Capítulo 6. La maldición.

2030 Words
Gabriel, otro discípulo, dejo pasar a Arcite a la habitación de Adonis, esta era un recinto idéntico al de ellos, una habitación cómoda, pero ni ostentosa ni lujosa, sino más bien simple y funcional. Ambos se quedaron con Adonis creyendo qué podía ser otra trampa de la misma dama blanca, además observaron qué Adonis se veía un poco nervioso por la visita inesperada, así que no pensaban dejarlo solo. Caelia miro a la joven de pies a cabeza, su rostro le parecía familiar, pero en realidad no estaba del todo segura. —Disculpe—finalmente hablo la joven de cabello color ébano. Llevaba puesto un vestido color púrpura bastante lujoso y por lo tanto era obvio que la joven pertenecía a una buena familia—¿Le han dicho que se parece mucho a la señora Caelia? Un escalofrío recorrió la espalda de Caelia luego de escuchar esa frase. Desde que había llegado a las montañas del norte, nadie nunca le había dicho nada como eso, quizás porque nadie en ese sitio había viajado a su natal región, donde los lobos rojos gobernaban y donde ella era fácilmente reconocida porque muy pronto se convertiría en la líder de la manada por causa de sus hermanos mayores, ninguno era lo suficientemente capaz a los ojos de su padre para gobernar a los lobos o al menos esa era lo que su padre le había dado por excusa a la hora de nombrar a su heredero, cuando bien sabia que ninguno de sus hermanos quería una carga tan grande como esa sobre sus hombros. —S-si—respondió con voz nerviosa—el viejo curandero me lo dijo una vez, pero nunca la he visto para asegurar que sea verdad. —Podrían ser gemelos—expresó Arcite conmocionada, pero Caelia ya no quería hablar sobre si misma y lo estúpido que era tratar de convencerla de que ambos eran completamente diferentes. —¿A eso has venido?—cuestiono Caelia para cambiar de tema—¿A compararme con la señora de los lobos rojos? —¡Oh, no!—dijo la joven un poco asustada—traje esto para usted, es del señor Atiqus. —¿Atiqus?—repitió Caelia mientras observaba a la joven sacar una carta a la joven qué, efectivamente, llevaba como distinción el sello de su hermano mayor. La joven le extendió el sobre de color rojo con un sello dorado y Caelia no tardo en leer su contenido: Querida Caelia. Disculpame qué te envie a esta joven sin previo aviso; sin embargo, vino a mi buscando ayuda para un problema qué la aflije y el cual no podía ignorar. Su padre la ha prometido en matrimonio a un viejo lobo de las colinas verdes, bien sabes que esa región la comandante manadas pequeñas y poco importantes, sin embargo, el problema radica en que aquel lobo qué debe ser su esposo, es un bebedor y vividor qué ha tenido por lo menos cinco esposas en cincuenta años, todas han muerto de forma sospechosa y Arcite teme por su vida si permite a su padre continuar con este enlace. Te pido querida hermana qué la acojas como tu protegida allá, en las montañas del norte donde sé que su familia ni aquel viejo lobo la buscarán. Perdoname por pedirte esto, pero estoy seguro que tu podrás ayudarla. Con amor, Atiqus. Caelia bajo la mirada hacia la joven qué miraba el lugar para disterse mientras ella leía la carta. Todo era muy confuso para ella, pero si su hermano le estaba pidiendo ayuda para su amiga no podía negarse la, sobre todo porque pronto tendría que lidiar con problemas mucho mayores; sin embargo, su hermano se había equivocado al crres qué podía acoger la de la nada, cuando ella no regia en el palacio de las montañas, solo era un simple discípulo y por lo tanto debía pedir permiso en cuanto su maestro llegara y de negarse, no habría más que despedirla. Antes de que pudiera explicarle qué no podía darle una respuesta en ese momento, las puertas de su habitación se abrieron permitiendole la entrada a su maestro, quien al llegar, había escuchado enseguida qué Adonis había despertado, así que quería saludarlo. —¡Maestro!—expresó intentando levantarse de su sitio para recibirlo debidamente, pero Eroth enseguida bajo la mano para detenerla. Caelia agradeció la comprensión de su maestro, ya qué aun no se sentía del todo bien, así que volvió a la cama y miro a la joven qué no se había dignado en ofrecerle la reverencia qué un señor como él merecía. —¿Interrumpo algo?—cuestiono Eroth mirando a la joven qué por supuesto no tenia nada que hacer ahí, pero intuyo qué sé trataba de una amiga de Caelia qué había ido a visitarla. —N-no, no realmente—respondió Caelia nerviosa, era su oportunidad para hablar, pero no quería molestar a su maestro cuando recién volvía de una pelea qué ella había provocado de alguna forma extraña, pero no podía simplemente quedarse callada y no explicarle lo que estaba sucediendo—ella es una conocida del joven Atiqus, hijo del líder del clan de los lobos rojos, vino a pedirme ayuda por un matrimonio arreglado donde parece que su vida puede estar en peligro; sin embargo, no puedo darle una respuesta porque no tengo autoridad para decirle que se quede, además ella es una mujer y aquí ellas están prohibidas. Eroth giro hacia la joven, la miro un momento y pensó que era una buena idea qué además de Caelia hubiese otra mujer, más que nada para acompañarla porque Caelia debía comportarse como hombre todo el tiempo, así que seguramente querría tener un poco de compañía femenina para recordar quien era realmente. —Puede quedarse—autorizo. —¡Qué!—cuestiono Caelia atónita—¿Pero...?¿Donde va a quedarse? Aquí hay muchos varones para que ella se quede sola. Eroth recordó qué aquí junto había otra habitación, la cual quería destinar a otro espacio para Caelia, solo que no había tenido tiempo de prepararla debido a los pendientes que necesitaban de su atención. —Ella puede quedarse aquí, hay una habitación al lado ¿No es así?