Y ante mis temores de que me diga que no, me tranquiliza su sonrisa. Se pone de pie, mete sus manos entre mi camisa desabotonada y acaricia mi espalda suavemente. Tengo un escalofrío que me pone cachondísimo. —Palpa mi rajita, mi niñp, y dime tú si lo deseo o no. —¿Pu-puedo, má? —no me lo creo, verdad de Dios que no me lo creo. —Puedes, Santi. Sus labios mullidos están muy cerquita de los míos. Me agobia su aliento a madre cachonda y la forma en que su lengua se mueve dentro, mojada. Su mirada azul es lasciva, y conecta con mis ojos. Veo la gruesa boca de mamá entreabrirse y sacar su lengua. Eso me hace falta para acercarme a ella, tímidamente, e intentar besarla. Pero Sugey no permite que la bese aun. Ha sacado su jugosa lengua y me está lamiendo con la punta los contornos de mis lab