Él obedeció al instante. Volvió a sujetar el cabello rubio de su madre y la forzó a tragarse la v***a. En esta ocasión esperó un poco más de tiempo antes de apartar la mano y permitirle retirarse. —¡Ay, mamita querida! —Dijo Nicol—. ¡Eso me vuelve loca! ¡Me encantan las pijas grandes! —¿Querés probar otra vez? —No, no… me parece que eso ya sería demasiado… ahora solamente quiero pajearme. Nicol volvió a acostarse sobre la cama, con las piernas bien abiertas, y sus dedos se encargaron de brindarle placer directamente en su concha. Dejó salir algunos suaves gemidos, no sabía muy bien por qué, pero se excitaba al saber que su hijo podía escucharlos, y que además él se estaba masturbando a su lado. De pronto Matías se puso de pie y dijo: —Sé que querías dejar la cámara para otro momento,