CAPITULO 1
Alex Bennett odiaba perder o perder el tiempo, pero acababa de perder una, y una grande. Tuvo que pagar por ello, y el precio fue... el matrimonio.
Su único consuelo era que había perdido la libertad a su manera. A pesar de todo permitió que sus padres lo inmovilizaran, obligandolo y haciendo que se casara con alguna debutante engreída, o con la hija de uno de sus amigos ricos.
Coloca una cinta en la videograbadora de su despacho en la quinta planta del edificio Bennett.
Lo enciende con el mando a distancia y se reclina en el sofá para ver la pantalla.
Una mujer excesivamente maquillada sonríe a la cámara y se presenta con una voz irritante y aguda.
Alex deja escapar un gemido. El trabajo de encontrar una mujer es difícil, estresante y probablemente una pérdida de tiempo.
Le da mucha rabia perder preciosos minutos que se convierten en horas.
Horas que necesitaba desesperadamente para invertir en el negocio familiar. ¿Por qué su padre no lo entendía? Diablos, ya podría haber ido a Nueva York en el viaje del que habían hablado y haber cerrado otro acuerdo multimillonario.
Salvo algunas excepciones, Alex rara vez se tomaba un descanso del trabajo que le gustaba.
Un entrenamiento corto e intenso en el Springs Health Club.
Una cena con una hermosa mujer en el hermosa restaurante Bon appetit, seguida de una noche en compañía, porque, después de todo, era un hombre sano y viril.
De vez en cuando, su compañero de universidad, Dave Johnson, le convencía para que le acompañara a practicar deportes de aventura: Senderismo en el Gran Cañón, rafting en los rápidos de Montana, ciclismo en Colorado.
Los deportes extremos reproducen la emoción y el riesgo de columpiarse en una viga de acero o a 30 metros del implacable suelo, o de cerrar un trato tras una dura negociación.
La vida de Alex era un negocio. Así es como le gustaba. Y ¡maldita sea! Si fuera por él, así continuaría.
Pero los persistentes intentos de sus padres por casarlo se habían intensificado en los últimos meses.
Y la abuela Kate había llegado desde Minneapolis, el equivalente a la artillería pesada. Sea lo que sea lo que Jasmine y Devlin Bennett estaban tramando para casarlo, resultó ser un viejo truco y una vieja historia.
Algo ridículo si no hubiera sido serio y dirigido contra él. Antes, su padre le había dado un ultimátum.
Se casará y formará una familia antes de los treinta años, o no heredará su parte de la empresa. Es por tu propio bien, Alex.
Y por el bien de esta familia, recordó las palabras de su padre.
Volvió a tensarse al pensar en las complicaciones que una esposa y una familia supondrían para su organizada vida de soltero y pulsó con rabia el botón de expulsión del vídeo.
Introdujo otra cinta y volvió a sentarse, apoyando su calzado en las que terminaban sus largas piernas contra el borde de la mesa llena de documentos.
Intentó concentrarse en la pantalla para defender su posición como heredero de la vicepresidencia de la empresa constructora Bennett.
Alex centró sus ojos grises en la mujer entrevistada. Había un brillo de entusiasmo en sus ojos.
Llevaba unos labios carnosos y rojos, y una ola de pelo platino caía seductoramente sobre un ojo. Vale, este era bonita. Con un poco de esfuerzo, incluso hermosa.
Era joven, enérgica, rápida en sus respuestas y dispuesta a tener hijos en un tiempo.
Una alarma se disparó en su subconsciente. —Dentro de un tiempo— significaba —no quiero arruinar mi figura hasta que sea lo suficientemente mayor como para que no me importe—.
Dejó escapar una risa ahogada.
La querida abuela Kate tendría un serio problema con esto. Su vivaz abuela octogenaria no intentó ocultar que quería tener bisnietos a raudales. El sonrió, sacudió la cabeza y volvió a sacar la cinta de la videograbadora.
—El último video que queda. Será mejor que está sea la indicada.— murmura Alex mientras desliza la última cinta y arranca.
—Espero sinceramente que no sea lo que creo que es —dice una voz profunda en el pasillo. No pierdo mi tiempo con este tipo de cosas. Las de carne y hueso son mucho más satisfactorias.
