—No —respondo seguro—. En este país está prohibido tener cámaras en baños y vestidores. —Bueno. —¿Te ayudo? —me ofrezco. —Pero pórtate bien —desconfía ella. —¿Qué es portarme bien? —Cuando me ayudes a desanudarme el vestido, te sentarás en el sofá, y evitarás ponerme las manos encima. Tú sólo mirarás mientras yo me pruebo los sujetadores. —¡Pero mamáaa! —me quejo. —Pero nada, ¿quieres o no? —Hummm. Está bien —digo desganado. Mamá pone las prendas en el único sofá que está en el interior del pequeño probador, me pide que me acerque a ella. Se gira, quedando de espaldas a mí, y yo le restriego mi duro paquete en sus deliciosas nalgas paraditas que tiemblan a mi contacto. —¿En qué quedamos, tramposo? —me reprocha. —Dijiste que no te pusiera las manos encima, mami, y yo lo que te es