Los ladridos y gruñidos de sus dos perros en el medio de la noche despertaron a Deorman. Asaltantes, asumió o peor, guerreros de Arwald, buscando hombres sanos por todo el país contra la amenaza de invasión. ¡Imposible! ¿No de noche? Un golpe distintivo pero débil, n o una paliza, llegó a la puerta. Lo inesperado e inexplicable dejaron al leñador inmóvil de miedo. Sus perros no serían una protección adecuada contra intrusos armador, entonces metió su puñal en su cinturón, pateó a los animales para que se callaran y se quedó en la puerta reacio a abrir sin identificar a los merodeadores. El amenazador pelo erizado de los perros y sus dientes descubiertos confirmaban su presencia fuera de la vivienda. De nuevo, alguien golpeaba. “¿Qui-quien está ahí? ¿Quién es usted?” llamó Deorman, vacilan