Al principio no hizo más que gemir pero yo ya estaba comenzando a cumplir mi amenaza, ya hasta me ayudaba con el pulgar, le estaba metiendo los cinco dedos hasta los nudillos. Empezó a mamar casi con miedo, como si fuera la primera vez que chupaba una v***a, su saliva chorreaba en abundancia. Subió y bajó la cabeza lentamente sin dejar de mirarme con esos ojos de prisionera de guerra. — Más te vale que chupes bien y que me guste, de lo contrario te vas a enterar – pellizqué uno de sus pezones con bastante fuerza, intentó chillar y vi una mueca de dolor en su rostro. Sus chupadas fueron mejorando. No eran las expertas mamadas que mi madre solía darme pero si lo estaba haciendo mejor. Se preocupaba por lamer bien mi glande y tragársela toda, siempre sin dejar de mirarme como preguntando “¿