‘Violada por la alegría’; así Cynethryth describía su estado a Rowena en los días que le concedió a ella Caedwalla. Una mañana lúgubre con niebla y llovizna que dio paso a una lluvia fuerte no apagaron su júbilo. Cuando esto aminó, el viento cayó y el sol inmaduro logró motear los alrededores de la abadía con una frescura brillante. Inquieto, a pesar de la dulzura de su “cautiverio”, Caedwalla no necesitó persuadirla para salir de los confines de la casa religiosa con su mujer. “Vamos bajemos a la costa”, dijo ella. Una vez atravesaron el pueblo, el mar, vislumbrado más allá del tojo, aparecía plano y calmo. El camino los llevó a un claro entre los arbustos espinosos de flores amarillas y Cynethryth apuntó. “Aquí era donde estaba erigido el Anillo de Piedra”. Ellos se aproximaron al a