Emma despertó a la mañana siguiente y se llevó la sorpresa de que, a su lado, todavía dormido, estaba Max. Por un instante, pensó que algo debió de pasarle para que se le pegaran las sábanas, ya que siempre él madrugaba. A fuera el sol comenzaba a brillar con fuerza, y se debatía entre si despertarle o no, pero aprovechó el momento al máximo. Durante unos instantes lo contempló, asombrada de su belleza. Tenía un rostro duro que solo se relajaba cuando dormía, los labios entreabiertos y unas cejas que parecían esculpida por los dioses. Era guapo, muy guapo y a pesar de las veces que pudiera discutir con él, esa extraña chispa que sentía cada vez que le tenía a su lado volvió a salir a flote, haciendo que Emma tuviera unas enormes ganas de tocarle. En la mesita de noche, la alarma comen
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