—le recordó. —¡Pero yo también soy un varón!—replicó Caelia como si eso fuese cierto. Eroth alzó una ceja algo desconcertado y Caelia entendió que no se trataba de una sugerencia sino más bien de una orden así que ya no dijo nada más. Eroth se fue de ese sitio y camino por el pasillo hacia sus propios aposentos, pero en el trayecto vio el balcón donde se encontraba aquella hermosa fuente donde por lo general, escuchaba los susurros de la luna. Se decía que solo los herederos a la corona podían escucharla, pero él habia negado tal don cuando le entrego la corona a su hermano menor. Ahí, en la fuente, se encontraba un bello lirio blanco de agua, era una flor muy especial para Caelia ya qué parecía ser su única amiga en ese sitio, alguien con quien hablaba aunque no le respondiera, tenia una fuerte conexión a esa flor y a Eroth le causaba cierto conflicto pues esa flor era la causa por la cual él no podía sentir amor genuido por ninguna mujer. En el momento de su nacimiento y en medio de la guerra, él traía consigo aquella flor en su pequeña mano. Todo el mundo creyó qué esa flor era un buen presagio qué anunciaba el fin de la guerra, pero en realidad se trataba de una maldición con la que él habia nacido. Su padre había consultado con muchos adivinos y también con brujas y todo tipo de adivinadores hasta que uno de ellos le dijo que significaba aquella flor. Su especie había orado por una solución para acabar con los humanos qué apesar de su frágil vida, habían logrado encontrar una forma de matar lobos a diestra y siniestra como si de animales se tratarán. Aquella oración se había vuelto en su maldición, él habia nacido como respuesta a las plegarias, un guerrero invencible, que estuvo a punto de acabar con los humanos antes de que la barrera apareciera de la nada para dividir ambos mundos. Aquella flor contenía todos esos sentimientos qué él no podía sentir, amor, dolor, desesperación, tristeza, todo. Su padre le había advertido qué si cuidaba de la flor, en algún momento se convertiría en un eterno, el qué sé suponía él se habría convertido de no haber nacido sin sentimientos. Eroth no podía sentir nada más que rabia y furia, cosas que había aprendido a manejar, pero también a lo largo de su vida había aprendido a imitar otros sentimientos, como la compasión, era fácil dejar vivir a alguien quien no lo merecía, pero al menos tenia la decencia de suplicar. Eroth no amaba a Caelia o al menos eso pensaba, debido a la maldición, pero si tenia interés en su bienestar, en protegerla y en que ella fuera feliz, pero también existía esa flor. Eroth sabia que pronto nacería como se lo había prometido su padre y después de pasar tanto tiempo con Caelia, quizás él podría amarla como se suponía que él debía hacerlo, pero no quería compartirla con nadie. —¿Maestro?—escucho la voz de Arias, el otro discípulo qué había llegado el mismo día que Caelia. Eroth giro en su dirección y se alegro de verlo en ese momento. —Arias. Justo pensaba en ti—mintió, pero recordó algo importante que debía hacer. —¿Que sucede, maestro? —Saldré por lo menos de diez a quince días. Debo cazar antes de la luna llena, pero temo qué en mi ausencia Adonis se meta en problemas, así que te dejo a cargo de él. —Pero señor, sabe bien como es Adonis, parece un cachorro, es traviesos y testarudo... —Y por eso te pido que lo vigiles, solo no te dejes manipular por él. —Él jamás podría manipularme, señor—expresó Arias seguro de que era inmune a los chantajes de Adonis, pero lo que Arias no sabia es que siendo una mujer y sobre todo la líder de los lobos rojos, era una experta en el arte de la manipulación. —Por supuesto—dijo Eroth rodeando a su discípulo para poder irse de aquel sitio. Los días siguientes, para asegurarse de que Adonis estaría lo bastante ocupado para no meterse en problemas, Eroth dejo ordenado qué Adonis realizará por lo menos diez mil copias de los poemas del viejo curandero, una serie de libros que había redactado durante la guerra, una lectura qué seguramente resultaría propicia para Adonis si es que deseaba volver a salir porque aquella tarea era en realidad un castigo. —Arias—susurro Adonis cerca de su compañero. Estaban en el salón de estudios, un lugar muy grande, donde cada discípulo tenia su propio escritorio, plumas y papiros para escribir, además de varios candelero para poder observar con atención sus apuntes ya qué el palacio de piedra de las montañas del norte era un lugar bastante oscuro y cada rincón del lugar era iluminado por velas hechas por los mismos discípulos, ya qué el señor de las montañas era estricto en cierto modo y le enseñaba a sus discípulos sobre paciencia y obligaciones de forma no muy convencionales. —¿Qué quieres? ¿Ya terminaste tus copia? —expresó para que se concentrará en sus propios deberes mientras él hacia los suyos, pero Caelia no estaba dispuesta a continuar, no solo estaba aburrida sino que también quería hacer algo, distraerse, y divertirse. —No aun no, pero tengo algo importante que decirte—dijo esperando captar el interés de su compañero como la lobita roja traviesas qué era. —No importa que sea, termina tus deberes—le insistió recordando la advertencia de su maestro. —Espera, es que me entere de algo que de verdad te va a interesar—menciono Caelia segura de que con lo que estaba a punto de decirle, su compañera finalmente cederia—habrá una celebración en la región de los lobos rojos.
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