Alex se vuelve con una sonrisa hacia su hermano Jason, que está apoyado en el poste de la puerta con una sonrisa divertida. Igual de alto, enjuto y musculoso que su hermano menor, Jason tenía el pelo ligeramente más rojo y los ojos ámbar en lugar de grises.
Sin embargo, ambos compartían la orgullosa herencia de sus padre y eran auténticamente atractivos.
Los rasgos de ambos hermanos llevaban la huella de su ascendencia nativa: pómulos altos y angulosos, poderosas narices aguileñas, mandíbulas que podrían haber sido talladas con perfección.
Jason observa la imagen en la pantalla con una solemnidad burlona.
—Escuche por papá, que te dió un ultimátum de boda ¿cómo vas.?
—No tan bien.—replicó Alex volviéndose para encontrarse con un pálido rostro ovalado en la pantalla del televisor—. Lo miró fijamente, sorprendido. Este era… diferente.
La joven habló en voz baja, como si temiera que alguien la oyera.
No intentaba venderse ni coquetear con la cámara como las anteriores.
No parecía llevar maquillaje ni joyas de ningún tipo. Si hubiera una palabra para describirla, sería “fea”, muy poco agraciada.
Sin embargo, había algo en esta mujer que llamaba la atención de Alex de un modo que no lo hacían las demás.
—¿Es esta una nueva técnica para entrevistar a las recepcionistas?
—Futuras esposas.
La repentina risa de su hermano resonó en la habitación.
—Sí, por supuesto —dijo, haciendo un esfuerzo por contenerse frotándose los ojos—. Futuras esposas.
—Estoy hablando en serio. Si me voy a casar en menos de un año, que me parta un rayo si dejo que me elijan una esposa.
—¿De verdad crees que papá hablaba en serio?
—Lo ha dejado claro hoy a la hora de comer. Por suerte, tenía un plan en marcha.
—Eso no es un plan —dijo Jason, sacudiendo la cabeza—, eso es un desastre. ¡No puedes encontrar una mujer así,!
—¿Por qué no? —preguntó Alex con obstinación. Odiaba que le dijeran cómo vivir su vida, y eso no excluía a su hermano ni a sus primos, que trabajaban en el negocio familiar. ¿Quién establece las reglas para elegir una esposa?
Diablos, querían que te casaras con Cara cuando la dejaste embarazada, ¡cuando sólo tenías veinte años! No quiero terminar como…
Se interrumpió demasiado tarde. La última palabra, “tú”, quedó suspendida en silencio entre ellos. Deseó haberse quedado callado. No había pretendido ser tan crítico ni recordarle a Jason el fracaso de su primer matrimonio.
—Lo siento, no era mi intención…..
Jason hizo un gesto despectivo con la mano.
—Mira, he intentado decirle a papá que no soy material de marido, pero no me escucha. Y no tengo tiempo para hacer otra cosa.
Había muchas cosas que Alex consideraba que podía hacer bien. Sabía levantar una viga de media tonelada a diez pisos, hacer unos cimientos que no se agrietaran ni siquiera en el implacable calor de Arizona, colocar remaches con su cuadrilla y besar a una mujer hasta que se volviera loca. ¿Pero el matrimonio? no era para él simplemente.
Jason parecía menos interesado en las explicaciones de su hermano que en la pequeña y nerviosa criatura que aparecía en la amplia pantalla del televisor.
—Mírala. Tiene la impresión de que el entrevistador es un león a punto de devorarla.—comento Jason
—Parece muerta de miedo —reconoció Alex—. Tenía unos ojos enormes y parpadeaba, parpadeaba, parpadeaba como un animal salvaje que se hubiera deslumbrado con las luces de un coche. Se humedeció varias veces los labios con la punta de la lengua. Por una vez, el gesto no parecía hecho a propósito, tanta timidez lo desconcertaba.
A pesar de ello, Alex lo encontró atractivo, tentador en su inocencia.
—No sé por qué la gente se presta a este tipo de comercio —suspiró Jason—, como si fuera un filete en venta.
Es tan malo como ir a bares de solteros.
—Quién sabe. ¿La soledad? ¿El deseo de formar parte de algo? Una pareja… una familia.
