Matías se encontraba mirando una sit-com que eligió con la esperanza de distraerse un poco; pero realmente no le estaba prestando atención. Su mente deambulaba entre preocupaciones, problemas y alternativas de soluciones que eran descartadas por ser absurdas o inviables.
La puerta de la casa se abrió, y Matías se puso de pie de un salto. Vio a su madre entrando y le preguntó:
—¿Qué tal te fue? —Había un hilo de esperanza en su voz.
Nicol cerró la puerta y evaluó la mejor forma de decirlo, pero una mueca de de amargura apareció en su rostro y las lágrimas la vencieron. Abrazó a su hijo, éste no necesitó que ella le explicara nada. Las cosas habían ido mal.
—Dijeron que no me pueden contratar —se lamentó ella, llorando.
—No te preocupes mamá, vamos a estar bien.
—Te juro que hice todo lo posible… es muy angustiante.
—Nos las vamos a arreglar —Matías intentó tranquilizarla dándole unas palmaditas en la espalda.
—No, con el trabajo de mierda que tengo ahora, no vamos a poder. Necesito conseguir algo mejor, y ésta era mi mejor opción. Tengo que trabajar en algo que me deje más de dinero, o…
—Ya se nos va a ocurrir otra cosa.
A pesar de sus palabras tranquilizadoras, Matías estaba tan preocupado como su madre, pero quería mostrarse fuerte. Su familia seguía sufriendo un duro golpe tras otro. Había pasado un año y medio desde que su padre había muerto de un infarto, una tragedia que los dejó emocionalmente despedazados. Recibieron algo de dinero del seguro de vida que tenía por su trabajo, pero no era mucho y ya se les estaba terminando. A Matías le resultó indignante que la vida de su padre valiera tan poco, él había sido un hombre muy trabajador y responsable, nunca faltaba a su trabajo. Sospechaba que la muerte de su padre se debía al alto estrés laboral. Cuando Nicol se dio cuenta de que el dinero que les brindó el seguro no duraría mucho, intentó conseguir un trabajo mejor, ya que el que tenía era casi un pasatiempo. En realidad ella nunca había necesitado trabajar mientras su marido estaba con vida, lo hacía sólo para tener cuatro horas al día ocupadas. Vendía cosméticos en el negocio de una conocida. Poco después de la muerte de su marido, le suplicó a su jefa que le diera un trabajo a jornada completa, pero ésta le aseguró que eso era imposible, a duras penas podía pagarle por media jornada.
Durante varios meses se las arreglaron con el dinero del seguro de vida, pero ya estaba a punto de terminarse, y lo que ganaba Nicol apenas servía para cubrir algunos impuestos; ni siquiera todos.
—¿De qué vamos a vivir? —Preguntó ella con el corazón partido—. ¿Del aire?
—Tranquila, mamá. Estuve pensando mucho y creo que ya sé cómo ganar algo de dinero extra.
Ella soltó a su hijo y se sentó en una silla, lo quedó mirando aguardando a que él le diera una explicación, pero no dijo nada.
—¿Y?¿Qué se te ocurrió?
—Podría… —Matías comenzó a barajar todas las ideas que había tenido y tuvo que optar por una de las descartadas, pero la menos absurda de todas—. Podría vender fotos.
—¿Fotos de qué? —Preguntó ella secándose las lágrimas con la manga de la blusa.
—De lo que sea. Cualquier cosa que merezca ser fotografiada y tenga impacto artístico. Paisajes, casas, personas, animales, lo que sea. Sé mucho de fotografía y tengo una cámara que costó una fortuna. Pensé en venderla, pero creo que si le doy un buen uso puede ser más rentable.
Dicha cámara se la había comprado su padre al cumplir dieciocho años ya que el chico mostraba grandes aptitudes para la fotografía. Aquel día Matías se sorprendió mucho al abrir sus regalos y encontrarse con una cámara de fotos profesional y un trípode. Durante mucho tiempo experimentó con ella. Nunca hizo oficialmente un curso de fotografía, pero dedicó mucho empeño y comenzó a instruirse usando internet. Dos años después, al ver su entusiasmo, su padre le regaló accesorios de luces y flashes de estudio. Por desgracia, desde el día en que su padre murió, no se sintió animado a sacar fotos, ya que él era su modelo predilecto, y el único que se prestaba a largas horas de experimentación lumínica.
—No lo sé… ¿funcionará?
—Claro que sí, mamá. Ya tengo muchas fotos buenas, podría retocarlas un poco y comenzar a publicarlas. Conozco varias páginas webs donde la gente compra y vende fotos. El siguiente paso sería sacar fotos nuevas. Sé que no soy profesional, pero hoy en día el mercado para los amateur es cada vez más amplio.
—Te noto muy entusiasmado —dijo Nicol con una leve sonrisa.
—Lo estoy, porque sé que puede funcionar —intentaba convencerse más a sí mismo que a su madre—. No digo que nos vaya a dar dinero de inmediato; pero me voy a esforzar mucho.
—Está bien, y yo me voy a seguir esforzando por conseguir un mejor trabajo. Al fin y al cabo, no estoy tan vieja. Alguien me tiene que contratar.
—Bueno, con respecto a tu edad… —hizo girar sus ojos.
—No te olvides que algún día vas a llegar a mi edad —de pronto ella comenzó a sentirse mejor—. Tampoco estoy tan vieja, tengo apenas treinta y siete añitos.
—Tenés cuarenta y tres —la corrigió él.
—Pero parezco de treinta y pico —dijo ella poniéndose de pie y acariciando su cuerpo.
Matías se limitó a sonreír. No le discutiría a su madre, para que no se pusiera mal. De todas formas, algo de cierto había en esa afirmación. Muy al contrario de sus amigas más cercanas, o de sus hermanas, ella aún conservaba una excelente apariencia. Su difunto marido siempre le dijo que ella podría haber sido modelo, o vedette, especialmente gracias a sus firmes y grandes pechos. Además era rubia natural; ella solía decir que había algo bueno con las rubias: siempre destacaban. Es muy difícil no seguir con la mirada a una rubia bonita, y Nicol aún seguía arrastrando cientos de miradas, de hombres y mujeres. Sin embargo, su mejor cualidad, era que nunca se había tomado su belleza demasiado en serio, nunca se aprovechó de ella para conseguir ventaja. Hasta cuando salía con su marido, cuando eran novios, solía vestirse de forma discreta y no usaba maquillaje. Según ella, lo hacía para no dar la apariencia de ser una “chica fácil”. Ella sabía que su difunto marido tuvo que soportar varias bromas pesadas por parte de amigos y familiares, en las que afirmaban que Nicol era demasiado hermosa para él y que ella debía tener muchos amantes ocultos; tal vez uno para cada día de la semana. La que más se molestaba con esas bromas era la misma Nicol, ya que ella siempre amó a su esposo y siempre le dijo a todo el mundo que nunca tuvo necesidad de engañarlo con nadie. A su difunto marido poco le molestaban estas habladurías, ya que él conocía muy bien a su esposa y confió en ella hasta el día de su muerte.