La blandura y dureza de sus bubis se desparraman de un lado a otro en mi camisa. —Anda, loquito, que ya lo hablamos antes. —Si te pone celosa que tenga una novia no la tendré. —Por Dios, mi bebé, es un decir. Sus uñas largas se clavan en mi espalda, y me acarician la espina dorsal, bajando lentamente. Me estremezco. Mi falo sigue palpitando. —¿Entonces me has perdonado, mamá? —Yo nunca podría enojarme contigo, mi bebé. Te amo. Nos separamos un momento. Sus ojos grandes, azules, me miran ansiosos. Y veo sus labios enormes, rosados, gruesos, y me los imagino en medio de mi polla, que me está palpitando justo ahora. —Yo te amo más. Cuando mamá intenta besarme las mejillas para despedirse, yo hago un suave movimiento, y mis labios y los suyos se juntan. Apenas es un piquito, pero me t