Pero Alex ya tenía una familia. Y no quería nada más. Su hermano, su sobrina, sus padres, su abuela y sus primos eran una familia bulliciosa y trabajadora, un clan orgulloso y competitivo.
Los quería a todos con pasión. No le interesaba meter a un intrusa en su seno, y no entendía por qué sus padres insistían tanto en que lo hiciera.
Sorprendentemente, no podía apartar los ojos del rostro de la tímida mujer.
—Bella—, oyó decir al entrevistador, —¿por qué te has inscrito a la agencia Flechas de Cupido?
Ella enderezó la columna vertebral, echó hacia atrás sus estrechos hombros y levantó la barbilla para mirar directamente a la cámara por primera vez.
Alex se dio cuenta de que el esfuerzo para realizar esos simples movimientos debía ser enorme.
—Quiero un bebé —dijo.
—Madre mía, se ha cavado su propia tumba con eso —murmuró Jason.
Alex sacudió la cabeza lentamente.
Alguien tendría que decirle que la sinceridad no le conseguiría un novio. Daba la impresión de estar desesperada.
Y la desesperación no conseguiría el interés de los hombres.
—Lo que quieres decir —sugirió el entrevistador, tratando de guiarla hacia una respuesta más atractiva— es que quieres encontrar tu alma gemela, alguien con quien compartir tus intereses, como la alta cocina o el amor por los niños…
—No —dijo Bella lentamente, enfatizando cada palabra, como si contuviera un mensaje único—. Lo único que quiero es un hijo. Varios hijos, en realidad. Tres, cuatro… más, si mi marido los quiere. Me encantan los niños.
Alex se preguntó si había un mensaje oculto. —¿Qué los niños eran geniales, pero que a ella no le gustaban tanto los hombres?
—Entiendo —murmuró el entrevistador. Se oyó el sonido de las páginas que pasaban. La había despistado por completo.
—Bella… ¿Cuál era su apellido? Alex miró la carta que acompañaba a las cintas de vídeo.
—Parker.
—Sí, Bella Parker era demasiado sincera para aquella sofisticada agencia matrimonial con oficinas en todo el país.
Alex se sintió avergonzado. Pulsó el botón para extraer el casete, que se deslizó suavemente fuera del vídeo.
—Buena chica —comentó Jason—. No tiene ni idea, ¿verdad?
—¿Eh? Oh, no… —dijo Alex, todavía pensando en los ojos de Bella Parker. No recordaba su color ámbar, quizás.
Un color suave para unos ojos que no llamaban mucho la atención.
Pero tenían una cualidad nebulosa que le encantaría explorar en persona. Y el pedacito de lengua rosada que asomaba de vez en cuando y luego.....
Dios, el efecto que tuvo en su entrepierna.
Tal vez debería poner la cinta de nuevo, sólo para verla un poco más .
—Buena suerte, Romeo —dijo Jason, alegremente—. Si me preguntas, creo que si pudieras encontrar una novia que te durara más de tres meses, podrías encontrar una que diera señales de ser algo más permanente.
—No estoy preocupado por ello, estoy preocupado por mí. —Hey, Jason, de hombre a hombre, una pregunta universal: ¿Puede una mujer ser suficiente para mí... para el resto de mi vida?
—Bueno, sí —se encogió Jason—. Nunca se sabe hasta que llega el adecuada. —Cuando es la chica adecuada para ti, todo encaja.
—Mira cómo Adele ha cambiado mi forma de pensar sobre el matrimonio—dijo, sonriendo como un niño, una sonrisa que Alex envidiaba.
Qué no daría por sentirse tan feliz en medio de lo que han sido las últimas semanas.
—¿Qué te trae por aquí tan tarde? —pregunta Jason, cambiando de tema.
Su hermano era vicepresidente de marketing y tenía relativamente poco que ver con la parte de construcción del negocio.
Hay algo que deberías saber antes de que la prensa se entere—dice, poniéndose serio y cerrando la puerta del despacho.
Mike Templeton cree haber encontrado la prueba de que Nick Dodd estaba... bueno, de que el ascensor en el que estaba no se habría estrellado quince pisos sin ayuda.
Hace unas semanas, un accidente mortal en las obras del Hospital Infantil Bennett Memorial se cobró la vida de su capataz.
