—Para qué esperanzarse con ella, pensé que nos habías acercado un poco. —dice susurrante, pues siempre tiene el hábito de pensar en voz alta de manera inconsciente.
Debido a la lluvia imparable, llegó la noche y aún seguían en la casa de campo, atrapados y resguardándose de la lluvia, y de un posible resfriado. Extrañamente, no había televisión, si bien a Táo no le gustaba, le parecía extraño que precisamente no estuvieran las cosas que le causan disgustos. Al reflexionar se dio cuenta de que claramente su abuela le había advertido varias cosas, entre ellas su amor infinito por Totoro, una de las animaciones japonesas del mundo.
—Imposible. —dice en voz alta, lo suficientemente fuerte como para que Petya bajara las escaleras rápidamente y entrara a ver qué pasaba.
—¿Qué cosa?, ¿pasó a
