Petya lanzó un resoplido, lleno de fastidio, pues el pequeño cachorro desde hace tres días era su alarma. No se perdía ni un minuto, a las 7 am en punto la bola de pelos ladraba con todas sus fuerzas y chillaba hambriento. La joven tomó sus cabellos y los estiró con fuerza. La mañana estaba más fría que de costumbre, probablemente empezaría a nevar en cualquier momento. “Debo llevarte con tu dueño antes de que eso pase...”, piensa somnolienta, escuchando los ladridos del canino. —Por Zeus, dame un respiro. —abre el cajón a lado de la cabecera de la cama y saca la bolsa de alimento para peros. —Toma y ya no me molestes, qué malcriado. —Me recuerda a alguien de ojos verdes y cara fea. —dice su mejor amigo desde la esquina mientras come trozos de melocotón. —Es tu desayuno, pero ya sabes,