La policía no declaró inmediatamente que se trataba de un accidente, por lo que los Bennett contrataron inmediatamente a un investigador privado para que llegara rápidamente al fondo del asunto, para tranquilizar a los inversores.
—¿Estás seguro? ¿Muy seguro? —pregunta Alex, poniendo los zapatos en el suelo con un ruido sordo y poniéndose de pie.
—Mike es un hombre muy cuidadoso. No se le ocurriría difundir una teoría de este calibre si no tuviera pruebas. Cree que el ascensor fue saboteado, lo que significa que Nick murió a propósito.
—Ha sido asesinado, querrás decir —sentenció Alex—.
Dodd había sido una parte crucial del proyecto del hospital, que fue un trabajo de amor para los Bennett. Toda la familia colaboró: recaudaron fondos, contribuyeron con horas de trabajo no remuneradas, donaron materiales, buscaron apoyo regional y estatal y simpatía por un centro médico que atendiera a la población joven y étnicamente diversa de los alrededores del Pueblo.
Una vez terminado el hospital, los niños heridos y enfermos no tendrían que viajar hasta veinticinco millas al norte por atención médica.
Las familias del Pueblo recibirían atención para sus hijos sin tener que demostrar que tienen un seguro médico o pagar cantidades astronómicas de dinero que no pueden pagar.
Este había sido el sueño de su familia desde que estaba en el negocio. Si alguien quería hacer daño a los Bennett, sabotear el hospital era una forma perfecta de hacerlo.
—Esto es terrible. ¿Se lo has dicho a papá?
—Voy de camino a la Mansión ahora —dijo Jason, levantando una mano impotente—.
Alex asintió con cara seria. Una familia no alcanza la riqueza de los Bennett sin hacer enemigos en el camino. Pero no le gustaba pensar que la envidia y la codicia pudieran llevar a alguien al asesinato.
—¿Quieres estar conmigo cuando le dé la noticia a papá? —preguntó Jason.
—No —dijo Alex, que se encontró mirando la pantalla oscura del televisor—. Adelante. Ya me enteraré de los detalles más tarde. Tengo mucho que hacer aquí.
—No se pide una mujer como se pide una pizza —le dijo Jason, moviendo la cabeza como si entendiera lo que quería decir—.
—Las bodas se arreglan con mucho menos que una cinta de vídeo —dijo Alex, sacudiendo un trozo de pelusa de su camisa—.
—Estás loco, ¿lo sabías? —Jason le abrazó y le dio una palmadita cariñosa en la espalda.
Unos minutos después, Alex se encontraba en medio de su despacho, mirando la pantalla oscura del televisor. ¿Estaba loco por intentar dirigir su propia vida? Las mujeres exigen a los hombres.
Los niños exigen un amor ilimitado y una atención constante a sus necesidades físicas.
Todo el tiempo que un hombre pasa cuidando a sus familiares le hace perder unas horas de trabajo preciosas y le cambia, le guste o no.
La pantalla oscura y fría le desafió. ¡Alternativas.!
Necesitaba desesperadamente alternativas. Alex volvió a coger el mando a distancia. El rostro pálido y delicado de Bella Parker se materializó ante él.
Prefería las pelirrojas. El pelo de la Srta. Parker era del color marrón.
Los ojos ambar le gustaron, aunque las mujeres altas y de piernas largas le atraían inmediatamente.
Miró la carta que acompañaba a la cinta. Apenas medía un metro sesenta.
Ella tomaría su cabeza.
Físicamente, ella no era para él. Pero su timidez, la frecuencia con la que se sonrojaba y la forma en que sus ojos se desviaban de la cámara le decían que no era una mujer asertiva. Quizá eso le favoreció.
Y lo único que quería era un bebé.
Ella necesitaba un marido, él necesitaba una esposa. Un simple intercambio.
Casi había perdido la esperanza, le quedaban diez días de los seis meses que Bella había pagado a la agencia matrimonial.
No podía permitirse otro si apenas podía pagar el alquiler mensual.
Esa noche sonó el teléfono.
—Hemos recibido una solicitud de un contacto personal —le informa la mujer al otro lado de la línea—. Puedo enviarle una grabación de este señor.
Háganos saber si desea conocerlo personalmente. Parece un excelente partido para usted, Srta. Parker.
