A veces se sorprendía de lo fuerte que podía oír los latidos de su corazón desde su cabeza. Tal vez era porque antes su mente se encontraba ocupada la mayor parte del tiempo, y ahora podía quedar horas con la vista perdida, solo escuchando ese retumbar que la mantenía con vida.
A sus estudiantes les extrañaba que, en un día de exámenes, ella se quedará sentada en el escritorio sin hacer nada. Cuando tenía por costumbre caminar entre los mesabancos con los oídos bien abiertos, por si a alguien se le ocurría copiar. Puede que no tuviera mucha malicia, pero se sabía todos los trucos que los chicos usaban para hacer trampa.
A pesar de que parecía que podrían incluso pararse e ir a copiar del examen de alguien sentado del otro lado del salón sin que ella despertara de su trance, ninguno se at
