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805 Words
—Buenos días, princesa.— Carrie me despertó, de una forma en la que nunca pensé que lo haría. Había golpeado un gong.—Has dormido más de ocho horas. Estaba en una especie de sala de meditación oriental, una habitación totalmente blanca llena de budas, un par de fuentes, un gong, velas... Yo estaba tumbada sobre un montón de esterillas con toallas bajo mi cabeza y tapada con ellas. Busqué el móvil en el bolsillo de mi pantalón, pero estaba vacío. —Cierto...— sacó de su bolso mi móvil, la funda de este, veinte euros, mi DNI, mi abono transporte y mi tarjeta sanitaria. Tenía todas mis pertenencias y todos mis datos.—Nos deberías haber dicho quién eres, ya hemos hablado con tu familia, están de camino. —Hijos de puta.—Seguramente habrían tratado de sobornar a mis padres. Miré a mi alrededor, al no oír sus patitas sonar sobre el suelo de madera.— ¿Dónde están mis perras? Ella sacó un cigarrillo de un paquete y lo encendió rápidamente, a continuación, hizo un gesto con la barbilla señalando una puerta. Me levanté sin pensar (di gracias al cielo por este don mío para no tener resaca) y abrí la puerta que llevaba a un jardín donde ellas estaban jugando. Cuando me vieron, vinieron hacia mí y se lanzaron en busca de caricias; por suerte para ellos, estaban sanas y salvas. —Bueno, ¿me vas a explicar qué hacías tú en una operación de tráfico de drogas?— me giré extrañada al notar familiaridad en esa voz, era la de mi tío Roberto. —¿Tío?— pensé que si querían pedir un buen rescate llamarían a mi madre (la heredera de una conocida empresa de bolígrafos) o a mi padre (abogado prestigioso), no a mi tío el de la homeopatía. —¿No estarás metiéndote esta mierda? ¿Tengo que hablar con tus padres y decirles lo que haces en lugar de ir a clase?— negué con la cabeza. Ahora mismo estaba tratando de asimilar demasiado.— Carrie, ¿por qué no vas a ayudar a Dante en la entrega? —Sí, jefe.— respondió tras darle una calada a su cigarrillo y se marchó. —¿Jefe?— ya no sabía a qué se dedicaba mi tío. —¿Recuerdas que querías ser abogada como tu padre pero terminaste haciendo un curso que no te gusta?— asentí.— Pues yo quería estudiar medicina, pero he terminado vendiendo medicamentos que no funcionan y otras drogas que sí lo hacen. Me llevé las manos a la cabeza. Era un maldito narcotraficante y en navidad solo me regalaba jerseys. —Yo no iba a comprar la droga, solo estaba con un compañero de clase.—él alzó una ceja. —Amy, no quiero que cuentes nada de esto al resto de la familia, piensan que solo me dedico a la homeopatía.— asentí.—Esto es serio, ¿estás dispuesta a guardar el secreto?— asentí de nuevo.— Abre esto. Me pasó algo envuelto en una toalla, la quité para descubrir un cuchillo dentado en forma de gancho, una vez en mis manos reconocí el arma del crimen. —Ven conmigo.— salimos de allí y en la puerta estaba el coche de la noche anterior. Abrió el maletero y un olor nauseabundo salió de ahí, seguía conteniendo el c*****r ensangrentado de Pedro.—Deja ahí el cuchillo.— obedecí y él cerró el maletero dando dos golpes en la chapa. El coche arrancó, me di cuenta de que al volante estaba el mismo hombre gigante que vi de espaldas la noche anterior. —¿Sabes para qué he hecho esto? —Tienes mis huellas en el arma del crimen.— él asintió.— Puedes inculparme del asesinato. —Eso es.— dio un par de palmas a modo de aplauso.—No entiendo porqué no llegaste a la nota necesaria para derecho. —Si guardo el secreto, quiero llevarme algún beneficio.— de ser un narco cualquiera no me atrevería a hablarle así, pero siendo mi tío había confianza. —¿Quieres unirte al negocio?— se lo pensó unos segundos.— De acuerdo, seguro que podemos encontrar algo para ti. —Genial.— ya podía imaginarme siempre hasta arriba de adrenalina, descargando fardos de cocaína desde una lancha motora, ajustando cuentas, regando plantas de marihuana... —Te encargarás de repartir homeopatía.— fruncí el ceño.— Es la parte legal de esta empresa y la única en la que vas a participar. —Pero... —Ni peros ni peras, deberías estar agradecida de que no le cuente todo esto a tus padres.— de pronto quería ser el adulto responsable. —Lo mismo digo.— la abuela le daría un buen chancletazo si se enterase.
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