Bella pensó con escepticismo que se trataba de un cebo para contratarla por seis meses más de servicio, pero cuando llegó la cinta con una breve biografía, se preguntó si había llegado el momento que esperaba. ¡Alguien quería conocerla! Y él sabía cómo era ella, lo tímida que era con los desconocidos y lo que quería.
El otoño pasado, había necesitado todo su valor para ponerse en contacto con Flechas de Cupido, en la que más había confiado de todas las agencias de citas.
Garantizaron la confidencialidad y una excelente selección de candidatos. Recibieron nombres y filmaron entrevistas de hombres de todo el país que estaban serios y potencialmente interesados en una relación matrimonial. Los clientes de eran hombres y mujeres con ingresos fijos a los que no les importaba volar para conocer a una posible pareja. No había vagabundos, convictos o desempleados, dijo la agencia.
Al día siguiente.
Bella había gastado hasta el último céntimo de sus ahorros en un último intento de encontrar al hombre que pudiera darle lo que tanto necesitaba.
El corazón le latía desesperadamente en el pecho y sintió que las manos le sudaban mientras introducía la cinta en el vídeo que había comprado por diez dólares en la tienda de segunda mano. Se sirvió un vaso del vino que normalmente utilizaba para cocinar.
Invirtió el amor que habría dado a un niño en crear platos exóticos, aunque no tuviera con quién compartirlos en su pequeño piso. Dio tres tragos rápidos para armarse de valor y pulsó el botón, alejándose de la pantalla con el vaso barato agarrado con ambas manos.
El hombre de la pantalla era muy guapo que quitaba la respiración .
¡Tenía que haber un error.!
Bella sacó la cinta de la videograbadora, inspeccionó la etiqueta y releyó la carta de presentación.
No, todo parecía estar en orden. Se llamaba Alex Bennett, como había dicho la mujer del teléfono. Vivía en Tucson, Arizona, al oeste de Houston, donde ella vivía. Estuvo bien. Se sentía mejor sabiendo que ambos vivían en el suroeste.
Colocó nuevamente la cinta otra vez y la reprodujo.
Se sentó y se abrazó a las rodillas, conteniendo la respiración mientras el fabuloso hombre de la pantalla respondía a una lista de preguntas planteadas por el entrevistador.
—¿A qué se dedica, Sr. Bennett?
—Construcción.
Ah, pensó Bella. Por eso tenía esos músculos los hombros bien desarrollados. Desde el uso de picos y palas, hasta el transporte de madera y sacos de cemento. Aunque llevaba un traje, se notaba que tenía un buen físico.
—¿Y sus aficiones?
—No muchos.
Nombra dos, por favor.
—Yo, eh, bueno, me gusta el aire libre.
¡Oh, eso es genial! Los niños deberían jugar mucho al aire libre. No es muy atlética, así que sería maravilloso que su padre los llevara de excursión, a pescar, a jugar a la pelota.
—¿Es el matrimonio una prioridad para usted, Sr. Bennett?
—Claro que sí —respondió solemnemente, con sus ojos grises sin pestañear—.
Un pequeño grito de alegría escapó de los labios de Bella.
Tomó un sorbo de vino y soltó una risita. ¡Y este hombre había amado su cinta!
—¿Y los niños?
—Sí, definitivamente habrá hijos en mi matrimonio.
¡No puede creerlo! Quizás estas eran las razones por las que Alex Bennett había encontrado su cinta atractiva.
Era obvio que él quería una familia tanto como ella. Era un hombre que podía ver más allá de su apariencia y sus reacciones nerviosas además descubrir cuestiones prácticas más importantes.
Por un futuro que podría ser bueno para ambos.
Pero había una cosa que le molestaba. Había aprendido a no confiar en los hombres guapos. Un hombre demasiado guapo suele ser consciente de ello y lo utiliza en su beneficio.
Alex Bennett debe haber tenido un exceso de mujeres. Tenía que haber algo malo en el hombre.
Bella vio la entrevista hasta el final, rebobinó la cinta y la vio tres veces más, acompañándola con otras tres copas de vino. En lugar de mostrar defectos, Alex mejoraba con cada reproducción y cada copa de vino. Parecía estar mirándola directamente a los ojos a través de la cámara. Sólo a ella. Su mirada era directa, inteligente y a veces juguetona.
