataba del viejo Johnson, me ponía los pelos de punta.
Es una clase que odio porque ese hombre era un pervertido de primera y más de una vez, lo había pillado mirándome de más el escote o mis piernas.
La cosa estaría bien si fuese un profe guapo de un metro ochenta, pero no. Tenía que ser un viejo verde que casi masticaba el agua.
La campana sonó, interrumpiendo mis desvaríos, porque era obvio que jamás llegaría un profe sexy que nos tendría babeando a todas y menos, que tuviera un tórrido romance con alguna alumna.
Dibujé una sonrisa en mi rostro. Era la hora de la tortura.
Las siguientes dos horas fueron muy monótonas, pero sabía que pronto vendrían otras más interesantes y eso me quitó un poco el mal humor.
Al terminar las primeras clases, salí a refrescarme un poco y me topé con la misma chica de la mañana, que me miró con una sonrisa sincera que de inmediato imité.
Recordé al chico que estaba con ella, de mirada seductora, labios carnosos que tentaban hasta la más monja, y una mandíbula cuadrada, fuerte, que se tensó en el momento en que nuestros ojos se cruzaron.
Sólo pensar en él, me hizo sentir ruborizada. Podía sentir el calor en mis pómulos...
— Soy Leilah Ferguson — estiró una mano hacia mí y sonrió de nuevo. — Lamento no haberme presentado antes, es que Marcus es bastante impaciente.
"Marcus… ¿así es que se llama?", por alguna razón, las palabras no salían de mi garganta.
Me mordí el labio inferior.
— Marcus Stewart — aclaró ella. — Sé que parece muy serio, pero tiene su corazoncito, aunque no lo demuestre.
"Lindo apellido. Hillary Stewart…"
Me golpeé mentalmente por esa clase de pensamientos, podía apostar a que esa chica era su novia. Sí, seguramente.
La chica Leilah, se portó muy bien conmigo, de hecho, me dijo que tenía una amiga que estudiaba medicina y que seguramente la conocía y cómo no hacerlo… ¡era Marion Pratt!
La chica más tímida de toda la facultad, que se sonrojaba con facilidad y comenzaba a tartamudear cada dos segundos.
Hablamos de cosas triviales y debía admitirlo, me cayó muy bien y estaba esperando el final de clases, donde seguro vería al chico Marcus (me negaba a pensar en él como su novio) iría a buscarla para ir de regreso a su casa.
Lo vi cuando llegamos al estacionamiento, esperaba impaciente al lado del auto, mirando su reloj de vez en cuando. Me pregunté si tenía que ir a algún lugar o simplemente estaba obsesionado con la puntualidad.
Sus ojos se clavaron en mí y mordí mi labio. Estaba totalmente cohibida.
¡Y DEMONIOS, NUNCA ME HABÍA PASADO ESO!
Lentamente encaminé mi mirada por su brazo cubierto por un sweater delgado color azul... Tenía buen gusto en la moda. O tal vez su novia le decía que vestir, o peor... ¡Tal vez era Gay!
¡Diablos! Esa era la excusa más estúpida que podría haber pensado.
Me tomó al menos treinta segundos notar que Stewart me miraba con preocupación, y al parecer, era por algo.
No tardé en darme cuenta el porqué. Alguien pasó corriendo rápidamente en mi dirección, derribándome al piso.
— ¡Hillary! — exclamó mi nueva amiga, Leiah.
Caí estrepitosamente sobre mi brazo, pero pronto tuve a decenas de chicos a mi alrededor, además del pelinegro sexy, que fue a socorrerme sin dudarlo.
— ¿Estás bien? — Maldición, no recordaba que su voz era tan profunda, la más sexy que había escuchado jamás. Tan atrevida. Tan mordaz. Tan romántica. Tan tentadora. Tan… — Creí que las chicas sabían caminar con esas cosas.
Señaló mis tacones de 5 centímetros y me ruboricé. ¡Claro que sabía caminar con ellos! No era mi culpa que un imbécil estuviera corriendo como un caballo en pleno pasillo.
