La corteza dorada del tocino ahumado sobre un fuego de nogal que colgaba de una viga en la alacena atrajo la atención de Cynethryth. Junto al embutido colgaba una hilera de pájaros atados por sus patas. “¿Qué aves son estas?” preguntó ella, apuntando con la llave de hierro de la alacena. “Chorlito, lady. Y necesitan ser comidas de inmediato antes que se echen a perder. Podemos ponerles manteca de cerdo y asarlas a fuego vivo. De todos modos, hay suficiente para la mesa del lord”. Cynethryth sonrió a su nueva ayudante. Había cocinado para el último Rey Aethelwalh, ciertamente, pero su lealtad fue jurada a sus ollas y sartenes. No importaba si el estómago del gobernante se originó en el Suth o en el West Seaxe – bastaba que apreciaran sus ofrendas. Por supuesto, un señorío sensato, para l