Era un hombre que, aunque no le gustara, al menos podía apreciar. Era un hombre que le hacía sentir cosas extrañas por dentro, como cosquillas.
Apagó el televisor y tomó la carta que venía con la cinta. Se pasó el vaso por la frente para refrescar su piel febril. Pensó en posibilidades, en sueños, en un futuro. Y los riesgos.
La carta decía que era ella quien debía ponerse en contacto con el Sr. Bennett si quería reunirse con él. No había dado ni su dirección ni su número de teléfono, por si ella decidía no aceptar su invitación a llamar.
No es una cita real, es más casual pensó en su interior.
—Lo llame como lo llame, esta puede ser mi última oportunidad—
Alex estaba preparado para lo peor cuando llegó temprano y aparcó frente del restaurante, justo al norte de Westheimer.
El moderno restaurante de Houston estaba rodeado de jardines perfectamente cuidados.
A lo largo de la hierba que desciende hasta el pantano, los famosos pavos reales cortejan a los turistas para hacerse fotos.
Aparcó el coche cerca de la entrada principal esperando ver venir a Bella.
Si era tan horrible que no podía casarse con ella, trataría de mantener la comida al mínimo y le enviaría flores a casa al día siguiente.
La educada nota que les acompañaría le daría las gracias por su encantadora compañía y le explicaría que lo sentía mucho, pero que no eran la pareja que le hubiera gustado.
Sin embargo, mientras se sentaba inquieto en el Lincon Continental que había alquilado esa mañana en el aeropuerto, dudaba que los seis meses que faltaban para su cumpleaños le ofrecieran mejores perspectivas.
Esperó nervioso, tratando de recordar los puntos buenos de Bella. Parecía educada, de buen carácter, le gustaban de verdad los niños y las tareas domésticas. Cuando hablaron por teléfono dos días después de que Alex la viera en el vídeo, mencionó dos veces que le gustaba cocinar. Supuso que con el tiempo ella estaría tan ocupada con los niños y sus propios intereses que no tendría que preocuparse por cambiar su estilo de vida. Si Bella ponía alguna objeción a las horas que pasaba trabajando, él se lo haría entender, y ella, que parecía una mosca muerta, seguro que no insistiría. Algo le decía que ella tampoco exigiría mucho en la cama.
Tal vez era tranquila por naturaleza.
Su voz en el teléfono era tan suave y tímida como en la cinta.
Había empezado a preguntarse por su pasado s****l, lo que parecía una pregunta lógica entre dos personas que estaban pensando en tener hijos juntos.
Pero ella se había puesto tan nerviosa que él había abandonado inmediatamente el tema y había decidido esperar hasta que pudieran hablarlo cara a cara.
Alex se miró las manos, que agarraban el volante del auto como si hubiera conducido a gran velocidad. Deliberadamente, lo soltó. Las mujeres nunca le pusieron nervioso, así que ¿por qué iba a hacerlo este ratoncito asustado?
Finalmente, un viejo coche rojo se detuvo vacilante frente a la entrada del restaurante. El conductor del auto parecía confundido mientras el portero intentaba abrirle la puerta. Alex no pudo evitar sonreír.
Tras varios minutos de animada conversación, el hombre consiguió convencerla de que bajara del coche.
La joven se quedó en la acera, mirando su vehículo como si no fuera a volver a verlo.
Tenía que ser Bella Parker.
Su encantadora ingenuidad llegó al corazón de Alex.
Decidió que no podía dejarla entrar en el restaurante y tratar con Jean Paul a solas. El gesto de frialdad del francés le haría correr de inmediato para salvar su vida.
Rápidamente, Alex salió del coche y cruzó corriendo la calle, pulsando al mismo tiempo la llave electrónica para cerrar automáticamente el coche.
Llegó a la puerta justo cuando Bella extendía su mano temblorosa para abrirla.
—Deja que lo haga yo—dijo mientras pasaba junto a ella para abrir la puerta.
Bella contuvo la respiración, como si no se hubiera dado cuenta de que había alguien detrás de ella.
—Oh, gracias—, dice ella, mirando a Alex con ojos asustados, y a él le llama la atención de nuevo el sutil cambio de color de sus pupilas.
—¿Es usted el Sr. Bennett?