Oh, Marcus perfecto. Tan perfectamente para mí.
Él siguió susurrando cosas sin sentido, sin dejar de mirarme a los ojos.
— ¿Uh? — murmuré incoherentemente.
Idiota, soy una completa idiota.
El chico sonrió de medio lado, divertido. ¿Acaso le parecía divertido deslumbrarme? Ya veremos quién deslumbra a quién.
— Ven, te ayudo a levantarte —me extendió su mano y casi que olvido cómo respirar.
Me derretí, completamente. No encontré mi voz, las palabras faltaban, pero las miradas lo decían todo... o eso creí yo.
— Creo entonces que no — anunció finalmente, llevándose el calor de su mano lejos de mi cuerpo, y con él, miles de descargas que ahora parecían ser los inservibles cables de mi corazón otra vez.
Como si volviera a sumirme en la oscuridad, luego de haber visto la estrella más brillante del universo.
Más chicos y chicas se arremolinaban a nuestro alrededor. Al parecer, ninguno había alcanzado a pasar inadvertida a la chica rubia caída.
— Por Dios… ¿cómo luce mi cabello? —murmuré, viendo a todos lados. — ¿Alguien tiene un espejo?
Comencé a sacudir mi ropa, preocupada de lucir demasiado impresentable para conseguir un taxi o que alguien más me viera en esas fechas.
La comisura izquierda de los labios del pelinegro estaba alzada en una media sonrisa, parecía burlón, pero la diversión no le llegaba a los ojos.
Como si algo lo atormentara.
— ¿Estás bien? ¿De dónde eres, belleza? — inquirió un chico castaño con una sonrisa, dándome su mano para levantarme. Era un adolescente normal. — Mi nombre es John.
¡Qué nombre tan común! Recuerdo haber conocido al menos dieciséis de ellos a lo largo de mi vida y la mitad de ellos, llevaban Smith por apellido.
— ¿John Smith? — dije, conteniendo la risa.
Todos se tensaron al oír mi voz.
— De hecho, sí — tartamudeó el muchacho, parpadeando un par de veces. ¿Lo había ofendido? — Linda voz...
— ¿Gracias?
¿¡Qué demonios sucedía con esta gente!?
Las chicas se marcharon, mirándome con aversión.
"Muy bien, Hillary, acabas de arruinarlo con dos palabras". Ahora no tendría amigas... excepto por Leilah.
Suspiré y tomé mi bolso, echándolo en mi hombro y Marcus me imitó, tomando el de Leilah.
Sentí una punzada de envidia y con ello, la sensación de querer quitarle el novio.
— ¿Te vas ya? — preguntó otro chico, con la voz apagada.
— Uhmm, eso creo, debo irme ya, antes que comience a llover.
— Puedo acompañarte si quieres — dijo otro chico, con voz esperanzada.
Todos querían estar cerca de mí, todos… excepto ese chico pelinegro de mirada seria e increíblemente sexy.
— No hay problema — sonreí, no queriendo ser descortés. — Creo que puedo encontrar la manera…
— ¡Puedes venir con nosotros! — exclamó Leilah de manera alegre y Marcus bufó.
¿Acaso le caía mal? Vaya… eso no debería hacerme sentir tan mal, ¿o sí?
¡Que grandioso comienzo de clases!
Por supuesto, Marcus me llevó a mi casa en su auto, pero pareció hacerme la cruz quién sabe por qué, aunque Leilah había asegurado que él era así con todos.
Menos mal, luego me enteré que era su primo y mis esperanzas volvieron, para luego esfumarse de nuevo al sentir la mirada cargada de aversión del pelinegro sobre mí.
Ahora, finalmente saldría con él y eso, prácticamente me tenía brincando en un pie. Una oportunidad con Marcus, luego de años de estar babeando como un mugroso bulldog por él.
Nada podría salir mal, podría conocerme en verdad y todo iría sobre ruedas, ¿cierto?