—Alex— respondió, poniendo una mano en la espalda de ella y llevándola al restaurante.
—Oh, bien, bien—consiguió decir.
—Déjame coger tu abrigo—, dijo Alex.
Hacía un poco de frío para ser marzo en Texas. El suroeste había tenido un invierno inusualmente frío.
La gente llevaba abrigos de lana y bufandas que no habían sacado de sus armarios en años.
—Gracias—murmuró de nuevo, levantando la vista para echarle un vistazo antes de caminar con ella por el vestíbulo del restaurante.
Se había diseñado para que pareciera una cueva romana: piedras desnudas, arbustos verdes que crecían entre las ásperas rocas grises.
Una cascada caía suavemente en el fondo, cerca del comedor. Había elegido este restaurante porque era su estilo. Áspero y refinado al mismo tiempo.
Sofisticado, tranquilo, íntimo. Había traído chicas a Houston para el fin de semana porque no quería que toda la ciudad supiera con quién salía el soltero más codiciado de la ciudad.
El ambiente del restaurante estaba teñido de una elegante seducción.
—Siento no haberme dado cuenta antes de que estabas ahí —dijo Bella en voz baja—. Estaba mirando para ver si podía ver alguna matrícula de Arizona en la calle.
—Alquilé un coche en el aeropuerto —explicó—.
—¿Has volado hasta aquí? ¡Oh, eso debe haber costado una fortuna!
—Estaba muy ocupado en el trabajo y no quería...— Alex hizo una pausa antes de decir —perder el tiempo—... —No quería estar mucho tiempo fuera.
—Lo comprendo —le miró con una sonrisa, como si estuviera impresionada por su fuerte ética de trabajo—, sé exactamente cómo es. Odio dejar un trabajo a medias—, sus ojos se abrieron de par en par al ver pasar a una mujer con un vestido de crepé con una abertura hasta el muslo. Llevaba una tobillera de diamantes. Mirando torpemente su falda y el sencillo jersey y la chaqueta de lana a juego, hizo una mueca de dolor.
—Creo que no estoy bien vestido para este lugar.
—Tienes buen aspecto —dijo Alex, sacudiendo la cabeza—.
Bella lo miró por un momento, como si tratara de decidir si lo decía en serio o si sólo trataba de hacerla sentir bien. Su rostro era inexpresivo. Suspirando, cambió de tema.
—¿Trabaja en la construcción? ¿Cuál es exactamente su trabajo? ¿Conduce maquinaria pesada?, se reprendió internamente estaba nerviosa soltando preguntas al azar.
—Normalmente no—, se rió. Pero puedo hacer ambas cosas.
Juan Pablo llegó en ese momento, ahorrándose una explicación que Alex no quería dar en ese momento. Había evitado a propósito dar detalles sobre su trabajo y su familia, como el hecho de que los Bennett eran los ciudadanos más ricos e influyentes del sur de Arizona. Quería ver la reacción de Bella antes de revelar que la convertiría en una mujer rica.
Cuando se sentaron, pidió el vino y sugirió dos especialidades de la casa. El mesero les trajo un vino blanco Merlot, sirviendo primero un poco para que Alex lo probara y una vez que lo aprobó, sirvió ambas copas. Finalmente, se quedaron solos.
-Háblame de ti -dijo él.
-No hay mucho que contar -dijo Bella, levantando su vaso a los labios para dar un cauteloso sorbo. Estaba casi todo en la cinta que había dado Flecha de cupido, bebió otro trago y sonrió como una niña a la que le dan un caramelo entre comidas.
El brillo culpable de sus ojos le pareció adorable. Despertó en él una vena traviesa que le hizo pensar en lo divertido que sería sorprenderla y hacer que esos hipnotizantes ojos multicolores se iluminaran. Hizo un intento de desnudarla mentalmente, pero el conservador atuendo que llevaba no dio alas a su imaginación.
—Oh, caray, qué delicioso. A veces me doy el gusto de tomarme una copa de vino después del trabajo. Pero una botella me dura un mes, y nunca ha sido tan bueno como este —dijo Bella, levantando la copa para tomar otro delicado trago. Entrecerró los ojos y echó la cabeza atrás mientras tragaba.
El elegante cuello le resultaba bastante tentador y de repente, a Alex le dieron deseos .